Saruhiko y Misaki

456 65 4
                                    

En época muy remota, vivían en Babilonia un joven que era el más atractivo de la ciudad, y un gallardo joven. El nombre de uno de ellos era Misaki y el del otro era Saruhiko, y ambos tenían un amor puro y limpio y correspondido.

Pero había entre ellos un gran problema: los bandos de ambos jóvenes se oponían acremente a ese amor; por tal motivo , la única forma en que se veían, o mejor dicho, que se dejaban oír , era a través de un muro que tenia una gran grieta. Cabe mencionar que Misaki y Saruhiko eran vecinos, y que la única amiga que tenían en su desgracia, era la luna, que, compadecida de ellos , cada noche les brindaba lo mejor de su argenta luminosidad, a fin de que tuvieran una poca luz dentro de la oscuridad de su infortunio.

Al cabo del tiempo, los dos amantes , desesperados de no poder estar juntos, decidieron dar termino a su tormentoso sufrimiento y para ello acordaron fugarse, dándose cita en un árbol de moras que estaba junto al mausoleo de Nino, la maravillosa tumba que su esposa Seminaris, la reina ahora, había erigido en su honor , en las afueras de la ciudad, a la orilla de un plácido estanque de aguas cristalinas.

El primero en llegar fue Misaki , cubierto con un velo para no ser reconocido en caso de encontrar a alguien que le reconociera. Como aún no llegaba su amado, tomó asiento bajo el árbol de moras, junto al sepulcro, y esperó impaciente. De pronto, su siempre aliada, la luna, alumbro más para hacerle ver a una leona que, con las fauces ensangrentadas, se acercaba a beber agua. De inmediato Misaki corrió a refugiarse a donde más rápido pudiera, y en su prisa dejó caer el velo que traía , velo que la leona, después de mitigar se sed , se entretuvo en desgarrar mientras se dirigía pausadamente con rumbo hacia la selva.

En cuanto la fiera desapareció entre la maleza, apareció Saruhiko y al buscar a su amado, encontró pisadas frescas de león y el velo ensangrentado que de sobra sabía era de Misaki. Ante lo que miraba, no dudo de la desgracia que le había ocurrido a su amadísimo. Traspasado de angustia, cayó de rodillas mesándose los cabellos; entre sus manos sostenía el velo desgarrado y ensangrentado que probaba la muerte de Misaki. Entonces, loco de dolor, saco su espada y se dejó caer en ella, atravesándose.

Transcurrido un corto tiempo regreso Misaki, y al acercarse encontró el cadáver de su amante y amado Saruhiko. No entendía qué había sucedido y mientras lloraba desgarradamente y arrodillado abrazaba aquel cuerpo aun tibio, vio el velo fatal y dedujo lo ocurrido. De inmediato dijo:

---¡Amado mío!¡Has muerto porque no pudiste soportar mi muerte!Yo te acompañare hasta donde ahora estás y jamas nos volveremos a separar, ni siquiera en nuestros cuerpos, pues nuestros bandos no podrán negarse a ponerlos en una misma tumba.

Y acto seguido arrancó la espada del pecho de su amado y de igual forma, se dejo caer sobre ella, haciendo como último acto de vida, abrazarse al cuello de Saruhiko.

El árbol de moras, bajo cuyas ramas acababan de morir tan trágicamente  Saruhiko y Misaki, se tiño con la sangre de ambos amantes, y desde entonces los frutos, hasta aquel momento blancos, se tornaron morados.

La leyenda/SARUMIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora