Las rosas de la esperanza.

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''Nunca he escrito un diario realmente, pero ya que este me lo regalaron mis padres no puedo desperdiciarlo, además creo que lo que importa es el detalle, igual aquí puedo desahogarme.''

Eso estaba escribiendo cuando de repente noté la voz de mi madre llamándome desde la cocina. Me levanté pesadamente de la cama poniendome unas pantuflas, abrí la puerta y con intención de desayunar me senté en la silla del comedor. Miré a mi padre, quien estaba mirando la televisión bastante interesado sobre si hubo algún muerto durante el fin de semana o si tal político quiere hacer tal cosa. La única cosa que ambos teníamos en común creo que era esa, la política y el día a día pero no podía conversar con él, no desde que se enteró que era homosexual. Desde entonces no existo en su vida, aunque supe en su momento que si lo decía acabaría pasando esto. Mi madre se acercó dando a cada uno un beso en la mejilla y me ofreció un vaso de leche caliente el cual acepté y comencé a beber. Terminando de desayunar, volví rápidamente a la habitación, escondí el diario y me vestí. No quiero volver a clase. No quiero. Abrí la puerta despidiéndome de mis padres, salí del edificio del que vivía y me puse en camino a mi pesadilla.

No tarde más de 10 minutos en llegar al instituto cuando unas voces a lo lejos gritaban ''Maricón'', junto varias risas. Me coloqué la capucha de la sudadera tapándome lo máximo posible, como si sus insultos no pudieran traspasar la tela que ahora tapaba mi cabeza y seguí caminando hasta la entrada de clase, hasta que unas manos grande me cogieron del brazo y me tiraron al suelo. El único que hacía eso era Daniel.

-Eh maricón, ¿intentado esconderte de mi? -Soltó grandes carcajadas-. ¿Has traído MI dinero?

Cada vez que hacía ese énfasis en el ''mi'' varias gotas de saliva salían de su boca, era realmente asqueroso. Saqué del bolsillo un billete de 20 euros. De un movimiento veloz, me lo quitó de la mano y acto seguido me dio una patada en el estomago. Me quedé unos minutos en el suelo y enseguida me levanté sentándome en mi pupitre al mismo tiempo que el profesor entraba en clase. Pensé que las cosas iban a mejorar este año pero no fue así. 

Llegó la clase de artes y teníamos que cambiar de aula. Una sonrisa aparecía por mi rostro mientras caminaba por los pasillos, yendo a clase. Artes era una de mis asignaturas favoritas y no solo eso, compartíamos clase con varios compañeros de otros cursos. Y en el que yo no podía dejar de pensar era en Víctor Hernandez. Un chico más alto que yo, casi metro ochenta, con un cabello negro y unos ojos tan azules como el mar. Y su sonrisa. ¡Oh su sonrisa! Realmente soy un estúpido chaval enamorado de una persona que ni notaba mi presencia y jamás lo haría. Solo podía conformarme verle a lo lejos mientras fantaseaba con que algún día me hablaría y llegaríamos a ser algo más. Pero había que ser realistas, eso no iba a ser así.

Acabando la clase, me dispuse a salir pitando del instituto antes de que algo pasase, pero era tarde. Daniel y 4 chicos casi tan grandes como muebles estaban allí. Y lo siguiente que pasó fue lo de siempre, varios puñetazos y patadas para luego irse triunfantes. Hay cosas que duelen más que golpes y es la humillación de ser tratado como un ser sin sentimientos.

Me encontraba en casa. Me quité la ropa, quedándome en boxers. Señalé cada moratón con mi dedo mientras lo miraba en el espejo que tenía en una esquina de la habitación. Uno, dos, tres, cuatro... Duele pero nadie lo nota. Me quedé por un instante mirándome. Pelo rubio alborotado, unos ojos marrones claros con grandes ojeras y un cuerpo tan frágil y delgado que a cualquiera le podría llegar dar asco. 

Esto es lo que tengo que sufrir cada día desde casi 1 año. 

Me coloqué de nuevo la ropa, mientras me dejé caer en la silla del escritorio cerrando los ojos. En mis sueños me encontraba en un campo de rosas tumbado, junto un cielo de un color anaranjado por el atardecer. El sueño siempre acababa igual, aparecía una figura oscura con una rosa azul en la mano y una sonrisa como intentado decirme que algo bueno pasaría. Estúpido, ¿no? Me apoyé en la mesa y dibujé una hermosa rosa llena de espinas. Doblé la hoja del dibujo y lo guardé en el diario. ''Las rosas de la esperanza''.

El caso del chico que se suicidó.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora