Capítulo 2

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Abrí los ojos al escuchar un crujido y un ligero silbido, como el de una respiración ajena a la mía, encontrándome completamente seguro de que el sonido provenía de mi habitación.  Tengo un sueño extremadamente ligero debido a mis años de servicio en Afganistán, y un ruido insignificante para algunos, tiene la capacidad para despertarme y ponerme los nervios de punta.

Volteé a mi derecha y me percaté de la presencia de la silueta de un hombre alto, silueta que conocía perfectamente. Prendí la lámpara en un instante, y por un fugaz momento vi a Sherlock parado junto a mi cama, contemplándome con cariño, y sosteniendo una frazada, apunto de colocármela encima.

-¡¿Qué estás haciendo aquí?!- exclamé, sobresaltado.- ¿Para que la frazada? – Si no fuera por ella, no estaría tan aturdido, pues Sherlock suele despertarme en medio de la noche para atender alguna inesperada escena del crimen, o porque algún cliente solicita nuestra presencia urgentemente. Además, estaba seguro de que su intención era taparme con ella, aunque tenía que escucharlo pronunciar las palabras con su propia boca, pues esa teoría sonaba muy disparatada.

-Vine aquí para decirte que mi actitud contigo no ha sido la mejor. He sido frío, y te he ocultado cosas a pesar de que eres la persona en la que más confío. Pero debes de entender que algunos secretos no deben ser revelados, aunque te juro que desearía hacerlo. Los sentimientos son un tema difícil de abordar para mí, por ello te ruego que no hablemos sobre los míos.- Respondió Sherlock con tranquilidad- Ah, y respecto a la frazada, cuando te dirigías a tu  habitación escuché el tintinear de tus dientes debido al frío y decidí hacer algo al respecto.

-Espera- dije, con un tono de incredulidad en la voz, y parpadeé repetidamente para asegurarme de que no estaba soñando- ¿Esta... estas pidiéndome perdón por ser un insensible?

-Si así lo quieres ver...- dijo Sherlock con impaciencia- yo sólo lo consideraría una aclaración.

Sonreí.

-Pues aclaración aceptada

 

-Bien.- dijo mi amigo- Descansa, John.

 

Volví a dormir, pensando en el enorme gesto de Sherlock al traerme algo extra para cobijarme. Nunca había hecho algo así por mi ¿por qué su actitud cambiaría ahora?


 

Era una mañana de sábado, la nieve cubría las calles, y Sherlock tocaba el violín melancólicamente mientras yo leía el periódico.

La señora Hudson nos trajo el desayuno y yo le di las gracias. También regañó a Sherlock por ausentarse tanto tiempo sin avisarnos.

-Hubieras visto a John... desvelándose esperándote y teniendo que ir a dar consulta tan temprano. El pobrecillo te extrañaba, Sher. No le vuelvas a hacer eso.

Sherlock dejo el violín sobre la mesa, y se rio.

-¿En verdad me extrañas, John?- me preguntó burlonamente.

-Cállate- le respondí, aunque creo que mi rostro se puso rojo, pues la señora Hudson se rio también.

Sherlock y yo nos miramos un instante. Era agradable verlo de buen humor.

-Los dejo muchachos- nos dijo la señora Hudson, y salió apresuradamente.

Después del desayuno, tomé un baño. Cuando volví a la sala de estar, Sherlock estaba sentado en su sillón, bebiendo té y usando mi computadora portátil. Se veía enojado.

Yo me senté en mi sillón, y no le pregunté porque usaba mi computadora, pues ya estaba acostumbrado a que tomara mis cosas sin avisar.

Sherlock gruñó de mal humor.

-¿Qué pasa?

-No hay casos nuevos- respondió con frustración y le dio un trago a su té.

Yo me levanté y me acerqué para ver la pantalla de la computadora, agachándome un poco y mi rostro encima del hombro de Sherlock.

-Claro que los hay, demasiados, diría yo- le dije.

-Todos son aburridos y simples. Incluso Lestrade podría resolverlos.

Estaba a punto de objetar, cuando a Sherlock le llegó un mensaje de texto. Tomó su celular, lo leyó, y su rostro se ensombreció.

Mire de reojo el mensaje. Número desconocido. Decía:

"Estas involucrándote demasiado. Sabes que pagarás las consecuencias. Detente ahora, o volverá a pasar."

El corazón me dio un vuelco. ¿Era una amenaza? ¿Qué volverá a pasar? No sonaba nada bien.

Sherlock se levantó del sillón, y se puso el saco que había dejado en el perchero.

-Me tengo que ir.- había algo de desconsuelo en su voz y la mirada que me dirigió- Regresaré más tarde.

El secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora