Capítulo 3

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Capricornio, el tiempo pasó, ambos crecimos, te habías convertido en toda una señorita de alcurnia, de una intachable conducta, pero yo había aprendido a ver dentro de tus ojos, y podía ver la angustia que guardaban.

Tenías los ojos de una madre aguardando por sus hijos en vela, tus movimientos y tu sonrisa denotaban lo enamorada que estabas, pero tus ojos Capricornio, tus ojos, padecías en silencio una terrible agonía.

Con la espalda siempre recta y la cara siempre en alto, manteniendo la imagen y los modales,  hambrienta de aprobación paterna, siempre fingiendo que eras de hierro.

Dos vidas, una misma esencia, Virgo y tú, la encarnación de la entrega.

CapricornioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora