He mirado a los ojos de la muerte hasta en tres ocasiones en mi vida y en todas ha sido por asfixia.
En los dos primeros casos es cierto que tampoco habría muerto, pero viviéndolo en el momento pensaba que de esa no salía.
Mi primera experiencia cercana a la muerte fue a la tierna edad de cinco años. Yo salía de la guardería tras una larga jornada de modelación con plastilina y ya estaba pensando en la siesta que me iba a pegar al llegar a casa porque me la había ganado.
Ahí estaba mi madre, como siempre, pero una vez nos juntamos resultó que comenzamos a andar en dirección contraria a casa. Esto no era la primera vez que sucedía, y cuando ocurría, es porque me llevaba al peluquero, siempre a traición porque era algo que odiaba.
Tengo un pelo muy peculiar que crece formando un casco sobre mi cabeza imitando el peinado de los muñecos Pin y Pon (mote que me pusieron más adelante una panda de cabrones).
- ¡Eh! ¿Dónde vamos? Ya fuimos al peluquero hace 4 meses- Dije parándome en seco.
-Todavía no toca-, añadí con mi melena ondeando al cálido viento primaveral.
--No. Vamos a otro sitio.
-¡Exijo una explicación!
-A natación. Vas a aprender a nadar.
No me hizo ninguna gracia y monté un buen pollo. Como con esta mujer no se podía razonar y a pesar de hacer gala de los argumentos contundentes, acabé en la puerta de la piscina.
Me dejó con un monitor y me dijo que en media hora estaría esperando en la salida. Recuerdo un ambiente muy agobiante. Mucha humedad, mucho calor, y mucho ruido.
Nos metieron en el vestuario, el monitor nos dijo que nos pusiéramos el bañador y que si alguien necesitaba ayuda que la pidiera. Yo, como no pensaba volver por ahí, no hablé con nadie ni traté de hacer amistades.
Una vez nos encontramos debidamente uniformados (un bañador slip turbo farda huevos, que es lo que se llevaba en la época), nos llevaron a la piscina.
-Bueno. ¿Alguien sabe ya nadar?-
Preguntó el monitor a una fila de veinte niños de cinco años.
Mi razonamiento fue el siguiente:Aquí se viene a aprender a nadar, si digo que ya sé, me ascenderán a monitor o me dejaran irme a casa, a echarme la siesta como toca. Ambos panoramas pintan mejor que aprender a hacer algo que ni sé, ni quiero.
-Yo sé nadar-dije, sin dudar.
Vale, pues tu ponte ahí-, me dijo señalando a un lado.
Un par de chicos más se unieron a mí. Cuando al resto de los niños les mandaron a la piscina pequeña, el monitor se centró en mi.
-Bueno, pues a ver que sabes hacer. Tírate y nada hasta ahí.
<<¡Carajo! Que tipo más desconfiado.>>
Miré a mi alrededor y me fijé en lo que hacía la gente que nadaba dentro de la piscina. Parecía fácil. Sí, en dos minutos estaría de camino a casita.
Me tiré con un par de huevos. Recuerdo oscuridad y agobio.Notaba como me hundía irremediablemente más y más, por mucho que moviera brazos y piernas tratando de alcanzar de nuevo la superficie. Algo empezó a golpearme el cuerpo, lo agarre con fuerza y tiró de mí.
Una vez con la cabeza fuera del agua me encontré al monitor al otro extremo del palo con el que me había rescatado.
Que cabrón, no se dignó ni a mojarse para salvarme.
-No sabes nadar. ¿No chaval?-. Me dijo con el ceño fruncido.
- ¿Nadar? Te entendí andar. Lo siento.
Acabé en la piscina que no cubre con el resto de niños y aprendí a nadar.
Mi segunda experiencia mortal fue en el patio del recreo. A nadie le gustaba ponerse de portero así que cuando el equipo contrario marcaba gol, había que correr a tocar el palo. Si llegabas el último te ponías de guardameta hasta que te marcaran. En una de esas me flipé más de la cuenta y como llegaba muy sobrado salté para tocar el palo de arriba. Decidí agarrarme con ambas manos para conseguir un efecto más espectacular, pero llevaba más inercia de la que pensaba así que mi cuerpo osciló hasta que quedé horizontal y en paralelo al suelo. Las manos se me resbalaron y caí desde dos metros de altura impactando con la espalda.
Al levantarme, el aire ya no existía. Seguramente habréis tenido esa sensación alguna vez tras recibir algún golpe. La gente se arremolinó a mi alrededor. Yo iba de un lado para otro intentando explicar que no podía respirar, pero al no poder coger aire, no podía emitir sonidos. La gente me miraba horrorizada y nadie sabía qué hacer.
Lo próximo que recuerdo fue despertarme pensando que todo había sido un mal sueño. Cuando abrí los ojos y encontré miles de cabezas a mí alrededor supe que todo había sido real. Ya podía respirar y aunque me dolía mucho la espalda, todo estaba bien.
-Joder macho, que susto nos has dado. Estabas tirado en el suelo con convulsiones, echando espuma por la boca y rayos por el culo.
El dolor de espalda me duró dos semanas pero oye, ahora puedo hacer el pino puente mejor que nadie. Y ya para acabar, mi tercera y más próxima experiencia cercana a la muerte fue en Ibiza, el primer año que fui y durante el primer día que salimos de juerga. Discoteca Amnesia, fiesta de la espuma.
¿Qué podía salir mal? Cuando los cañones de espuma empezaron a funcionar mi grupo de amigos y yo decidimos que en el centro es donde estaba la verdadera acción. Cuando la espuma te llega a la cintura, la vida es bella. Todo el mundo lo pasa bien, te empujas, te tiras espuma al ritmo de la música...
¡Viva y bravo!El nivel empieza a subir y cuando te quieres dar cuenta te llega hasta el cuello.
"¡Pero bueno, cuando va a parar de subir esto!"
La espuma apesta a lejía y a Fairy y sabes que si te entra un poco por la boca, morirás. A día de hoy y tras haber estado en un par de fiestas de estas estoy convencido de que es una excusa para darle un fregado general a la discoteca y cobrar el triple por ello.
Llega el momento en que estas sepultado en espuma y no ves nada. La gente de tu alrededor se agobia al igual que tú y empiezas a recibir golpes.
Quieres salir de ahí, pero no sabes por dónde. Tratas de respirar pero si lo haces, en vez de aire lo que entra es asquerosa espuma.
Pues juro que pensé que de ahí no iba a salir y llegué a decirme a mí mismo, "Angel, vas a morir en una fiesta de la espuma. No es un mal final, podría haber sido mil veces peor, pero esto sí que no te lo esperaba".
Creo que aguanté un minuto sin respirar. Cada vez trataba de abrirme hueco con más brusquedad. Yo recibía golpes y empecé a darlos también.
¿Y sabes que? ¡Logré salir! Wojojojoy (dejando dos cadáveres tras de mí, eso sí).