De todos los profesores que he tenido en mi vida, el que más me ha marcado sin lugar a dudas, fue Don Ernesto, un hombre que como profesor era una puta mierda, jajaja. Vamos, el peor de largo.
Don Ernesto, a quien nosotros llamábamos Don N, era un hombre de cincuenta palos con un barrigón brutal.
Era hombre de pocas palabras y a mí en concreto me dio Ciencias Naturales y Tecnología en primero de la E.S.O. (o segundo, no lo recuerdo bien).
Sus clases llevaban siempre la misma dinámica: leer el libro de uno en uno en voz alta.
-Abran el libro por la página 45. Berta, lea.
La cosa es que en clase no había ninguna Berta y lo más triste de todo es que a quien se refería en realidad era a Begoña, que era de otra clase y a la que siempre hacía leer (equivocándose previamente de nombre).
Creo que puedo afirmar sin equivocarme que en un año solo se aprendió cuatro nombres.
Dos de alumnos problemáticos y dos de unos tipos que jugaban muy bien al futbol (era muy amante de este deporte y disfrutaba observando los partidos durante los recreos, como si fuera un ojeador de algún equipo de primera división).
Era un hombre mujeriego que le encantaba citar a las madres. Esto puede parecer algo que un profesor debe hacer y cuanto más, mejor, pero en el caso de Don N su intención era puramente egoísta y con claros fines de seducción.
El cascarrabias las besaba la mano y se las comía con los ojos. Resulta que la madre de un amigo, que era una mujer de muy buen ver, tuvo que ir a cinco tutorías en un año y el vato era un alumno normal y corriente.
Creo que ese hombre ha roto muchos matrimonios en su vida.
-¡FULANITO! Quiero que venga su madre a verme el jueves-, soltaba el cabrón a la mínima.
Era un rollo de tío, leer, leer y leer. Lo bueno era que cuando hacía exámenes, con dejarle el periódico Marca sobre la mesa nos permitía barra libre para copiar, así que aprobar con él estaba mamalón .
El muy hijo de perra, en medio de clase pegaba un ronquido brutal, salía al pasillo y se oía como echaba un gargajo acojonante. Solo con escuchar como chocaba contra el suelo se podía intuir la consistencia casi solida del gargajo.
Un asco. En algún momento Don N se echó una novia en La Coruña y pasó de ser un tipo gris y taciturno, a un hombre alegre.
En ese momento se compró un teléfono móvil (el primero que veía en mi vida y que era tamaño zapato del 44) y un anillo con un pedrusco brutal. Sí, era un vato hortera.
El móvil lo tenía siempre cargando cosa que estoy convencido que hacía para fardar ante niños de 13 años.
El anillo nos lo restregaba por la cara siempre que podía. Si tenía que señalarte algo del libro, ponía ahí el dede con todo el pedrolo.
-Ahí, ¿lo ve?- Decía orgulloso mirándote desde arriba y con pose de emperador romano.
Tú no sabías se refería a su anillo o al párrafo del libro. Vale, pues este hombre al que parece que no le tengo mucho cariño, lo recuerdo con mucha nostalgia.
Este vato nos brindó una de las anécdotas con más moraleja de la historia de la humanidad.
Era el primer día en el taller de tecnología y así comenzó la clase (todo esto con un vozarrón que hacía retumbar las paredes).
-REGLA NUMERO UNO: EN EL TALLER DE TECNOLOGÍA,¡TODO LO QUE PUEDA SALIR MAL, SALDRÁ MAL!
Ese eslogan nos lo hizo escribir en la primera hoja del cuaderno. Como vez este hombre sabía motivar.
-REGLA NUMERO DOS: TODO LO QUE DIGA EL PROFESOR SE ACATARÁ SIN CUESTIONAR-.
Y también nos lo hizo escribir. Entonces pensé que ahí íbamos a fabricar una especie de bomba nuclear o algo así.
Entonces, nos contó la batallita de la mili.
-A lo largo de su vida se cruzarán con muchos zánganos. Los zánganos son aquellos seres a los que se les dice que no deben hacer algo, y van directos a hacerlo.
algo, y van directos a hacerlo. Yo me encontré a mi primer zángano en la mili. El sargento nos llevó al campo de pruebas de armamento y aquel día íbamos a aprender a utilizar un Bazuca.
El sargento dijo, bien claro, que bajo ningún concepto se juntaran los dos cables que estaban desconectados en el arma.
Pues bueno, hubo un zángano que decidió descubrir por sí mismo que era lo que ocurría si se hacía eso antes de que el sargento finalizara su explicación. Juntó los dos cables y...
¡BOOOOOOOOOOOM, CABEEEEZAS POR EL AIREEEEEEEEE!
Sí señor. Recuerdo que gritó tan fuerte, tan brusco y repentino, que casi nos caemos de la silla 28 alumnos.
Y las cabezas empezaron a rodar- Remató-.
Espero que ustedes tengan más suerte y háganme caso: Manténgase lejos de los zánganos.
Entonces pensé que todos moriríamos en ese taller. Vale, pues a los dos días Don N nos dijo que nunca se debía meter en un enchufe los dedos, y bajo ningún concepto, mojados.
Dos compañeros de clase, al escuchar esto, se miraron el uno al otro, asintieron con la cabeza y fueron directos.
En mi memoria este alumno se chupaba la punta de los dedos y los introducía en el enchufe. Seguramente no serían los dedos, supongo que serían dos cosas metálicas.
Del enchufe salió un fogonazo brutal y juro que les vi su esqueleto, como en los dibujos animados. Saltarón los fusibles y toda la planta entera.
El alumno se pegó un buen susto y se quemó un poco la mano.
A día de hoy cuando alguien me dice que no se debe hacer algo, la frase "BOOOOOM, CABEZAS POR EL AIRE", retumba en mi cabeza, miró a mi alrededor y trato de averiguar quien va a ser el zángano de turno.
Gracias a Don N aprendí una gran enseñanza, fue un mal profesor pero fue un buen hombre al que le gustaba seducir a la madres, los anillos caros y cargabá su celular con la electricidad del estado.