Capítulo dos.

355 20 4
                                    

17 de enero, 2014.

Parece increíble lo lenta que transcurrió mi semana, esperaba  con ansias que la semana fuera rápida, tenía que ver a Arely. Tenía que hacer que hablara conmigo.

Al llegar a su habitación dudé si debía tocar o no, aun faltaban once minutos para la sesión. Finalmente toqué y ahora ella respondió de inmediato.

Cuando entré a la habitación sentía una extraña mezcla de esperanza y un nerviosismo persistente. Arely levantó su mirada hacia mi pero la volvió rápidamente a la pantalla. Sin ninguna expresión.

—Hola —saludé. Tomé la silla que había utilizado la sesión anterior, y me recosté en ella.

Ella asintió con la cabeza en forma de saludo, parecía seguir ignorando mi existencia. Pensé que esto sería más sencillo.

—¿Crees que podríamos hablar esta vez? —pregunté, ella cerró su laptop.

—Está bien, ¿de qué quieres hablar?

—Hablemos de ti. ¿Qué pasa?

—¿No leíste mi expediente? —preguntó, alzando una ceja.

—Sí lo hice, pero no confío mucho en él.

—Bien, se supone que estás aquí porque estoy estoy deprimida.

—¿Cuáles son tus razones?

Pregunta estúpida, deseé no haberlo preguntado pero ya era muy tarde.

—¿Te parece poco esto? ¡Cada mes tengo que soportar la radiación de las quimioterapias, no tengo amigos, mi mamá viene cuando no está ocupada, y sé que aunque no hay un reporte médico me quedan pocos meses de vida! —gritó. Sus mejillas se habían encendido.

—Claro, no... Yo, no fue mi intención preguntar eso.

—¿No sabes lo se siente, verdad? —preguntó con una serenidad que daba miedo— Saber que un día, el que menos piensas, tu cuerpo se va a apagar. Simplemente dejarás de existir. Ya no habrá sufrimiento. Ni penas. Ni nada. Solo te irás. Me iré. Voy a morir y no hay nada que se pueda hacer al respecto.

Pude notar cómo mordía el interior de su mejilla, sus ojos empezaban a cristalizarse.

—Sé lo que se siente. Es como una ruptura, pero está en tu interior y es imposible repararla. No se puede. Y sé también que no puedo remediarlo pero seré un maldito si no lo intento.

Pasó un rato sin que ninguno de los dos dijera algo. Me pareció una eternidad. Ella jugueteaba con su sábana y yo miraba a un punto ciego.

—¿Hay algo más de lo que quieras hablar?

—No —respondió cortante. Comencé a guardar mis cosas. Había logrado algo esta semana —¿Ya te vas?

—Sí, si no hay otra cosa de la que quieras hablar será mejor que no te robe tu tiempo.  Si necesitas hablar en algún otro momento pide mi número con alguna de las enfermeras, yo te atenderé a la hora que sea. —Sonreí y di la vuelta.

—Que pase buena noche —dijo a mis espaldas, provocando que me detuviera en seco.

—Buenas noches, Arely.

No me dejes caerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora