Capítulo seis.

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—Te odio un poco.  —Dijo con una sonrisa en la cara.

—¿Solo un poco?

—Solo un poco.   —Afirmó con una sonrisa en la cara. Y señaló la puerta. —Me voy a cambiar.

—Así estás bien, princesa.   —Le dije bromeando, mientras miraba su blusa, un poco sucia. —Solo vamos a dar un paseo.

Me miró seriamente, mientras sacaba ropa limpia de una maleta que estaba bajo su cama. Me hizo una seña con los dedos de que me volteara.

—Date la vuelta, me voy a quitar la ropa.

Por un momento tuve la más loca tentación de mirarla, pero mi cerebro se hizo presente y recordé que no debería estar acosando a los pacientes, aunque estos tengan unos hermosos ojos color café.

—¿Qué tan linda me veo en una escala del 1 al 10?    —respondió mientras ponía sus manos sobre su cintura.

—Yo diría que alrededor  de un siete, tal vez un ocho. —Le respondí con una sonrisa traviesa. 

Llevaba un par de pantalones ajustados que ceñían sus muslos y una blusa que dejaba al descubierto sus clavículas. Se veía tan hermosa, parecía una modelo de algún perfume caro, aun con sus ojeras y su cabello revuelto. Fue ahí donde me di cuenta de que había algo infinitamente bello en las cosas rotas.

Salir de contrabando del hospital fue fácil.

—¿A dónde vamos?   —Me preguntó, mientras caminábamos, mantenía su vista en los edificios como si fuera la primera vez que los veía. Por encima de nosotros, el cielo anunciaba lluvia. Me empezaba a preocupar por mi recorrido de camino a casa.

—Eso depende, ¿te gustan los muffins?   —le pregunté mientras caminábamos entre la gente.

—¿Es en serio?  —dijo.

—Solo me aseguraba de que te gustaran.

Ambos sonreímos. Había metido su barbilla en el cuello de su chaqueta, con sus manos metidas en los bolsillo. Tenía rosas sus mejillas color rosa.

—Había olvidado cómo era el invierno.

—¿No sales mucho, verdad? —pregunté mientras doblábamos la esquina.

—No. —Se limitó a responder  a acorrucarse una vez más en sí misma.

Caminamos en silencio durante una o dos cuadras. Me había quedado sin cosas que decir. Tomé su brazo mientras le señalaba un cartel brillante.

—Ya llegamos.

Empujé la puerta para entrar en una pequeña cafetería. Era de mis favoritas, con un delicioso café y muffins grandes. Al entrar la brisa calurosa se hizo presente sobre nosotros, llevándose el frió invierno.

Los ojos de Arely se concentraron inmediatamente en las vitrinas llenas de panes y otras delicias meticulosamente decoradas. 

Vi a Gabriela en el mostrador, las mangas de su blusa color azul remangadas hasta sus codos y una ligera capa de harina en su piel de color caramelo. Saludó con su mano cuando me vio, dedicándome una sonrisa.

—¡Hola, Manuel!

—¡Hola, Gaby! —Dije, mientras me acercaba al mostrador. Arely venía detras de mi. —Arely, ella es Gaby. Gaby, ella es Arely. —Arely miraba tímidamente aun detrás de mi.

 —¿Gaby y Brandon?  —Asentí con la cabeza, me quedé impresionada al notar que puso atención en lo que le conté.

 —Sí, ellos mismos.

Gaby sonrió ampliamente.

─¿Le haz hablado de mi?

─Solo le dije cosas buenas de ti. ─Le aseguré, mientras me quitaba mi abrigo al sentir más calor. ─¿Qué tienes para comer?

Me señaló justo detrás del mostrador donde había un pastel decorado, muffins y otros panes. 

─Acabo de terminar unos muffins de chocolate, a decir verdad quedaron deliciosos.

Miré a Arely y ella asintió.

─Eso suena bien. ─Le contesté.

─¿Qué quieren para tomar?

─El café de siempre, Gaby. ─Ella era a la unica persona, en el mundo, a quien le confiaba hacer mi café, era una de las razones por las que la mantenía viviendo conmigo. La otra razón, por supuesto, era que somos familia.

─Chocolate caliente, por favor. ─Dijo Arely detrás de mí, me llamó la atención eltono cálido y ronco de su voz, la forma lenta en que hablaba. 

Ella le dedicó una sonrisa, rápidamente Gaby me hizo señas y me llamó.

─Ve a sentarte, no tardo. ─Le dije a Arely y ella asintió. Se fue hacia una pequeña mesa junto a la ventana.

Gabriela me miró y dijo exaltada: ─Manuel, ella es tan linda. Tus hijos con ella serían las cosas más hermosas que he visto, dios.

La miré fijamente.

─Uno, no estamos saliendo. Dos, es una paciente.

Se quedó pensando por un momento, y luego dijo con seguridad: ─Pero te gusta.

─Bueno, por supuesto que me gusta, pero ya te lo dije. Es mi paciente. ─Le contesté tratando de mantener la voz baja mientras ella preparaba las bebidas.

─No estamos saliendo. ─Repetí.

─Manuel, tienes que salir con esa chica, la necesitas. Es melancólica, linda y tiene un cabello hermoso. 

Volteé a ver a Arely, quien tenía entre sus manos la bufanda que anteriormente llevaba alrededor de su cuello. Ella tenía razón, ella era linda, muy, muy injustamente linda. También era alguien que tenía que ayudar, era mi paciente, no tenía que enamorarme de ella. Sería totalmente inapropiado.

─No sería profesional.

Ella soltó una carcajada, mientras colocaba nuestras bebidas en pequeños platos de porcelana. 

─Yolo, Manuel.

La miré seriamente. ─Por favor, dime que no utilizaste esa palabra.

─Lo hice. ─Hizo una pausa. ─Yolo.

Di un suspiro mientras tomaba la bandeja y caminaba hacia Arely con cuidado de no derramar las bebidas.

─Ya no somos amigos, Gabriela. Nunca más.

─Yo también te amo, Osito. Respondió ella riendo.

Me senté frente a la silla de Arely. Ella me miró mientras tomaba su taza.

─¿Osito? ─Me preguntó con algún tipo de sonrisa.

Me sonrojé un poco, era molesto aunque me divertía.

─Brandon escuchó a mi mamá decirme así una vez, desde ese momento me molesta siempre con ese apodo.

Tomó un sorbo de su chocolate, le quedó una linea de espuma en sus labios. ─Es lindo.

Tu, Arely, tu eres linda. Me quedé inmovil pensado. Oh dios. Esto fue todo culpa de Gabriela. En realidad debo matarla. 

  

  

No me dejes caerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora