Había llegado el día que tanto esperaba, aquel que ameritó tantas horas de viaje. Los caballos estaban agotados, ellos mismos lo estaban, por lo que aprovecharon los momentos en las góndolas para poder descansar sus piernas y sus ojos. La oscuridad de la cercana noche parecía llamarlos a dormitar, el viento en las esquinas ululaba fríamente; los pájaros ya se habían ocultado, temerosos a los secretos venecianos, y la luna de a poco se hacía un espacio en el firmamento. Liona no podía pestañear ni por un solo instante, sentía que al distraerse, al parpadear, su vida correría peligro y su plan quedaría en la ruina.
El gondolero parecía interesado en Liona, aunque remaba para acercarlos al carnaval, de soslayo la observaba, quizá se preguntaba si se trataba de un hombre o de una mujer. Era usual en los carnavales caer en la homosexualidad, en la promiscuidad y romper las leyes morales; una mujer vestida de hombre no era algo fuera de lo común, pero ella se veía tan varonil que lograba confundirlo a la perfección. Su casaca era azul, combinando con su calzón, resaltando de esa forma el chaleco café que junto a su peluca grisácea y su tricornio bajo el brazo, acompañado de su ceño poblado y fruncido en su piel bronceada, le brindaba ese aspecto varonil que buscaba conseguir.
Liona giró para verlo, pero el hombre enseguida le devolvió la mirada, dedicándola una pútrida sonrisa, con dientes faltos y negros. Enseguida corrió la mirada para ver sus amarillentas y agrietadas uñas que manejaban la góndola, su extraño aspecto y su siniestra mirada que parecía esconder algo.
Ese gondolero no le gustaba nada.
El sol bajaba cada vez más, la noche comenzaba a cubrirlos como una manta de tinieblas, una manta que velaría por los pecados cometidos aquella noche, testigo de la maldad, del horror y el placer.
Lodovico posó su mano en la de Liona, pero el gondolero ignoró ese acto. Por esos días se ignoraba todo lo extraño y prohibido, porque lo prohibido era ley durante el carnaval. Liona no quiso mirarlo, temía arrepentirse de sus decisiones, de perder aquella valentía que con esfuerzo fue implantando en su alma, pero no pudo evitar verlo de reojo. Las ropas y máscara de médico de peste resaltaban en él en esos tonos negros y humo, su máscara de cuervo se mantenía fija en su rostro, observando la nada, lo que podría ser el final de su propio destino.
En góndolas contiguas viajaban sus compañeros en aquella aventura, pero los diferenciaban sus motivos, unos buscando la diversión del pecado, los otros buscando recuperar algo perdido, ¿quién era más egoísta, quién más altruista? Ninguno podía decirlo, porque cada uno seguía sus propios deseos mundanos. Distraerse ante la seducción de la hermosa Venecia le parecía desagradable a Liona, quien aferraba su mano a Lodovico.
La góndola se detuvo junto a la callejuela, donde la música resonaba en los recónditos pasillos de Venecia, las pomposas vestimentas y las máscaras cubrían a todos en la ciudad, quienes se permitían romper las reglas por aquellos días, donde la ley no era ley y los niños podían ser reyes. Donde el rico era pobre y el pobre era rico, donde las fantasías podían ser cumplidas y lo inmoral se volvía moral.
Descendieron de la góndola dirigiéndose al carnaval, pero la risa de aquel gondolero, quien se alejaba sin dejar de mirar a la extraña pareja, produjo un escalofrío en la espina dorsal de Liona. No quiso girar para verlo, pero la risa del gondolero siguió escuchándose a lo lejos, perdiéndose entre las danzas del viento.
Liona sintió asco, asco de todas esas impías personas, pero a su lado, Lodovico sintió asco de sí mismo por haberse permitido caer en aquellas sombrías mentiras, seducido por los demonios y sus propios deseos lujuriosos.
Ilusamente se había permitido dejarse seducir por los colores, por el alcohol y por las mujeres desinhibidas que le dedicaban miradas lujuriosas. Había caído y había perdido por culpa de sus deseos su propia identidad.
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El Ladrón de Rostros
Short Story| Esconde tu rostro en las fiestas venecianas, ocúltate tras máscaras. Alaba a la oscuridad. Entrega a tus hermanos y entonces El Ladrón de Rostros no te arrebatará tu identidad | Cantidad de palabras usadas: 5.070 (Historia creada para el desafío p...