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Narra Esteban.

Muchas veces al ver la mesa a la hora de la cena, miro las sillas y veo que una de ellas se encuentra vacía. Mamá murió cuando yo apenas era un pequeño de algunos años de edad, tengo unos vagos recuerdos de ella, pero lo único que tengo para recordarla es una gran fotografía que se encuentra en la recámara de mi padre. La nostalgia nace cuando papá comienza a hablar sobre lo maravillosa que era mi madre. Una chica castaña, alta y de tez blanca. Muy risueña y agradable para toda persona que se la topara, sinceramente me gustaría poder haberla conocido, digo, la conocí, pero no la recuerdo del todo.

Nunca me ha contado el motivo o la causa de su muerte. Mi papá siempre evita hablar sobre el tema o si quiera tocarlo. Siempre ha sido un hombre un tanto reservado, pero a veces es muy abierto. Pienso que es bipolar o algo por el estilo.

Tampoco me ha contado sobre mis abuelos, lo único que sé, prácticamente y a secas, es que parieron a mi madre, pero eso es todo. Mis padres nunca hablaron sobre ellos, y sinceramente quisiera saber de lo que fue de ellos. Conozco a mis abuelos paternos, pero nunca he visto o he encontrado algo relacionado con mis abuelos maternos, es como si no existieran.

Tiempo después de que mamá muriera, nos mudamos a su pueblo natal; La Pine. Era un pequeño condado en el centro de Oregón, famoso por sus leyendas y sus verdes parques. La gente del lugar era muy amistosa y nuestros vecinos nos recibieron con gran amabilidad, el lugar era hermoso en tiempos de invierno y la brisa traía consigo muchos recuerdos pasados.

Yo iba a la Universidad de Portland, pero por ahora me encontraba en temporadas de vacaciones, pues era mitad del invierno, más concretamente, 18 de Diciembre del 2014. Cuando las vacaciones culminaran, regresaría a la ciudad para continuar mis estudios.

Estaba recostado en mi cama, viendo fijamente el techo de mi habitación. Giré la cabeza y miré el reloj digital que se encontraba sobre la mesa de noche y marcaban las cinco y cuarto de la tarde. Mi padre no tardaría en avisarme que pronto saldríamos a visitar a la tía Elizabeth.

Mi tía Elizabeth era una señora de cincuenta y dos años, muy amable y servicial. Mi padre me contó que había cambiado mucho desde los tiempos oscuros de La Pine, pues cuando ella era joven, el pueblo era asolado por terribles asesinatos, o eso es lo que cuenta una famosa leyenda que se encuentra escrita en la biblioteca de la escuela.

Este tema siempre me había llamado la atención, y cuando íbamos a casa de mi tía Elizabeth nos reuníamos con mis primos a hablar de ello.

Me levanté de la cama y me dirigí hacia el baño de mi casa, me puse frente al espejo, intentando arreglar mi peinado y cepillar mis dientes.

Mientras lo hacía, pensaba en cómo pasaba el tiempo volando.

Hace unos años nos encontrábamos en Portland, en el hospital, pues mi madre, que en esos tiempos vivía, estaba en labor de parto. Es uno de los vagos recuerdos que tengo de aquella época. Yo me encontraba con mi padre fuera de la sala, esperando a que los médicos dieran noticias.

Y ahí fue cuando nació mi hermana Wendy, una niña sumamente adorable y de castaños cabellos. Mi padre dice que es muy parecida a mi mamá. Cada vez que la miro, me imagino en sus grandes ojos cafés el rostro de mi madre, el cual me llena de melancolía.

―¡Estaban! ―Escuché un grito al otro lado de la puerta del baño.― Papá dice que te des prisa, en un momento saldremos a la casa de nuestra tía.

―¡En un momento salgo!

Wendy ahora tenía 11 años y se había convertido en un ser fastidioso, típico de la pubertad.

Terminé de hacer un peinado rápido, me miré por última vez en el espejo y salí con premura para alcanzar a mi padre.

Antes de bajar las escaleras para encontrar el comedor, pude sentir una brisa muy fría detrás de mí. Me extrañó esa situación, pues las ventanas, antes de cualquier salida, se encontraban cerradas. La brisa se hacía cada vez más intensa, pero sin llegar a ser molesta, y hacía que desde mi espalda saltara un siniestro escalofrío.

Me dispuse entonces a ir a cerrar la ventana que estuviera abierta, para evitar reproches de mi padre, pues él siempre ha sido de esos padres que se preocupa en exceso por la seguridad de su hogar.

Comencé a seguir la brisa y al parecer, provenía de la recámara de mi padre.

El crepúsculo se hacía presente a través de las blancas cortinas de la habitación, las cuales se movían al ritmo del aire. Por alguna extraña razón, la ventana se encontraba abierta.

Fui a cerrarla y al momento de hacerlo, un gran estruendo me sorprendió.

El cuadro donde se encontraba la fotografía de mi madre cayó al suelo, quedando boca abajo.

Sentí como se me salía el corazón, fruto del gran susto que me había llevado. Terminé por cerrar las cortinas y me dispuse a recoger los destrozos que el marco pudiera haber creado.

―¡Esteban, date prisa! ―La voz de mi padre se hizo presente.―

―¡En un momento salgo! ―Respondí―

Al parecer no se había dado cuenta de que algo había caído.

Levanté el cuadro y para mi sorpresa se encontraba intacto, sin siquiera una grieta en su superficie. Eso me alegró, no quería que le pasara nada, pues era la única fotografía de mi madre que tenía.

La colgué de nuevo en su lugar y me dirigí a las escaleras para bajar y por fin subir al auto, el cual se podía escuchar a la distancia.

Tomé un abrigo de piel negro y salí del hogar. Miré el auto de mi padre estacionado en la acera.

Abrí la puerta del coche y entré en él.

―¿Por qué has tardado tanto Esteban? ―Reprochó Wendy, mientras mi papá arrancaba el auto.

―Tuve que cerrar la ventana del cuarto de mi papá, estaba haciendo mucho aire y las cortinas se volvían locas. ―Contesté.―

Mi padre me miró extrañado por el retrovisor del auto. ―Yo no he abierto la ventana en todo el día. ―Respondió.―

Un nuevo escalofrío recorrió mi espalda. Wendy me miraba, esperando a que respondiera.

―Tal vez el aire la abrió, sigo diciéndote que hacía mucho. ―Excusé.―'

A mi padre y a Wendy les pareció normal y seguimos nuestro camino.

Las calles de La Pine estaban un poco cubiertas de una blanca nieve, pues la noche pasada había caído una ventisca y sumergió la calle. En la mañana pudimos escuchar el ruido de la recogedora de nieve que venía para limpiar la calle.

Era una vista muy hermosa, los arboles estaban sin hojas y había casas que ya estaban adornadas con cosas navideñas.

Me coloqué unos audífonos que tenía en mi bolsillo y esperé a que llegáramos a casa de Elizabeth. 

RepresaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora