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No había mucha gente que a Jason le cayese mal, en definitiva era un buen tipo y tenía paciencia, pero aquella persona le sacaba de quicio en el mejor de sus días; en el peor le ayudaba a comprender las ansias de los asesinos por estrangular a alguien. Así que mientras aguardaba sentado en la mesa del "Gatsui", el bar de sus citas clandestinas, se repitió cómo era posible que siempre acabara volviendo a ella.

Miró su reloj por duodécima vez comprobando que ya llegaba con una hora y media de retraso y suspiró hastiado.

Cuando la puerta se abrió dejando pasar un grupo de estudiantes el ruido que armaron revolucionó el lugar. Una chica menuda, con la cara llena de pecas y unas gafas demasiado gruesas para su pequeño rostro, le miró un par de veces antes de atreverse a separarse del grupo y acercarse donde la estaba esperando.

No debía rondar el metro sesenta y caminaba encorvada con la cabeza gacha intentando no llamar la atención. Su pelo rojo estaba enredado en un moño que lucía seco y sin brillo del poco cuidado al que lo sometía y miraba a su alrededor como si esperase que alguien la atacase.

La muchacha examinó varias de las mesas y los tertulianos que la rodeaban antes de tomar asiento.

—¿Cómo te va peque? —la saludó el detective mientras tomaba un sorbo del café.

Aquella frase consiguió poner tensa a la muchacha que se giró escandalizada para ver si alguien más la había oído.

—¿Cuántas veces te he dicho que no me llames peque? —Antes de proseguir se aseguró que todos miraban a la panda de jóvenes que había entrado y nadie se fijaba en ella—. Odio los motes.

—Y yo odio que me hagan esperar dos horas.

La chica se mordió el labio antes de responder.

—Sólo ha sido hora y media. Estaba mirando las cámaras para asegurarme que nadie te seguía.

—Nadie va a seguirme.

—Eso no lo sabes.

—Es mi trabajo saberlo; además, si tanta seguridad precisas, ¿por qué quedamos siempre en el mismo bar?

El ligero rubor que se extendió por las mejillas de la muchacha le dio un aspecto infantil.

—Me gusta este café. —El detective movía la cabeza afirmando mientras le dedicaba una sonrisa de superioridad con un afilado comentario a punto de salir de sus labios—. No te imaginas lo que cuesta encontrar un buen café hecho a mano. Es toda una odisea.

—Estoy seguro de ello.

—No digas nada, estropeas mi lugar preferido con solo estar aquí. ¿Se puede saber qué es lo que quieres de mí?

—Tengo un problema. Una pareja desaparecida y pocas explicaciones. Aquí tienes todos los datos que he podido conseguir. —Le alcanzó una carpeta con el informe que había conseguido—. Me preguntaba si con tu talento podrías darme alguna pista.

—¿Qué pasa con tus amigos de la poli?

El detective dejó pasar el toque de sorna que percibió en su voz. Aunque la chica se creía más relacionada con el submundo de la delincuencia que con el de las personas normales no haría daño ni a una mosca.

—Me dieron lo que tienes en la mano, insuficiente a mi parecer.

—Como siempre —se mofó revisando parte del papeleo—. ¿Qué esperas que haga?

—Busca información. Nadie puede desaparecer sin dejar rastro.

Aquel comentario recibió como respuesta una risa socarrona de la muchacha.

Noche de rayos y truenosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora