“Hoy las protestas han aumentando en la estación ocho, la policía ha rodeado el lugar pero los manifestantes no muestran indicio de desear abandonar el lugar. Se espera que los trenes omitan esta estación junto a las uno, dos, tres y cinco por motivos similares. Por favor no utilice estas estaciones hasta nuevo aviso. El Centro de Transportación Humana (CTH) dijo que podía tardar días y que por favor buscasen rutas alternativas.  Los esperamos en la edición de noticias de las doce de la noche para mayor información, les saluda el canal Omega, siga en sintonía”.

Le era inevitable pensar que no eran sólo manifestantes, sino terroristas de la humanidad; todos lo eran. No estaban demandando nada, no había nada que demandar. La única opción del mundo era una plegaria.

Francis creía fuertemente en un diluvio que ahogaría a los que no podían apreciar la verdadera silueta del humano. Pensaba que todos eran seres pérfidos y degenerados, sin guía ni plan. Sentía que su motivo para existir era acabar con cada “ser humano” del planeta, para asegurarse que nunca vuelva a surgir otra vez tal plaga en el universo. Por muy inocente que le pareciese al mundo cada cría y lactante de hombre, estaban todos ellos condenados a seguir el dictado del instinto humano: crecer hasta desbordarse y acabar con la plataforma que los mantiene con vida. Francis no era el único que pensaba así, había muchos y cada día se fueron sumando más a ese ideal de destrucción justificada.

Las autoridades estaban desnutridas, la protección de la vida bajo el lema: “Cada vida es sagrada y un milagro” se caía a pedazos ante tantas aberraciones que aparecían en el mundo. Francis contaba que de cada tres familias de cuatro integrantes (dos padres y dos hijos, más integrantes iba en contra de la legislación de la ONU) al menos uno de estos hijos contaba con síndromes que los volvían obsoletos para la vida, para sobrevivir.

-Deben ser aniquilados todos ellos -decía con resentimientos– no es posible que se gasten recursos del estado para la protección social de aquellos que no poseen ni siquiera la capacidad de leer el titular de un diario.

Estaba lleno de ira, todos lo estaban para aquél entonces. No se podía cubrir todas las necesidades de la población mundial; habían sido agotadas por la avaricia elitista. Francis veía como la sobrexplotación de miles de millones abastecía las alacenas de tan solo cientos. Él se sentía una herramienta, usada por la élite para cumplir esta situación de extorsión mundial.

-Jamás estarán satisfechos, las altas alcurnias no han hecho nada en sus miserables vidas, se dedican a consumir el producto que les ofrecen los esclavos del sistema. Estas élites no han entrado en contacto con la materia prima en años y no saben apreciarla, por lo que jamás alcanzan satisfacción -le decía a Jazmín cuando ella acudió a su lecho–. Has engordado y no en los lados que me gustaría –le tuteó-.

-Francis –le susurró con complacencia ella– no te comprendo, me llamas para que pase el rato contigo, pero –aumentó su tono de voz y se volvió irritable al oído- después de usarme como una clase de objeto sexual para distraerte, te quejas de mí y de toda la sociedad.

Abrió sus ojos de par en par de tal forma que buscaba alguna reacción en él

-¿Para qué me llamas en primer lugar si tanto te molesta tanto la compañía de gente tan “asquerosa” como les dices tú? Yo soy gente también ¿sabías? –Saltó una chispa de furia debajo de los pliegues de sus senos, tomó furiosa sus cosas revoloteando su existencia por el lugar de manera grotesca-. ¿Me amas, o mejor dicho, te caigo bien siquiera? Estoy harta de que me llames sólo para tu conveniencia, soy una persona también al igual que tu. No eres nadie tan especial como para quejarte de los demás.

-No soy nadie especial, está claro. Yo “soy” a diferencia de ustedes, seres nauseabundos.

-¿Te estás escuchando al menos? Si dejaras de fumar esa mierda al menos un momento mientras hablamos –Francis soltó el encendedor y dejo la pipa en la mesa suavemente- te darías cuenta de que no todo gira alrededor de ti. No sé quién realmente te crees como para decirme nauseabunda a mí. Eres un cerdo asqueroso –apuntó su dedo inclemente al fregadero- esos platos están ahí de la semana pasada, joder, yo misma los ocupé el martes de esa semana. Te crees una clase de superhombre con una ética infalible, pero ahí te quedas, frotándote las bolas frente a tus libros de gente que no supieron aprovechar la vida y murieron infelices –señalando a los libros de Sartre-. Si te dejas de quejar por un momento quizá te darías cuenta de que la existencia no es tal como la pintas ni menos como la describen ellos.

Se quedó en silencio, observando las palmas de sus manos mientras lentamente se las llevaba a los ojos para restregárselos. Se acarició la barba tupida y sin asear. Volvió a mirar el piso lleno de manchas de café y allí se clavaron sus ojos, en un silencio intermitente.

-¿Y? -apeló Jazmín a aquel hombre- me vas a responder o acaso te fuiste a Marte a tirar mierda a los marcianos y a su comunismo inexistente –la ironía se leía en su rostro, le molestaba la disconformidad de su “pareja” frente a todo–. Tengo cáncer Francis, me estoy muriendo.

-Morirás, tarde o temprano morirás, yo igual.

-¡Hijo de perra, no me llames más! -se fue aireada a medio vestir. Mientras se abría la puerta automática del apartamento, sentía unas ganas de dar un portazo para dar punto final, pero, no le fue posible con una puerta automática. Mientras se iba, sentía cómo había desperdiciado su vida frente a un hombre auténtico. Una lágrima abrió camino a un diluvio de gotas salinas provenientes de sus ojos. Se fue para no volver-.

ObsoletosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora