Francis despertó al día siguiente muy tarde. Se sentía mal por tratar a su única compañía femenina de aquella forma, se le pasó esa emoción al momento de encender la cafetera. Debió suceder, era el único camino.
-De todos los escenarios posibles, este fue el que preví -pensó en voz alta-.
Se dijo que era mejor así, no podía seguir mintiéndose. Odiaba la presencia de las mujeres en sí, sentía que no las soportaba en espíritu ya que siempre veían el lado positivo de las cosas y seguían adelante; él no podía.
Cesante desde hace meses, el Centro de Rehabilitación en el que trabajaba fue disuelto por falta de recursos, dineros enviados por la ONU. Descontinuaron el servicio ya que encontraban inútil intentar ayudar e incorporar a ex convictos, gente esquizoide y enfermos mentales en trabajos más complejos que el acarrear materiales (todo era automático, era prescindible esa gente sin mayor capacidad mental para un trabajo de más exigencia). Francis pensaba que fue lo mejor que le ocurrió, encontraba tonto trabajar para los demás. Después de titularse de psicólogo se percató que le molestaba la gente con problemas mentales. No era su sueño ayudarlas, pero sí lo era examinar al hombre y su comportamiento, desgraciadamente, esa actividad no le resultaba productiva al mundo ya que no ofrecía un producto que beneficiará a la sociedad de forma inmediata, ergo, se moriría de hambre. Necesitó encadenarse a la actividad que necesitaba el planeta y él odiaba: ayudar a la sanidad mental de otros. No se sentía capaz de aquello y pensaba que trabajaba con un montón de idiotas (tanto pacientes como compañeros).
Vivía con una pensión del estado, lo suficiente como para tener un buen pasar si sabía elegir bien en qué gastar (cosa que sí sabía, se sentía capaz de manejar al mundo entero). Pensaba que los seres humanos en general eran niños. Le gustaba lo que decía Nietzsche acerca de que la humanidad estaba en pañales, le encontraba razón. Sentía el poder de decisión dentro de él. Pensaba que era capaz de elegir, que podía dar orden al mundo si le dieran un arma de destrucción masiva y el detonador. Apreciaba la misantropía.
Francis veía cómo la humanidad chocaba contra un muro construido por ellos. Todos estrellándose al mismo tiempo, contra la misma muralla. “El sistema está roto y no tiene arreglo” eran las palabras que salían de su boca entre cada sorbo de su café. “Hemos alcanzado nuestro propio límite” pensaba cuando veía el producto del hombre en aquel entonces.
Se acordó de Jazmín un momento, pensó que había sido muy duro con ella. Decirle una certeza como la muerte no es de broma para nadie, la gente normal no lo puede tolerar. Para Francis toda la gente era tan útil como un muerto. Pensaba: “Todos vamos a morir, condenados a muerte en un plazo indefinido. Estamos muertos de cierta forma, sin importar lo que pretendamos hacer la muerte está en la vuelta de la esquina.”
-Quizá Jazmín no quiere la muerte ahora; eso no lo decide ella -se mostró reflexivo- de igual forma, aún no hay cura para el cáncer, sólo conseguirá empeorar su calidad de vida con tratamientos tóxicos. -Se puso a pensar en pijamas, sentado en el sillón del apartamento; en su mano derecha estaba la taza vacía-. Hace mucho tiempo que no existe cura para cualquier enfermedad, de hecho, están aumentando las afecciones mentales. En el Centro de Rehabilitación tenía demasiados pacientes como para descontinuar el servicio. Ciertamente gente incompetente como los que acudían a mi ya no sirven hoy en trabajos forzados, en ningún trabajo ¿Qué será de ellos? -Sonó su celular y acercó su muñeca con chip al lector de este para atender la llamada-.
-¿Señor King? -preguntó una voz implacable-.
-S-Sí, con él –titubeó-.
- Hola, soy Abdul. Le llamo del Centro de Asistencia Social de la ONU. Le llamo para informarle que su pensión está a punto de ser descontinuada.
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Obsoletos
Science FictionFrancis King es un joven psicólogo, que poco a poco, descubre que la sociedad donde vive esconde un secreto, una gran mentira con bases irrefutables.