III

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Francis comenzó a moverse desde el CIL hacia la estación ocho, se encontraba norte a su posición. En las calles no había ningún alma que divisar. Al paso de los minutos por la acera, Francis se empezó a sentir solo. Normalmente a este ritmo debería haberse topado con tres personas (imaginaba que una de aquellas sería un discapacitado mental) pero nadie apareció para ignorar su presencia.

-¿Dónde estarán todos? -Dijo en voz baja sondeando la zona a su alrededor-.

Las calles eran muy estrechas. Altos edificios se alzaban por sobre el sol; eran muy pulcros y minimalistas. A Francis le parecía que estos paralelepípedos estaban ladeados, con dirección hacia la calle. Se acercaban cada vez más a él. Le constaba que en algún momento se abalanzarían hacia las calles para devorarlo todo. Si Francis miraba hacia arriba, los edificios estrechaban la vista del cielo, reduciéndola a una simple línea de claridad divina.

-La ciudad quiere vivir en mí.

La visión de Francis era muy buena, podía ver cinco largas cuadras más allá de donde yacía. Si se movía alguna sombra en la lejanía, él podía verlo, no obstante, este no era el caso. Absolutamente nadie caminaba en los alrededores y Francis lo presentía. Nadie a quien odiar.

Las planificadas calles eran eternas, el mapa confuso y como resultado Francis estaba perdido dentro de su propia ciudad. Él acostumbraba a tomar el tren para todo. Las vías automovilísticas eran de uso exclusivo para agentes de la ONU (se debía pedir permiso de circulación extraordinaria para cada oportunidad que se necesitaba ocupar algún vehículo motorizado en ellas). Frecuentemente se veían carros de la policía u otros servicios del estado circulando de manera respetuosa; estaban siendo observados. Francis no sabía mucho del lugar donde vivía aunque nació y se crío en las cercanías. No es costumbre introducirse en partes de la ciudad en las cuales no hay negocios personales que atender (bajo el conocimiento y aprobación del estado). De lo contrario se era tachado de vagabundo y de desposeído de mente por no atender a las órdenes: “Ir sólo donde se es requerido”. Aquellos sorprendidos rompiendo esta regla eran llevados por las fuerzas policiales a quién sabe dónde. Ser curioso no entraba en la legislación de la ONU, ser humano era inaceptable.

Movilizarse para Francis (en principio) era fácil: de la casa al trabajo (cuando lo tenía) y viceversa. A veces se dirigía hacia la casa de Jazmín si concertaban en algo. Para conocer la ruta de cualquier lugar debía pedir una aplicación a la ONU para certificar su presencia allí (junto con una ruta aprobada). Cuando conoció a Jazmín debió pedir permiso a las autoridades para saber su ubicación (es ilegal que el propietario de un lugar diga su  establecimiento en persona sin consentimiento previo de la ONU). Debió pedir también otro permiso para presencia liberada allá. “Motivos viscerales” fue lo que marcó en la plantilla virtual de su cédula celular; el estado lo comprende todo.

Llegó a la estación de trenes. Bajó al subterráneo para tomar el tren. Al momento de que la escalera lo dejó en la plataforma para esperar el tren se percató de que había alguien más esperando cerca de las vías. Francis se sentía aliviado de ver a otra persona, hasta estaba con ánimos de saludarla. Una sonrisa recorrió su cara y aunque la distancia era abismante entre ellos dos, se dio el tiempo para acercarse a él.

-¿Dónde están todos? -gritó de la distancia al desconocido-.

No hubo respuesta, el extraño pareció no entender. Se tambaleaba mirando las vías del tren, tenía la cabeza abajo y no mostraba signos de inteligencia al hacer eso.

-¡Oye! ¿Me escuchas o no? -Francis se detuvo, algo le parecía raro–. Estás muy cerca de la línea del tren, idiota, regresa unos pasos o te puedes lastimar –se seguía tambaleando sin prestar atención-.

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⏰ Última actualización: Jul 27, 2013 ⏰

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