El ruido del despertador taladró mis oídos como el grito de un niño de tres años pidiendo una golosina, a las siete de la mañana como casi todos los días, entré al baño y me miré en el espejo, como de costumbre mi largo cabello castaño estaba enredado, mis ojos negros estaban hinchados y las ojeras tenían un tamaño enorme, peine mi pelo con suavidad para no estropearlo más de lo que ya estaba, una vez desenredado, me lo recogí formando una perfecta coleta que dejaba mis diminutas orejas a la vista de todo el mundo, las odiaba. Asique después de observarme detenidamente me lavé la cara para despejarme, con los jabones naturales que me regalo mi tía Elisabeth, conocida entre nuestros amigos y familiares como tía Beth, a la que vería en unas horas ya que me iba a vivir con ella a Enfield, un pequeño lugar de un distrito cercano a Londres, era el típico sitio donde probablemente todas las chicas querrían estudiar, aunque a mí no me entusiasmaba demasiado, adoraba a mi tía y no ponía para nada en duda que aquel lugar fuese maravilloso, pero no era especialmente conocida por hacer amigos y llegar a un sitio nueva y solo conociendo a mi tía, no iba a ayudarme con ese problema, no significa que yo sea tímida, que no lo soy, pero mi personalidad no encajaba demasiado bien.
Bajé a desayunar, después de un largo rato, la ducha había sido más larga de lo que esperaba pero no pensaba llegar sucia el primer día a mi nuevo "hogar". Me senté en la silla y observé a mi madre, la cual se movía de un lado para otro, ella era joven, creativa, atrevida y soñadora pero sobre todo era inquieta, su nombre es Margaret.
-Mamá, para, me mareas.
-Solo son nervios.
-Yo soy la que viajo mamá, no tú.
Ella se acercó a mi lentamente para tranquilizarse y tranquilizarme, porque puede que yo no quiera asumirlo pero ella es mi madre y sabe mejor que nadie como me siento y lo nerviosa que estaba.
-Prométeme algo.- dijo mientras acariciaba mi pelo.
-Lo que sea.
-Vas a cuidarte y también a tu tía claro, pero sobre todo vas a aprovechar esta oportunidad para estudiar.- dijo más seria.
-Claro mamá, sabes que soy responsable y sobre lo de cuidarnos ninguna de las dos somos niñas ya.
Mi tía lo era, y era probablemente la persona más infantil del planeta, pero en absoluto me preocupaba, yo sabía que seria y adulta podía llegar a ser si la situación lo requería y también estaba segura de que me ayudaría, me cuidaría y me querría incluso como mi madre.
Di vueltas a mi taza de café y levanté la vista un momento para observar la actividad tan poco productiva que ejercía mi hermano, ¿No lo conocéis? , pues tranquilos tampoco es necesario. Allí estaba sentado en la otra silla mirando el televisor como si le fuese la vida en ello.
-Me voy en una hora, ¿Piensas despedirte viendo la televisión?
-¿Piensas tú echarme una bronca hasta el último segundo que pases aquí?
Y puede que llevase razón, yo era la mayor y siempre había sido sobreprotectora con él, lo dejaba divertirse pero creo que él tenía un concepto de diversión diferente al mío y con los tiempos que corrían no era conveniente arriesgarse.
-¿Eso es un te voy a echar de menos?- dije en tono de burla.
-Es un porque no te has ido antes.- dijo apagando la televisión.
-Si por ti fuese no estaría aquí nunca.-reí y subí a mi habitación a por la maleta.
Todos me preguntaban que cómo se siente uno al abandonar todo lo que creía que iba a ser su hogar por innovar en un lugar desconocido, y yo siempre daba la misma respuesta, suerte, nadie sabía el porqué de esa respuesta pero era sencillo de explicar, y es que si tienes suerte en ese nuevo sitio, tiene oportunidades y de las oportunidades crecen las ganas y de esas ganas, la esperanza, y si tienes esperanza entonces y solo entonces, lo tienes todo. Y después de explicarlo venía la otra gran pregunta, ¿Y si sale mal?, sencillo, uno puede retomar los pasos que ya ha dado y volver donde está, pero si no lo intentas puede que hayas perdido la mayor oportunidad de tu vida.