Erdamal era una mujer con poca suerte, por eso fue de las últimas en enterarse de que el Gran Soid, el poderoso mago, iba a repartir sus tesoros antes de emprender un largo viaje. Corrió hasta su cueva en la montaña, pero llegó justo al final, cuando al mago ya solo le quedaba un enorme cofre.
- Vaya, ya no tengo nada más. Solo me queda este cofre, pero es demasiado valioso y no pensaba dárselo a nadie.
Sin embargo, al ver la decepción de Erdamal, añadió:
- Pero tú pareces buena gente. Si estás dispuesta a cuidarlo bien, podrás quedártelo y usarlo como quieras hasta que yo vuelva.
La joven aceptó emocionada por recibir algo tan valioso y el mago desapareció al instante. Erdamal se alegró de haber tenido suerte por primera vez, y comenzó a empujar el cofre hasta su casa. Como era un cofre muy pesado, pronto se cansó de empujar, así que decidió abrirlo para sacar lo que tuviera dentro y llevárselo sin el cofre. Pero dentro no había nada. Furiosa, pensó que todo había sido una broma pesada del mago. Erdamal se lamentó de nuevo por su mala suerte, pues había prometido cuidar un enorme cofre vacío y sin valor.
Cansada y desanimada, desde entonces solo pensaba en deshacerse del cofre. Le daba igual que la gente se detuviera admirada para contemplarlo; ella solo quería dejar de cargar con aquel pesadísimo cofre. Por eso no dudó en dejárselo a Ipap y Amam, una pareja que se cruzó en su camino. Ellos habían llegado incluso más tarde que Erdamal al reparto del mago, y volvían de la montaña con las manos vacías. Al ver que les ofrecía su gran cofre se llenaron de alegría. Era un cofre magnífico, impresionante, y no podían creer que su dueña no lo quisiera.
- No sirve para nada. No tiene ningún tesoro dentro, y es enormemente pesado. Lleváoslo y cuidadlo vosotros, yo he cargado con él demasiado tiempo y ya no me quedan fuerzas.
La joven pareja comprendió que Erdamal estaba tan desanimada que ya no era capaz de admirar la belleza del cofre, y se lo quedaron encantados. El viaje fue duro y pesado, pero ellos sabían que no era un cofre vulgar y corriente, y no les importó hacer un gran esfuerzo. En su casa lo cuidaron y limpiaron, reservándole el lugar más importante para mostrarlo orgullosos a sus amigos. Tanto lo pulieron día tras día, que con el tiempo comenzó a perder su vieja capa de pintura, dando paso a algo más brillante. Fue así como descubrieron lo que siempre les había dicho su corazón: que el mismo cofre era un gran tesoro, pues todo él estaba hecho de oro y piedras preciosas.
Aquel tesoro, orgullo de Ipap y Amam, se hizo muy famoso, y de todas partes acudían a admirarlo. Solo una persona era incapaz de verlo: la pobre Erdamal, para quien aquel cofre nunca perdió el aspecto de una enorme caja vacía y pesada. Pero nadie se atrevía a decirle nada porque, después de todo, era una mujer con muy poca suerte.
Y así somos todos. Un tesoro increíble que cuidan y miman nuestros padres para que brille más que ninguno. Puede que quien te llevó primero tuviera el corazón tan herido y cansado que no pudiera ver ese tesoro que escondías en tu interior, pero por suerte te llevó hasta tus padres, quienes sí que lo vieron desde el principio.
Erdamal era una mujer con poca suerte, por eso fue de las últimas en enterarse de que el Gran Soid, el poderoso mago, iba a repartir sus tesoros antes de emprender un largo viaje. Corrió hasta su cueva en la montaña, pero llegó justo al final, cuando al mago ya solo le quedaba un enorme cofre.
- Vaya, ya no tengo nada más. Solo me queda este cofre, pero es demasiado valioso y no pensaba dárselo a nadie.
Sin embargo, al ver la decepción de Erdamal, añadió:
- Pero tú pareces buena gente. Si estás dispuesta a cuidarlo bien, podrás quedártelo y usarlo como quieras hasta que yo vuelva.
La joven aceptó emocionada por recibir algo tan valioso y el mago desapareció al instante. Erdamal se alegró de haber tenido suerte por primera vez, y comenzó a empujar el cofre hasta su casa. Como era un cofre muy pesado, pronto se cansó de empujar, así que decidió abrirlo para sacar lo que tuviera dentro y llevárselo sin el cofre. Pero dentro no había nada. Furiosa, pensó que todo había sido una broma pesada del mago. Erdamal se lamentó de nuevo por su mala suerte, pues había prometido cuidar un enorme cofre vacío y sin valor.
Cansada y desanimada, desde entonces solo pensaba en deshacerse del cofre. Le daba igual que la gente se detuviera admirada para contemplarlo; ella solo quería dejar de cargar con aquel pesadísimo cofre. Por eso no dudó en dejárselo a Ipap y Amam, una pareja que se cruzó en su camino. Ellos habían llegado incluso más tarde que Erdamal al reparto del mago, y volvían de la montaña con las manos vacías. Al ver que les ofrecía su gran cofre se llenaron de alegría. Era un cofre magnífico, impresionante, y no podían creer que su dueña no lo quisiera.
- No sirve para nada. No tiene ningún tesoro dentro, y es enormemente pesado. Lleváoslo y cuidadlo vosotros, yo he cargado con él demasiado tiempo y ya no me quedan fuerzas.
La joven pareja comprendió que Erdamal estaba tan desanimada que ya no