Capitulo 3

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Holaaa a quien siga por aquí; antes que nada quiero disculparme por desaparecer taaaaanto tiempo, pero es que mi pc murió, luego estaba entre la universidad y el trabajo, solo par completar mi desgracia acabo de cambiar de ciudad y todo estaba volteados patas para arriba en mi vida, pero he vuelto y para quedarme. Mañana intentaré hacer un maratón de 3 o 4 capítulos, si es que aun les interesa seguir leyendo la novela.

Gracias por sus votos y no siendo mas, les dejo muchos abrazos (psicológicos) y gracias por sus votos.

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Domingo, 12 de marzo, 10.30 horas.

Joanna Carmichael aguardó a que el director editorial del Bulletin de Chicago examinara metódicamente sus fotografías y leyera con mucha atención el texto que había estado retocando hasta altas horas de la madrugada. Tras lo que le pareció una eternidad, el hombre levantó la cabeza.
—¿Cómo las ha conseguido? —preguntó Reese Schmidt señalando las imágenes.
—Estando en el sitio adecuado en el momento adecuado —respondió Joanna, encogiéndose de hombros. «Es mi karma», pensó, pero le pareció que Schmidt no compartiría su parecer—. La víctima vivía en el mismo edificio que yo. Estaba doblando la esquina para entrar en casa justo cuando se tiró por el balcón. Oí un grito y entonces eché a correr junto con tres personas más. Una pareja vio la caída. —Posó el dedo en la esquina de la primera fotografía: la cruda imagen de una mujer abierta en canal, desangrándose, junto a la cual había dos jóvenes; el blanco y negro captaba por completo su estupefacción—. Empecé a hacer fotos aquí y allá.
El hombre la miraba con escepticismo.
—¿Delante de la policía?
—Aún no habían llegado —respondió con calma—. Después seguí haciendo fotos, pero con más discreción.
—¿No utilizó el flash?
—Tengo una buena cámara, no hace falta flash. —Arqueó una ceja—. Me gusta conservar las fotos que hago.
En el rostro del hombre se dibujó una sonrisa irónica.
—Claro. ¿Qué me dice del texto?
—Lo he escrito yo.
El hombre sacudió la cabeza.
No me refiero a eso. ¿De dónde ha sacado la información? "Según una fuente anónima, la policía ha encontrado pruebas que indican que alguien coaccionó a la víctima para que se tirara desde un vigésimo segundo piso." ¿Quién es esa fuente anónima?
Al ver que la chica no respondía, Schmidt entornó los ojos.
No hay ninguna fuente anónima. O se lo ha inventado o bien oyó alguna conversación entre los policías. Dígame, ¿lo primero o lo segundo?
Joanna, contrariada, se mordió la parte interior de la mejilla.
—Lo segundo.
—Me lo imaginaba. —El hombre se sentó en su silla, tenía los dedos algo crispados—. Consiga que el Departamento de Policía de Chicago lo confirme, busque a alguien con quien pueda ponerme en contacto para comprobar los hechos y le publicaré el artículo.
«Por fin.» Eran las palabras que llevaba dos años enteros esperando oír.
—¿Dónde?
La sonrisa de él fue breve y algo burlona.
No sea codiciosa, señorita... Carmichael. Consiga una declaración que pueda comprobar y ya hablaremos.
A ella le pareció un trato justo. No era lo ideal, pero era justo. Por una fracción de segundo se planteó echar mano de su otra baza: su padre. Pero eso no sería justo, ni para Schmidt ni para ella. Se dispuso a recoger las fotografías y frunció el entrecejo cuando el hombre posó la mano sobre la primera, aquella en la que aparecían los adolescentes y el cadáver tan solo unos instantes después del impacto.
No quiero que me demanden por difundir información falsa —dijo él en tono suave—, pero siempre puedo utilizar las fotos. Las imágenes no mienten.
Joanna apretó los dientes.
—Yo tampoco. Volveré. —Salió a la calle con paso brioso y se dirigió a la comisaría. No tenía ni idea de cómo hacer que le confirmaran la información, pero lo conseguiría. El destino le había servido un artículo en bandeja, por así decirlo. Ahora le tocaba sacarle partido.


Domingo, 12 de marzo, 12.30 horas.
Adam detestaba la sala de autopsias. Incluso en los mejores días, solo el olor ya le revolvía el estómago, y ese día no era uno de los mejores para ninguno de los implicados.
Se detuvo nada más traspasar la puerta y miró el cuerpo tendido en la mesa. La que había salido peor parada era Cynthia Adams. Si se había suicidado, había sido con ayuda. Alguien la había estado torturando sistemáticamente con fotos y obsequios. En todas partes donde aparecía alguna firma, esta era "Melanie". Miller pensó que probablemente se trataba de la chica del ataúd y Adam era de la misma opinión.
La forense no lo oyó entrar de tan absorta como estaba examinando las manos de Cynthia Adams. Por suerte había cubierto el torso de la chica con una sábana. Adam carraspeó y Julia VanderBeck levantó los ojos, protegidos con unas gafas de plástico. No entendía cómo la mujer podía soportar el olor, sobre todo ahora que estaba en avanzado estado de gestación. La admiración que sentía por Julia creció un poco más.
—¿Me has llamado? —le preguntó, y los labios de ella dibujaron una mueca.
—Sí. ¿Dónde está Miller?
—Escuchando los mensajes del contestador de la víctima y viendo la grabación de la cámara de seguridad del vestíbulo del edificio donde vivía. —Al parecer, la gratitud que sentía el portero, el señor McNulty, no implicaba haber desconectado todas las cámaras del edificio—. Trata de averiguar quién le llevó todos esos lirios.
Julia asintió con gesto enérgico.
—Recuérdame lo de los lirios antes de marcharte —dijo—. Pero antes seguro que querrás saber lo que he encontrado en el análisis de tóxicos.
—¿Qué? —preguntó Adam, y tomó la carpeta que ella le tendía por encima del cadáver de Adams. En el piso de la mujer habían encontrado diecisiete botes de medicamentos distintos. Cuatro de ellos se los había recetado la doctora Arianne Rossi. En los otros trece aparecían los nombres de otros médicos, las fechas se remontaban a más de cinco años atrás.
Julia se estiró y se llevó las manos a la parte baja de la espalda.
—Estás de suerte, le debo un favor a Miller. No habría venido en plena noche por cualquiera. —Exhaló un suspiro y se sentó en un taburete, junto a la mesa donde llevaba a cabo las autopsias—. En el análisis de orina no ha aparecido ninguno de los medicamentos. La última receta la hizo Rossi y era de Xanax. Se utiliza para tratar la ansiedad y la depresión. Eso es lo que debería haber encontrado en la orina, pero en su lugar han aparecido niveles altos de fenciclidina.
Adam frunció el ceño.
—A lo mejor la consumía.
Julia se puso en pie.
—Ven aquí. Quiero enseñarte una cosa.
Salieron de la morgue y lo guió hasta el laboratorio. Allí olía mejor. Adam respiró hondo sin hacer caso de la risita que soltó ella.
—Enséñame lo que tengas que enseñarme.
Ella vertió unas cuantas cápsulas procedentes de dos botes distintos en una hoja de papel blanco. Adam recordaba haber visto uno de los botes en el piso de Adams. El otro llevaba una etiqueta del hospital.
—Lo de la izquierda es el Xanax del hospital y lo de la derecha, las cápsulas que encontraste en la mesilla de noche de Adams —explicó ella.
Adam miró las cápsulas con suma atención.
—Parecen iguales.
—Eso es lo que querían que pensara ella. Alguien vació las cápsulas y las rellenó con fenciclidina.
Adam posó los ojos en la mirada de preocupación de ella.
—Quienquiera que fuera se buscó un trabajo de la hostia.
—Quienquiera que fuera quería que perdiera la cabeza y se volviera completamente loca.
Adam pensó en las fotografías; en la soga que contenía la caja de regalo; en la pistola cargada que habían encontrado en otra caja, dentro de un armario; en la escalera que la semana anterior no estaba en el balcón. En los lirios.
—Qué mierda.
—Bien expresado —soltó Julia—. Volvamos a la sala de autopsias, quiero enseñarte otra cosa. —Él la siguió y la observó alzar el brazo derecho de Adams. En la parte interior de sus muñecas había sendas cicatrices verticales, profundas e irregulares.
—Ya había intentado suicidarse antes —concluyó él.
—Por lo menos una vez.
—En su piso hemos encontrado una pistola cargada y una soga. Las dos cosas estaban guardadas en cajas de regalo y llevaban una etiqueta dorada. En las dos etiquetas ponía: "Ven conmigo".
Julia suspiró.
—Alguien quería de verdad que se quitara la vida.
—Eso parece. Me has dicho que te recordara lo de los lirios.
—Sí. Tenía polen en los orificios nasales.
—Encontramos una flor debajo de su almohada.
—Entonces es lógico. No he encontrado polen en las manos.
—¿Es posible que desapareciera al lavárselas?
—Tal vez, pero con tantos lirios como dices que encontraste es poco probable que no se le quedara un poco de polen en las uñas si los hubiera tocado. Y más con esas uñas.
Adam miró las largas uñas pintadas de rojo de Adams.
—Así que no tocó los lirios.
—Es lo más probable.
—Por lo tanto, quien los llevó al piso fue otra persona. —Sonó su móvil y lo sacó del bolsillo.
Era Miller, y parecía... furioso.
—¿Dónde estás, Adam?
—En la morgue. ¿Qué ocurre?
—Ha venido Latent a decirme a quién pertenecen las huellas que la científica ha encontrado en el piso de Adams. Adam aguardó pero Miller no proseguía.
—¿Y? Miller, ¿qué es lo que ha descubierto Latent?
—Haz el favor de venir —le espetó Miller—. Y date prisa, joder.

No Te EscondasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora