Prologo

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Cada persona tiene experiencias diferentes, estas pueden ser para aprender lecciones, divertidas, reflexivas y otras pueden dejar una gran marca de la cual se nos haría muy difícil de superar. La mayoría de las mías corresponden a la última categoría, comenzando desde el primer año de escuela.

Muchos niños antes de ir a la escuela suelen ir a lo que llaman al Kindergarten, donde de alguna u otra manera te puedes ir acostumbrando a tal ambiente, ya saben; el tener que ir a cierto lugar para relacionarse con otros niños de tu edad, teniendo que soportar el miedo e inseguridad de pasar esas horas con extraños, estando sin la completa seguridad y protección de tus padres. Como sea, el caso aquí es que no tuve el privilegio de pasar por esa etapa. Mis padres tenían la idea de que eso no era necesario pues solo me iba a dedicar a hacer exactamente lo mismo que en casa; jugar, y por un lado tenían razón pero, por el otro, tuvieron que considerar que podía ser un poco impactante para su hija. Pasé mis maravillosos primeros años sin preocupación alguna, nunca había visto una escuela, no sabía lo que era siquiera, y que de un momento a otro que te lleven a un cuarto con puros niños llorando y gritando no era un buen inicio, más aún con una profesora que reía excesivamente que daba la sensación que en cualquier momento se comería a un alumno. Estaba sola, asustada y me preguntaba que atrocida había cometido para que mis padres me llevaran a tal espantoso lugar, lloré e imploré que me sacaran de ahí pero nunca pasó. Sin embargo, uno se va adaptando acorde la situación, de pronto la escuela no era tan terrible como el primer día, además el hecho de ser un infante ayudaba pues las amistades eran sencillas, al menos para mí lo fueron. El gran problema comenzó al entrar a la escuela superior; nuevas personas, amistades y relaciones, la cual habían destrozado las que ya tenía.

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