Sus piernas alegraban aquel salón. Me quedé embobado observando el contoneo de sus caderas. Aquella mujer era lo más bonito que mis ojos habían visto. Se acercó a mi. Las palabras se amontonaban en mi lengua, sin opción a salir. Comenzó a sonrojarse al ver mi admiración.
Un "Hola, soy Laura" me hizo despertar de aquel sueño en el que lo creyera o no, seguía absorto.
Unos bonitos ojos decoraban su rostro, hasta el momento, no sabía que las estrellas también eran marrones. ¿Y qué decir de su mirada? No es que me perdiera en ella, es que todavía busco la salida.
Devolví el saludo, y mientras me preguntaba si estaba esperando a alguien, seguí observándola. Respondí que no, que se sentara si quería, y así lo hizo. Se dispuso a acercarse a la barra y a pedir un café. Se me pasaron tantas cosas por la cabeza que solo conseguí sacar una en claro: aquella mujer tenía los labios más bonitos que jamás había querido besar. No es que quisiera, es que lo necesitaba. Notaba en mi interior la obligación de probarlos. Necesitaba rozar su piel, acariciar su espalda, besarla al son de nuestros latidos, necesitaba sentir por un momento que entre sus brazos, era el hombre más feliz del mundo.
Regresó a la mesa con un tazón de café humeante entre sus manos. No pude evitar esbozar una sonrisa al pensar que ella se acababa de convertir en mi nueva cafeína. No solo por la necesidad de probarla cada mañana, también sabía que su imagen iba a quitarme el sueño durante mucho tiempo.
Charlamos durante horas en aquel bar, y cuando conseguimos apartar nuestras miradas, nos dimos cuenta de que ya era de noche. El reloj marcaba las diez. "¡Madre mía! Si han parecido cinco minutos..." Pensé.
De repente, me dijo que tenía que irse, dejó unas monedas al camarero, y cuando me quise dar cuenta, las mismas piernas que hace un rato me habían embobado, se habían ido.
Desde aquel día, paso las tardes esperando a que aparezca con su cálida sonrisa y pida, de nuevo, otra humeante taza de café.

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Laura
Historia CortaY por muchas vueltas que le dé, aquella sonrisa era la droga más fuerte, porque sin probarla, consiguió quitarme el sueño.