2- Roces

134 7 5
                                    

Una de todas aquellas tardes frías noté que algo se acercaba a mí. Pude sentir el roce de unas heladas manos sobre mi hombro. Nervioso, me giré y ahí estaba ella. Volví a admirar cómo era capaz de cortar mi respiración.
La escena se repitió, ella y su taza de café se instalaron junto a mi. Pasamos de nuevo horas charlando, pero esta vez, Cenicienta no debía volver pronto, así que la invité a subir a mi casa.
Nombró varias veces mi orden y limpieza, y tras servirnos un par de copas de vino, comenzamos a acercarnos cada vez más.
Nuestros cuerpos en perfecta sintonía, encajaban como las piezas de un puzzle resuelto. Sus manos frías comenzaron a recorrer mi espalda, cada yema de cada dedo despertaba una nueva sensación en mi, nunca vivida. Su pelo caía sobre mi cara, y jugando, lo apartaba. Cada vez que volvía a caer sonreía, y la acariciaba. Aquello me relajaba, mucho.
Nuestros labios estaban cada vez más cerca. Poco a poco, no había prisa.
Repetía muchas veces que me quería, que nadie le había hecho sentir nada parecido, ninguno podíamos evitar sonreir. Era imposible no perderse en sus ojos, aquel mar que dejaba de ser libre para convertirse en jaula. De repente, estábamos tan cerca que podía adivinar que cada una de sus pecas era un gran desierto.
Llegó el momento, podía notar en mi pecho cómo su respiración aceleraba, y eso hacía que mi corazón comenzara a latir cada vez más fuerte, cada vez más rápido. Cuando nuestros labios estuvieron por fin unidos pude darme cuenta de que ya éramos uno, y de que quería seguir siéndolo durante mucho tiempo.

LauraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora