Introducción

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"Jugar a ser Dios, bailar con el Demonio."


Pelo negro a la altura de la mandíbula, haciendo contraste con mis ojos también negros, los cuales resaltan en mi piel tan blanca casi cómo la nieve. Labios gruesos y largas y oscuras pestañas que me resaltan los pómulos. Y todo eso, en una chica de quince años de metro cincuenta y siete.

Mi nombre es Camila, Camila Penhallow. Sí, un apellido un tanto extraño, ¿no? En fin, cada cosa tiene su sentido.


13 de Mayo de 2015.

Subo las escaleras de la que ahora será mi nueva casa. Abro la puerta del primer dormitorio de una patada y dejo las cajas que llevaba en los brazos a un lado.

Miro a mi alrededor inspeccionando el lugar; no es muy grande ni muy pequeño. Antes de venir me aseguré de que todo estuviera en su sitio; la cama, el armario, y el resto de cosas de la casa, cómo el sofá, la televisión, el microondas, etc.

Me acerco a la ventana y la abro, dejando que la brisa fresca de la mañana me dé en la cara y alborote mis suaves y cortos cabellos. Justo enfrente hay otra casa, lo que me estropea las vistas. Era el único inconveniente que no había tenido en cuenta al mudarme a Madrid.

Por un momento anhelo mi ahora antiguo hogar; con mis padres, el patio delantero y trasero lleno de flores, que aquí en lugar de eso hay una piscina que me niego rotundamente a utilizar.

Noto una presencia bastante familiar detrás de mí, por lo que me doy la vuelta. Me obligo a levantar la cabeza y mirar a quien tengo delante; Alexander Lightwood. Tiene el pelo negro que casi le roza los hombros, una tez pálida y los ojos más azules que haya visto en toda mi vida. Lleva su típica sudadera y sus tejanos, conjuntados con unas bambas un tanto viejas, se niega a que su hermana le renueve el fondo de armario.

-¿Qué haces aquí, Lightwood? Pensaba que estabas con Magnus Bane-me crucé de brazos para parecer más corpulenta, y lo conseguí, porque ese gesto hizo que resaltaran mis pequeños pero fuertes músculos.

-Quería asegurarme de que estabas bien-respondió sin emoción alguna en el rostro.

-Pues ya ves que estoy estupendamente, puedes marcharte-le suelto sin más, sigo sin comprender porque soy tan dura con él, cuando es cómo un hermano mayor.

-¿Sabes? Hay una frase que te define muy bien en estos momentos.

-¿A sí?-musito en tono sarcástico mientras le rodeo y me siento en la cama, siempre tiene una frase para definirme, está empezando a parecerse a Jace, lo cual me irrita más.

-Juegas a ser Dios, pero bailas con el Demonio.

-¿Te estás refiriendo a ti mismo cómo el Demonio? Oh, vaya. A parte, no veo que estemos bailando-gruño.

-¿Cuando dejarás de ser tan dura conmigo?-me pregunta mientras se apoya en el alfeizar de la ventana.

-Cuando los cerdos vuelen y las ranas críen pelo. O mejor aún, cuando decidas contar por tu cuenta que eres gay y estás saliendo con Magnus Bane, en gran brujo de Brooklyn-respondo secamente.

-Ya hace casi medio año de eso..

-Me da igual. No confiaste en mí. Ni en mí ni en ningún otro.

-Ya sabes que la Clave ve con malos ojos la homosexualidad.

-Pues que le zurzan a la Clave.

-Camila-me regaña.

-Te odio-digo en un susurro apenas audible.

-¿Perdona?

-He dicho que te largues. No necesito tu ayuda ni la de nadie, ni tampoco ninguna supervisión, sé cuidarme yo sola.

-Muy bien, pero luego no vengas pidiendo ayuda-me responde en tono cortante, y acto seguido, sale de la habitación. Me recuesto en la cama y escucho cómo da el portazo que da paso a un inmenso silencio en la casa. Cierro los ojos con la finalidad de olvidarme de todo un rato, y así lo hago; porque me quedo dormida.


Estrellas del firmamentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora