Amanece por el este

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Las noches en verano son cortas, cerca de las nueve de la noche la porción de cielo circundante al astro de fuego se tiñe de naranja, a veces en tonos rosados o rojos, siempre con ayuda de las nubes para pintar ese paisaje tan fotografiable.

Una vez que la oscuridad es reina, los insectos son soldados, como suele suceder en el cono sur en épocas acaloradas (tal vez alguno de estos bichos habrá sido el causante de la plaga, o al menos esa teoría comenzarían a rumorarse entre los que aún no sucumbian a ella, y no seria confirmada ni desmentida, sino hasta dentro de muchos años) y no dejan dormir en paz a nadie.

El amanecer no se hace esperar, la penumbra dura menos que la vida de una mosca de fruta y cercano a las cinco y media ya se ve como los tonos claros se apoderan de todas las cosas, como si de un abrazo tibio se tratase. A Alan le hubiera gustado recibir un abrazo como esos en su situación, pero dado el apuro que llevaba consigo, lo hubiera considerado un estorbo por mas necesidades emocionales que tuviera.

La luz desnudaba su tapadera, ya no estaba escondido bajo el ala de la oscuridad, ahora todo se tornaria mas peligroso. El sol se asomaba presuroso por el este, que quedaba a su izquierda de una manera poco exacta.

Cargaba en su espalda una mochila de acampar, de esas con múltiples bolsillos y compartimientos que uno pueda necesitar para una suerte de aventura, ahora contenía un pantalón ancho, más ancho de lo que el los usaba, su función más que de prenda de vestir era la de turbante en los días de más calor y carpa improvisada cuando la situación lo requería; también llevaba una olla de unos veinte centímetros de diámetro que utilizaba para cocinar lo que sea que encontrase, aunque desde hacía días que nada podía poner ahí y se entusiasmaba lamiendo su interior, imaginando los alimentos que por allí pasaron; y en el bolsillo más interior de todos los que la amplia alforja poseía, guardaba todas las alhajas y joyas que recolecto a lo largo del caos. Si bien las piedras preciosas y metales de la misma índole no poseían ya valor de cambio, servían para distraer a la mente de Alan, para hacerle acordar que no sólo se debía a lo básico.

Las herramientas útiles y armas de todo tipo constituían el sistema universal de trueque, siempre y cuando se encuentren interesados.

La calle sin asfaltar se encontraba carente de vida y con abundante basura de todo tipo, desde ropa y calzado inutilizable hasta esqueletos de automóviles, pasando por algunas ocasionales pilas de huesos erosionandose más y más como si de se tratasen de piedras en el fondo de un turbulento arrollo, que en algunos casos obraban de obstaculo para las mentes mas distraidas y para los muertos mas veloces.

La copa de los árboles danzaban gracias al viento sur, que era un real alivio para Alan, que ahora podía descartar la muerte por "Ignición espontánea" en su lista de posibles decesos inminentes. Una lista tan imaginaria como real.

Llevaba un trote ligero y constante, su equipaje pesaba y debía cuidar de sus escasas energías para cualquier imprevisto, o para llegar a su equis siquiera, ya que no sabia a ciencia cierta cual lejos esta estaba en el mapa.

Había tenido mucha suerte de no cruzarse a algún muerto en su camino, cierto es que esa era una zona relativamente tranquila (interpretese bien el significado de la palabra "relativa") y suburbana, pero el factor sorpresa siempre jugaba en el equipo contrario, como un as en la manga de los infectos con el cual podría destrozar cualquier plan defensivo de los sanos.
Cuadra tras cuadra, casa tras casa, se estaba acercando a su destino por el precio de litros de transpiración, que sumado al eco retumbante que habitaba en su estómago, bien podría marcar un tic al lado de "Desnutrición/agotamiento" en su lista de posibles muertes.

Su suerte parecía acabarse a medida que Ra nacía, no veía bien, su hambruna de dias y la elevada temperatura propia de los meses finales del año favorecían un estado físico lamentable en el que sólo corría por inercia, y sus posibilidades de salir victorioso del encuentro con un muerto se volvían más reducidas aún de lo que en condiciones óptimas estas serían.

Allá a lo lejos, como a tres cuadras pudo vislumbrar movimiento humano, en una esquina. Era verdad, ahi habia gente viva. El golpe de euforia que sintió fue rápidamente aplacado por el terror producto de ese asqueroso y pútrido rugir de un cadáver andante, un muerto.

No quiso darse vuelta siquiera, sus posibilidades de morir serían más altas si perdía esas milésimas de segundo que le tomaría girar la cabeza para reafirmar lo que sus oídos ya habían confirmado. Debía correr, utilizar cada fibra de su cuerpo para seguir con vida, y así lo hizo.

Con un movimiento rápido de hombros descolgó su mochila al tiempo que se lanzaba a la vida, tal vez ese trasto podría servirle de obstáculo para el muerto.

Nunca supo si esa truco improvisado funcionó, ya que a medida de que iba acortando la distancia con su posible salvación, el fallecido parecía estar mas y mas cerca, ignoraba cuanto en realidad.

Las tres cuadras se hicieron cincuenta metros en un instante, Alan alzaba las manos desesperadamente pero no gritaba, sabía que eso podría atraer a más de ellos, y entonces no habría tiempo de tachar ningúna palabra de ningún a lista. Entonces estaría muerto.

Como si su vida lo abandonase, sus fuerzas menguaban y sus piernas no respondían a la velocidad que su cerebro demandaba que estas debían mantener.

A medida que el colapso de su cuerpo se aproximaba aquellos hombres lo alcanzaron al fin. Pudo sentir como una persona lo sostenía mientras vio de reojo a otras dos, que lo pasaban de largo con lo que creyó que eran escobas en sus manos.

En ese instante perdió el conocimiento.

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