Tiempos violentos 1

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Alan tenía hambre y su estómago retumbaba como no lo hacía desde que tenía diez años, cuando había tenido que repartir estampas con la imágen del santo del pan y del trabajo, parecía un mal chiste.

Las horas pasaban, la pared ya había dejado de ser fría y había tomado su temperatura corporal, las gotas de traspiración caían una a una por la punta de su bronceada nariz. Escuchaba el ruido de las pisadas y las palabras, pero estas últimas parecían cada vez más raras, como si estuvieran hablando bajo el agua y solo lo más grave de lo grave fuera lo claramente audible. Estaba por desmayarse otra vez.

En medio de su transe auditivo, la compuerta del techo se abrió. Por ella bajo un hombre flaco, alto y de pelo largo hasta la mitad de la espalda, su rostro de rasgos duros contrastaban demasiado con lo lacio de sus cabellos.

Detrás de él bajo otro hombre, más joven y con el pelo más corto pero lleno de dreads. No debía de pasar los treinta y cinco años.

Se acerco enérgicamente hacia Alan.

-Hola Alan, soy Jessico, me dijo Timo que te digamos Alan ¿Cómo estás?- Pregunto amigablemente.

-Tengo hambre- Rogué.

-Mira, justo cuando nos encontraste esta vamos volviendo de cazar ¿Te gustan más los gatos o los perros? Hoy palomas no tenemos, disculpanos.

-Cualquier cosa- Supliqué.

-Perfecto ¡Eh Vega! Prepará los gatos, que Mami los limpie.

-Gracias- Lloré

Entonces el hombre de pelo largo subió las escaleras y se perdió en la cegadora luz del día, mi fotosensibilidad había aumentado mucho.

-Pero aún no vamos a comer, primero tenemos que hablar un poco- Informó en tono de profesor de secundaria hablando con los padres del adolescente que nunca se calla.

Acercó una silla de mimbre justo en frente de Alan, al sentarse en ella las hebras parecían a punto de rendirse pese a que el hombre aquel era de poca musculatura, aunque de considerable altura. Se inclino hacia mi.

-Mira, ahora mismo estamos en una cueva, en nuestro refugio ¿No? Bueno sobre nuestras cabezas hay una casa, común como cualquiera y todos llegamos acá por casualidad, de a uno, con Vega fuimos los primeros- Llevo su torso hacia atrás y apoyó la espalda en el débil respaldo, que se quejo en su idioma al recibir más tensión-. Hace más de dos años se venía el frío y teníamos que refugiarnos en algún lado, y bueno, acá estamos.

Jessico se dio vuelta esperando intercambiar una mirada complice con el pelilargo, se volvió rápido hacia mi, al parecer se había olvidado de que lo había mandado a preparar el gato

-Pero siempre están los moscas hijas de puta que sobrevuelan los buenos cortes. Un día como cualquier otro llegaron unos tipos buscando voluntarios para armar una milicia, acá no queríamos matar más muertos ¡QUERIAMOS TRANQUILIDAD!- Se paró-. Pero la diplomacia nos cayó encima y quisieron obligarnos a la fuerza. . . mataron a Diego, a León y a Luz. . . . Y no quedo ni uno ¿Sabes? Eran más de diez y los mate a todos. Al último lo hice cavar las tumbas de sus amigos, de Diego, de Leon, de Luz y la suya propia.

Hizo un silencio y entonces comenzó a reírse.

- ¡Y aun tenía huevos para amenazarme! Ahí fue cuando dijo que había más, que si ellos no aparecían volverían más, docenas de miliciantes y milicianos.

Entonces dejo caer todo su cuerpo sobre la silla, que de seguro estaba llorando en el interior, pensó Alan

-Ahora están enterrados todos en la mitad de la calle, la calle por la que vos corriste pidiendo ayuda.
Hace un mes, mas o menos, mas de tus compañeros pasaron caminando frente a la casa, eran muchos, y nos buscaban a nosotros ¿No? ¡Y todos pisaron las tumbas!- Rió- ¡Vos te desmayaste sobre ellas!-Rió más fuerte-. Vinieron a nuestra casa, nos quisieron obligar a hacer cosas que no queríamos y mataron a tres de los nuestros.
Si Alan hubiera tenido un espejo delante vería suciedad, transpiración, miedo y confusión. Algo andaba mal, y sospechaba que iba a empeorar.

Entonces Vega bajo por la escalera con un caño de acero que dejo sobre una mesa. Tomo un montón de tierra del suelo con una mano y con la otra levantó una bufanda. Jessico clavó sus largas uñas en la mandíbula de Alan y la tiró hacia abajo mientras con la otra mano hizo palanca con los dedos índice y mayor en los orificios de la nariz. Vega le metió el montón de tierra en la boca hasta que ya no pudo abrirla más y le ató la bufanda alrededor de la cabeza, impidiedole cerrar la mandíbula.

-Todos los que vivimos acá prometimos que ustedes, ratas asquerosas, morirían y pagarían. Y ahora tenemos a un espía vivo, esta vez le vamos a sacar provecho, no todo va a ser diversión como con el primero.

Dicho esto, diez kilos de acero cayeron como un marrillo hidráulico sobre la rodilla derecha de Alan.

Los MuertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora