Bienvenido a la casa

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Alan trataba de abrir los ojos con dificultad, sus párpados parecían querer proteger a los globos oculares del ardor que estaban sintiendo.

Pensó que nunca, desde que empezó el caos, habría sufrido de algo remotamente cercano a una resaca. Recordó su vida anterior. Ciertamente no era un hombre de hábitos alcohólicos, pero había sabido tener algunas borracheras de esas que hacen no querer volver a oler siquiera vinagre en lo que resta de la vida. Esa sensación se parecía en como su cuerpo se sentía ahora, más que nada por la necesidad de algún sólido en el estómago para digerir, de que el cuerpo procese algo para depurar el veneno, en este caso, el vacío.

Su corta reminicencia fue interrumpida gracias a que su cuerpo comenzaba a aceitar sus engranajes y su cerebro a procesar información, entonces, al abrir completamente los ojos descubrió que un hombre flaco, de piel oscura y abundante barba, en cuclillas, ataba firmemente sus tobillos con un cinturón.

Tardó unos largos segundos en entender lo que sucedía, aunque por si mismo no terminaría de atar los cabos. Quiso mover sus brazos también, pero estaban igualmente amarrados en su espalda. Se encontraba inmóvil, sentado contra una pared fría, lo único positivo de la situación.

Alan comenzó a mover su cuerpo en una especie de espasmo por lograr más movilidad pese a que sus ataduras no le daban ni un centímetro de margen. Cayó hacia la izquierda sobre su cuerpo, su cabeza se golpeó al caer. El hombre de barba crecida se incorporó, entonces Alan pudo ver que se trataba de un anciano realmente flaco, aunque de pie, no mostraba ni un ápice de la debilidad física que se esperaría de un hombre de avanzada edad y con tal envergadura muscular.

El lo agarro de uno de los brazos y lo volvió a sentar en su lugar, con la otra mano movio su mandíbula a la derecha para examinar el pequeño golpe que se había causado en la cabeza al caer, el piso era duro y al parecer se había hecho un corte, sentía una gota de sangre solitaria decender por el lado izquierdo de su rostro. El anciano meneo la cabeza y frunció las tupidas cejas, como esforzándose por atraer las ideas.

-No hagas esto mas difícil, quédate quieto- Ordenó con voz temblorosa el viejo de la barba.

Su voz flaqueaba y denotaba menos decisión de lo que su porte aparentaba.

Casi podia distinguir un poco de gentileza, pero casi.

Entonces el se incorporó y se acerco a una mesa cercana. Recién en ese momento Alan presto atención a su entorno; se encontraba en una especie de sótano recién empezado, de hecho el piso y las paredes eran de tierra, el estaba sentado sobre unas chapas plateadas llenas de abolladuras.

El techo era de madera, o había madera el el techo, lo ignoraba, la poca luz que iluminaba el lugar era prestada por una lámpara de aceite de unos treinta centímetros que estaba colgada desde uno de los peldaños de una escalera (esta vez si tenia la certeza de que estaba fabricada en madera) apoyada sobre la pared opuesta a la que el estaba usando de apoyo, debían estar a unos diez metros de distancia, tal vez menos, era malo midiendo las cosas a ojo.

A demás de la mesa y el anciano, esa cueva de tierra guardaba una pila de colchones en una esquina, cuatro de una plaza y dos de dos en la base, sobre todos ellos, y en su cercanía, podían verse muchas prendas de vestir de todo tipo, desparramadas y carente del orden que los colchones poseían entre sí. Cerca de la mesa a la cual se había acercado el hombre mayor se encontraba una gran estantería que pese a estar apoyada en el suelo sobrepasaba la altura de sus codos, de haber estado en clavada en la pared su función debía ser alcanzar el cielo razo, pero obviamente no podrían clavar ni un cuadro a las paredes grumosas de tierra. Cada estante y compuerta estaba ocupada por latas y latas de lo que parecían ser verduras, deducción hecha en base a que sus etiquetas eran todas de color verde oliva.

A lo largo de todo el recinto había palas, escobas y herramientas de todo tipo distribuidas por el suelo o apoyadas contra pared en un orden aleatorio, todas desgastadas y muy sucias, todo a su alrededor estaba en esas condiciones.

Si hubiera visitado ese recinto en otros tiempos, hubiera adivinado que se encontraba en el deposito de alguna muebleria, con roperos, mesas bajas, cajoneras y escritorios que guardaban vaya uno a saber que entre sus cúbicos diseños. Se pregunto por qué no ponian la ropa ahí.

Y más importante que lo demás, en la habitación se encontraban cuatro pilares de ladrillos, ennegrecidos por alguna razón, o tal vez los colores de dichos objetos no podían apreciarse en su totalidad debido a la poca luz, pero el concepto de "incendio" cruzo por su cabeza, junto con el de "improvizo". Los bloques no estaban unidos por nada mas que por gravedad y unas maderas pequeñas en donde las precarias estructuras hacian pie. Aquello podía ser obra de algún arquitecto con falta de recursos, o de algún ingenioso con falta de conocimientos. A Alan le sorprendió que pese a que los pilares eran cuatro, y estaban distribuidos en distancias correctas para ser una habitación cuadrada, por el contrario esta era bastante irregular y parecía estar en expansión, dados los montículos de tierra acumulados en torno a las paredes y tapando los cajones más bajos de las mesitas de luz. A Alan se le ocurrió que podría guardar todo ese desastre en los muebles, incluso soltó una carcajada imaginaria por lo absurdo de la idea.

Aquel viejo se volvió hacia Alan y le limpio la herida y el recorrido de la sangre con un pedazo de franela sucia.

-Ya coaguló, te vas a curar sólo- Afirmó el hombre-. Me llamo T. . . decime Timo.

- ¿P-por que me tenes atado?- Su voz se encontró con catarros inesperados y pareció una súplica disfrazada más que una pregunta real.

No hubo respuesta inmediata, lo que le dio tiempo a imaginar una perfectamente lógica.

-Si quisieras saber si me mordieron o no, me hubieras desnudado, lo que seguro ya hiciste- Dijo razonablemente -¿Por qué no me soltas y. . . ?

No pudo terminar la interrogante ya que tuvo que atajar una piedra con el rostro. Se le había abierto otro corte justo al lado del anterior.

Timo se dio vuelta como si su sobrevivencia inmediata dependiera de unos buenos reflejos de colibrí, como los que aparentemente poseía.

-¿Podrías aguantar hasta que Jessico hable con el?- Pregunto Timo dirigiéndose a la nada- Si me lo llenas de agujeros ahora no nos va a decir nada.

Solo entonces lo notó. Justo debajo de la escalera había una pila de almohadones con la silueta una mujer de pelo corto. La luz del candil que pendía justo sobre ella no la iluminaba dado que todas las tablas/peldaños creaban una sombra pareja en relación con el ángulo del cual provenía el fuego. Como aquella mujer pudo arrojar esa piedra a tal velocidad desde esa distacia era un misterio.

-Lo mandaron justamente para que no diga nada, si dependiera de mi usaría sus tripas para alimentar a los muertos del arrollo.

-Es una suerte que no dependa de vos, ahora haceme un favor y anda a fijarte cuanto les falta.

La mujer se incorporó, dio la vuelta a la escalera y se Alan pudo ver que se trataba de una mujer adulta de pelo rubio y anchas caderas, subió por sus peldaños y movio una compuerta hacia el exterior para poder salir por el techo. No cerró la compuerta tras de sí y la luz del día entraba mezclándose incomodamente con la iluminación ignea del candil.

-Ella es Val, no Valeria, solo Val- Afirmo Timo, que procedia a limpiar el nuevo corte que la piedra le habia hecho-. Los nombres de antes ya no valen, no hay ningún registro de nada, no tenemos que pagar ningún impuesto, no tenemos que hacer filas, no tenemos que validar documentación- Se podía ver como sus ojos se iluminaban-. El nombre que le ponen a uno siempre es una mierda para quien tiene que llevarlo ¿No? ¡Yo soy Timoteo! Con este nombre podría ser grumete de algún remolcador- Hizo una pausa mientras lo miraba- ¿Cómo te llaman?

-Soy Alan.

Timo se incorporó y empezó a caminar en dirección a la salida. Arrastraba los pies, uno más que el otro, y levantaba algo de polvo. Antes de subir la escalera se detuvo.

-Por tu bien responde sinceramente a todo lo que te pregunten- Dijo sin darse vuelta-. Y no nos cagues.

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