Aokigahara

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El firmamento era negro por el este y bordó por el oeste, las eternas luces eléctricas ya no eran un obstáculo para que la oscura ala de la noche se despliegue a su antojo por sobre las cabezas de los vivos y los muertos. Las tinieblas les daban cobertura y la luz de la luna era todo lo que hacia falta para no desviarse del camino. Los infectos son casi ciegos y mientras no se hagan ruidos, todo el mundo está seguro.

Ante el ojo inexperto, las tenues siluetas de Val y Wallace serían fantasmas celestes que sólo el rabillo del ojo pudiera notar. Esa noche iban a revisar las trampas de los animales terrestres y con sus hondas planeaban dar caza a los aéreos, pero aunque sus ojos, ya entrenados, eran muy agudos en la oscuridad, los pájaros son animales muy esquivos para asesinar si no es de día.

Cuando salieron eran las diez según Mami, y ya habían pasado media hora vordeando el arrollo, la penumbra quieta y pacífica sería tal sino fuera por la incontable cantidad de muertos que habían caído en aquella fosa a lo largo de los años. Eran miles y miles de pies putrefactos descarnadose por escalar las paredes fangosas y resbaladizas de aquella zanja al coste de su propia integridad, a lo largo de kilómetros. En el fondo de todo ya no había piedras, hiervas y ni una gota de agua, no era suelo marino ni nada tan biosaludable como eso, eran restos en descomposición de los más desafortunados que tuvieron la desgracia de fracturarse una pierna o dislocarse una rodilla y caer, transformandose entonces en composta aplastada y amasada. Huesos quebradizos y organos oscurecidos, unificados en un puré nauseabundo y sin forma que eventualmente se volveria otra capa de podredumbre que los muertos, en su energica y desesperada voluntad de predar y salir de ese zanjón, seguirían retroalimentando. El ciclo mismo de la muerte nauseabunda. Algunos inclusive colapsaban de pie y por la presión circundante nunca caían.

Todos esos cuerpos apretados sólo podían gritar, gritar y gritar, espantando a cualquier organismo realmente vivo y por eso, paradojicamente, sus cercanías eran bastante seguras.

En realidad no era nada parecido a un arroyo, pero así le llamaban por el simple facto de que era más agradable que fosa o zanjón. En lo que el mundo se había convertido era muy importante hacer las cosas lo más agradables posibles, desde el nombre de un horrible lugar hasta tratar de no comer animales que otora fueran domésticos, en lo es posible.

En fin, era seguro caminar por la ribera ya que no podían ser atacados por ningún ladrón, ningúna bestia ni ningún muerto, los gritos se habían vuelto en algo cotidiano en esa zona y no eran ya relevantes para los que deambulan por ahi, y si lo fuera, ya estarían abajo.

Después de tres kilómetros el arroyo se replegaba hacia el sur bruscamente, ahi es donde debían abandonar su compania dado que en ese mismo lugar las casas comenzaban a perder territorio, luego seguia una larga planicie de un kilómetro (en la que ocacionalmente saltaban conejos y liebres, que si no es con una trampa eran imposibles de matar) que terminaba en un frondoso bosque que nunca habían tenido la oportunidad de recorrer en su totalidad, pero ciertamente era el mejor lugar para recolectar frutas verduras de todo tipo (aparte de los huertos que tenían distribuidos en muchas casas) y cazar perros, gatos, liebres, conejos y pájaros de todos los colores. Las vacas y caballos se encontraban demasiado lejos al sur, nunca se completaría la ida y vuelta en menos de un día y transportar los cadáveres sería muy trabajoso, además de que el olor a tanta sangre atraería a los muertos, y por esa razón, si la noche había sido exitosa, había que tener cuidado en el camino de regreso. Aquellos canibales no comían animales, pero la sangre los atraía de todas maneras. Los volvía locos.

Las trampas estaban casi todas activadas, pero vacías. Las volvieron a montar con la misma simpleza con la que fueron armadas, un simple palo se unos treinta centimetos soportando una piedra plana en unos cuarenta y cinco grados, un hilo estaba atado al pie de la vara e iba hasta la base de la piedra, en medio tenía la carnada. El animal comía, el hilo empujaba el palo, la piedra caía, el animal moría. Agregaron otras mas sin mucho esfuerzo. No habia pasado mucho tiempo cuando dieron por concluida la revision, la caza de aves era secundaria por ser casi imposible sin luz, Wallace pensó que el camino había sido muy largo para tener que volver sin nada.

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