Una fresca mañana se coló por mi balcón y me demandó llevar una campera abrigada si no quería morir de frío a los pocos pasos por mi camino hacia la escuela, pero encontrar una adecuada me hizo perder valiosos minutos que me obligaron a correr de mi departamento a hasta la clase de gastronomía local. No había llegado demasiado tarde, pero lo suficiente para que el profesor canoso y de estómago prominente me mirase con una de sus peores caras, le sonreí para calmar su ira, y me moví lentamente hasta mi compañero que estaba en una de las mesadas con cocina que estaban dispuestas en el salón para la clase.
Mi amigo, el Jere, estaba haciendo el mayor de los esfuerzos para no reírse en mi cara mientras fingía leer la receta que unos minutos atrás habían repartido para hacer aquella mañana. Cuando llegué a su lado, me dio una fuerte palmada en la espalda que me hizo insultar en susurros mientras me retorcía tratando de sobarme el lugar del impacto.
—¿Por qué tardaste tanto, loco? Sabes bien que tenemos que estar media hora antes con el viejo de gastronomía local II. —me interrogó buscando algo entre la mercadería que tenía dentro de una canasta sobre la mesada de granito.
—Ya sé, boludo. Me tardé buscando una campera para no cagarme de frío —me justifiqué en tanto sacaba de mi mochila un cuaderno y el recetario de la materia, aunque me detuve distraído por el diario íntimo del chileno.
—Che, dale, qlia. Saca todo, tenemos que hacer alfajores de maicena —me apuró mi amigo alistando los ingredientes que utilizaríamos para la masa—. Deberíamos hacer unos alfajores cordobeses y no estás mierdas para celíacos —agregó enojado.
—Siempre te estás quejando, boludo. Hubieras estudiado cocina extranjera.
—Callate, puto. ¿Qué sería de vos si no me tuvieras? Agradece que vine acá, eh.
—Ah, sí, por supuesto, vos alegras cada uno de mis días.
—Y sí, soy lo mejor que te pasó en la vida.
—¡Dejen de pavear, parecen Secreto en las montañas! —nos gritó el profesor arrugando su viejo ceño mientras nuestros compañeros rompían en carcajadas. Nosotros también reímos, aunque luego rápidamente nos pusimos serios para preparar los alfajores o el viejo nos iba a bajar puntos en práctica... otra vez.
Mientras preparaba el dulce de leche que íbamos a usar de relleno para los alfajores pensé en mi amigo, recordé mi primer día de clases. Todos me miraban bastante mal, cuchicheaban a mis espaldas; pero no podía quejarme, la gran mayoría de los cordobeses odian a los porteños. Nos creen agrandados, soberbios, que nos creemos la gran cosa. Pero esos estigmas hasta resultan en un mal chiste, porque hablan como si ellos no lo fueran, los cordobeses se miran al espejo y se aman solos. Mi amigo no era la excepción, más bien, es él más agrandado y creído de todos, al menos de los que yo conozco. Sus cabellos negros como el azabache, sus ojos verdes tan claros que semejaban a incoloros y su piel transparente lo hacían uno de los peores rompe corazones que he conocido en mi vida, tanto de chicas como de chicos.
Él solía molestarme todos los días, le molestaba que las pibas que antes estaban muerta por él, estuvieran ahora muertas por mí, yo solo me reía mientras él me insultaba. Ninguna de sus palabras para herirme parecían enserio, se limitaba a decirme "porteño mugroso" o "porteño culiado". Al poco tiempo me fui dando cuenta que en realidad le caía bien, así que pronto nos volvimos los mejores amigos. Jeremías, o Jere, es para mí la representación perfecta de una gran parte de la personalidad cordobesa. Un pibe simpático, creído, lindo y que en toda joda bailaba cuarteto como el mejor. Además de escabiar como si no hubiera un mañana, especialmente Fernet con coca, o como si dice acá, un Fernandito.
—Che, eu, volvé, yo cuido el dulce de leche, vos hace la masa. Se nos va el tiempo —me dijo mi amigo zamarreándome un poco, me había perdido en mis memorias mientras esperaba que el dulce de leche rompiera en hervor.
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Un sabor a dulce de leche
Teen FictionLeandro Benítez es un joven estudiante de pastelería radicado en Córdoba, Argentina, que una tarde, cómo si fuera una graciosa broma del destino, choca con un muchacho chileno al que le hace tirar un frasco de dulce de leche. Presionado por la culpa...