Capítulo II

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"Las pesadillas hacen parte de su vida, sin ellas la pequeña no es nadie"

Isidro suspiró pesadamente. Él sabía de dónde provenía la pobre chica, también tenía en cuenta que seis años en un lugar tan horrible era casi imposible de olvidar, pero él debía hablar con Emma y explicarle que no podía arruinar los únicos momentos para dormir que Sor Edna tenía.

Entró a la carroza y se dirigió camino al IPMMC. En sus manos estaba buscar el culpable de tanto sufrimiento.

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El agua de la ducha no era para nada agradable y mucho menos combinada con el clima de ese pueblo.

Salió del cuarto de baño y llegó a su habitación. Veinte minutos más tarde, Emma estaba en la fila de la cafetería donde solo se observaban las jóvenes recién integradas.

Para desayunar, había un poco de caldo con huevo y arepa. Típica comida de la región, sin embargo ella nunca la había probado, ya que en Monte Cristo las pocas veces que le saciaban el hambre lo hacían con pan o arroz. Lo que menos le apeteciera a los doctores ese día.

La mesa en la cual estaba el puesto de Emma, se ubicaba al rincón del lugar. Estaba compuesta por cuatro sillas, pero solo una tenía asignación.

Como decoración se encontraba puesto un florero que llevaba cuatro rosas, dos blancas y dos rojas. La chica amaba el olor a jardín pero al llevar esas flores a su nariz, lo único que pudo hacer fue gritar tan alto, que todos los ojos fueron puestos en ella.

– ¿Por qué te alteras, querida? – Una característica joven de cabello rizado color escarlata y una sonrisa cautivante le habló al oído.

En vista de que la indefensa niña no planeaba responderle, la chica se presentó ofreciendo su ayuda para cuando Emma la necesitara y posteriormente marchándose de nuevo a su lugar.

Después del incidente en la cafetería la Madre superiora llamó a la chica nueva a su despacho y allí le hablo sobre las reglas de comportamiento para una dama. Pero, ella no quería saber nada de eso, solo pensaba en devolverse seis años atrás y evitar que la internaran.

Aun en su cabeza no cabía como Jay, su mejor amigo de toda la vida, hubiera podido hacerle aquel daño irreparable.

–Señorita, le he dicho lo indispensable para poder ser una mujer respetable ante su marido– Esa mujer estaba sacando de quicio a Emma.

–Muchas gracias por su ayuda, pero no me interesa el casamiento en absoluto– La joven se levantó y corriendo llegó su habitación para encerrarse allí todo lo que quedara de día o vida.


De nuevo el cielo se tiñó de azul oscuro y la maravillosa media luna apareció adornándolo. Emma era una chica que odiaba la noche ya que en ellas, sus desgracias eran constantemente recordadas, pero aun así no negaba que Dios había hecho un gran trabajo con la oscuridad. Era un cincuenta por ciento encantadora y otro cincuenta por ciento peligrosa. Por lo tanto, ella caminó hasta la ventana cerrándola cuidadosamente.

Cuando se decidió en salir se encontró con el Párroco al que ella le debía la vida. Entre saludos y bendiciones, pasaron a la sala de visitas, en la cual el Padre cariñosamente la miró mientras pronunciaba las palabras que terminaron por romper el corazón de la pobre nena.

–He descubierto a la persona que dio la orden para que te maltrataran en Monte Cristo. Su nombre es Jay. Jay Kiffler. 

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