Capítulo III

22 3 1
                                    

NA: Capítulo narrado seis años atrás. Llegada de Emma al Instituto para Problemas Mentales de Monte Cristo.


¿Qué pasa cuando la vida da ese giro inesperado?

Absolutamente nada bueno.

Emma Barrier, era una pequeña de tan solo nueve años cuando un enfermedad denominada Peste blanca o Tuberculosis, atacó a su pueblo, ocasionando la muerte de sus padres y el escape de su hermano en desesperación por buscar una cura.

Hubo una persona que acompañó a la niña mientras estaba sola y la acogió con gusto en su casa. Su nombre era Clara Kiffler, una mujer robusta de cabellera café que tenía dos hijos; Elena, con dieciocho años, y Jay, quien era tan sólo un año mayor que Emma.

La familia Kiffler crió a la niña desde esa fecha, hasta que ella cumplió trece.

Era un soleado cuatro de mayo. Toda la familia estaba feliz porque su pequeño Jay cumplía catorce años y en ese lugar esa era la mayoría de edad. Es decir, toda acción que el chico cometiera de esa edad en adelante sería su responsabilidad y sus padres no tendrían nada que ver con él. Sin embargo, su familia aún lo acogía en casa y debía darle estudio.

Emma entró al salón de la reunión vestida con una falda que le llegaba tres centímetros debajo de la rodilla acompañada de una blusa floreada. Jay sonrió, su mejor amiga desde los diez años era ella y él siempre quería lo mejor para su Emmy por lo tanto le preocupaba su reciente comportamiento.

Después de rogar a sus padres por quince minutos los dos chicos obtuvieron el permiso para ir a la montaña. Y aunque la nena siempre había tenido fobia en alejarse de casa, ir acompañada de Jay la reconfortaba.

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

-Escúchame bien, pequeña, estás aquí porque tus familiares han descubierto el problema que tanto tiempo llevas escondiendo. Si tu comportamiento no es adecuado, olvídate de poder salir a la luz del sol de nuevo ¿Entendido?

Todo alrededor de la chica daba vueltas. No recordaba nada, después de haber pisado la entrada del bosque, y ahora, estaba dentro de un alto edificio color grisáceo acompañada de una dama con muy mal aspecto físico.

La mujer que segundos atrás se había presentado como Doña Apolonia II, llevó a Emma dentro de una habitación para posteriormente intentar inyectarle un líquido sospechoso, pero la chica se negó y la mujer, totalmente enojada, la golpeó hasta dejarla inconsciente.

Al despertar, el cabello de Emma había cambiado de aspecto. Estaba un poco más corto y de color negro.

Las lágrimas bajaban por sus mejillas, aunque no sabía con exactitud si era porque el color que Jay tanto adoraba desapareció en su cabeza o por el gran dolor que la causaba estar en una camilla atada y con golpes en todo el cuerpo.

Voces se escucharon fuera de la habitación y de pronto, dos hombres de aproximadamente veinte años entraron a la habitación.

–Pero mira que tenemos acá. Debes ser la nueva loca ¿No es así? – Emma percibió burla en su voz. El enfermero vestía de color café oscuro y tenía ojos color miel, mientras que su acompañante portaba un uniforme color azul oscuro.

Nadie respondió. Tanto Emma como la otra persona en la habitación permanecieron callados.

Después de haber aseado la habitación los dos chicos hicieron amago de irse, pero antes, el que vestía de uniforme azul se acercó peligrosamente a la camilla, olfateándola completamente.

– Hey ¿Cuánto tiempo has estado acá? ¿No estás cansada?–  Sonriendo dijo.

Clara siempre decía que Emma era muy ingenua, ya que  creía que todas las personas del mundo eran buenas y que nadie podía hacerle daño.

– Llevo seis horas, creo­ – murmuró en respuesta.

– Vamos a desatarte – habló el otro ayudante médico.

Tal vez si ella hubiera sido más observadora pudiera recordar la mirada de lujuria que pasó en los ojos de ambos chicos.

Promesas FalsasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora