doce.

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Un día salí y me miraste con una sonrisa pintada en tu cara.

Jugamos los juegos que nunca practicamos cuando niños.

Nos sentamos a comparar las estrellas y otros chicos también lo hacían.

Tomaste mi pie y quitaste el nudo de mi zapato deportivo.

Te obligue a que lo amarraras de nuevo.

Perezosamente lo hiciste y dejaste tu mano en mi pierna.

Hiciste suaves giros con tu dedo en mi pantorrilla.

Hasta que alguien paso por allí.

Y tú mano rápido la quitaste como si mi pierna de fuego fuera.

¿A qué tenías miedo, L?

Mi madre gritó; ¿Quienes están allí?

Yo dije; L y yo.

Mientras tú dijiste; Nosotros.

No te imaginas lo bueno que se sentía unir tu nombre y el mío en una misma línea.

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