Capítulo 1 - El último tren

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CAPÍTULO 1

EL ÚLTIMO TREN

Allí estaba sentada en el banco de aquel andén, veía a la gente pasar como marionetas sin rumbo fijo, igual que se encontraba ella, iban de un lado para otro, maletas de diversos tamaños les acompañaban en sus manos.

Por su mente pasaban pensamientos agolpados, peleándose entre sí para saber cual sería su próximo destino. Necesitaba cambiar de ciudad, sus últimas experiencias vividas no habían sido nada buenas, un cambio, de empleo y amistades, le vendría bien. Donde se encontraba ahora se estaba ahogando, quizás conocer gente nueva, nuevos aires, le harían resurgir de nuevo como el Ave Fénix.

A lo lejos oyó el silbato de un tren, hacía su entrada en la estación. La multitud se iba arremolinando, esperando su entrada total para poder acceder a él.

Miró el luminoso de horarios de próximos trenes: Barcelona, Valladolid, Sevilla, Madrid... “Madrid, sí”, ahí empezaría otra vez. Una ciudad grande donde nadie la reconociera al pasear por sus calles, nadie la señalaría con el dedo, ni cuchichearía a sus espaldas. Dirigió su mirada al convoy que acababa de llegar y lo vio: Destino Madrid. Se apresuró a levantarse, su salida sería en cinco minutos escasos, corrió a la taquilla y compró un billete de ida, no pensaba regresar por algún tiempo, al menos hasta que las cosas se calmaran, él no se atrevería a ir a buscarla, ni siquiera sabría donde estaría, ella no pensaba decírselo y su familia tampoco le diría donde encontrarla, ya se habían hecho bastante daño y habían roto todo tipo de comunicación.

Sentada en el vagón los acontecimientos anteriores se iban sucediendo, era como si delante de ella estuvieran retransmitiendo una película de su vida. Puede que tuviera que ser así, pues estaba dejando todo su pasado atrás, su vida anterior. Con estos pensamientos y el traqueteo del tren se quedó dormida.

Un delicado movimiento la despertó. Al abrir los ojos una voz le susurraba:

- Señorita, ya hemos llegado, debe usted abandonar el tren, ¿puedo ayudarla? – un chico alto y apuesto que había estado sentado a su lado durante todo el viaje la avisaba.

- ¡Disculpe!, me quedé profundamente dormida, cuanto lo siento, ¡que tonta! – respondió Alicia.

- No se preocupe, es normal, en un recorrido así solemos todos quedarnos un poco traspuestos, ¿la ayudo entonces? – la sonrió amablemente.

- Sí, gracias, es usted muy cortés.

- No hay porqué darlas, permítame que me presente mi nombre es Raúl, ¿y, el suyo? Perdone mi intromisión pero creo que es usted de fuera, es decir, que no es madrileña, ¿me equivoco? – preguntaba Raúl un tanto curioso.

- Alicia, no, no soy madrileña, vengo aquí por una temporada – contestó nerviosa.

- No quería inquietarla, su rostro cambió de color, ¿se encuentra bien?, ¿la acercó hasta algún sitio? Tengo aquí mismo el coche, en el aparcamiento de la Estación, pronto se acostumbrará a esto – dijo Raúl.

- No es nada, bueno, la verdad es que tengo que buscar un hotel donde hospedarme hasta encontrar un trabajo, y algún piso que pueda alquilar, tengo algo de dinero ahorrado pero no durará mucho, me temo. No conozco la ciudad, es la primera vez que vengo aquí – explicaba Alicia apenada.

- Mmmm, creo que yo puedo hacer algo al respecto con eso, de momento, si no le parece mal. En vez de a un hotel, la llevaré a mi casa, comparto piso con un compañero y estamos buscando inquilino para la otra habitación que nos sobra, así que con eso ya tendría un problema solucionado. ¿Qué le parece? ¿Me acompaña? – una sonrisa iluminó su cara.

Normalmente Alicia no aceptaría una oferta así por las buenas, apenas conocía a Raúl, pero estaba muy confundida y además parecía un buen chico, y sincero.

- Trátame de tú si vamos a compartir casa, me parece bien y te doy las gracias por toda la ayuda que me estás prestando, espero recompensarte algún día por ello – alegó.

- Vamos entonces.

Mientras salían, Raúl le explicaba a Alicia que se encontraban en la Estación de Atocha. Al observar la construcción que le indicaban, la muchacha podía distinguir dos edificios de distintas épocas, uno moderno y otro con una estructura más antigua. El elemento de conexión de ambos inmuebles parecía ser la torre de un reloj, “un lugar demasiado bonito para ser solamente una estación”, pensaba la mujer. Aquello que veía en el medio, aquel cilindro, era el Monumento por las victimas del atentado que hubo en Madrid el 11 de marzo de 2004 donde murieron tantas personas, comentó el muchacho.

Cuando llegaron a casa de Raúl, estaba allí su compañero Toni. Hicieron las presentaciones oportunas y dejaron que Alicia se acomodara en su nuevo alojamiento después de enseñarle la casa.

- Ponte cómoda y descansa, mañana lunes te llevaré a la empresa en la que Toni y yo trabajamos, quizás necesiten alguna Secretaria o Recepcionista, puede que haya un puesto vacante para ti y poco a poco los dos te enseñaremos la ciudad para que sepas manejarte tú sola – la intentó tranquilizar Raúl.

- Gracias a ambos, no sé como os agradeceré todo esto – les dijo Alicia mientras los dos chicos cerraban la puerta del dormitorio tras de sí.

- Descansa, te vendrá bien – dijeron a dúo.

Una vez a solas, se dio cuenta que estaba realmente cansada, el traqueteo del viaje, las horas que pasó sentada en aquella estación pensando que decisión tomar para cambiar su futuro, todo aquello la había dejado exhausta.

No estaba segura de si había tomado una buena decisión al aceptar la invitación de aquellos desconocidos, ella era confiada. Su madre, Ana, muchas veces se lo había echado en cara, sobre todo en estos últimos años en los que parecía que había perdido las riendas de su destino.

Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, los malos recuerdos regresaron a su mente, ¿cómo se habría tomado su madre su marcha?, su padre era fuerte y la apoyaría, pero su madre... Siempre habían estado muy unidas.

 "Si tan sólo hubiera seguido sus consejos, quizá hoy no se hubiera visto en esta situación, “¡pero que tonta!, ¡qué razón tenía!” pensó ella, no había querido escucharla, siempre le excusaba, siempre le perdonaba, hasta que no pudo más y un día estalló. Al menos le había dejado unas letras y sabía que ella nunca le facilitaría el camino para que él pudiera encontrarla.

 “Querida Madre:

Sé que esto será doloroso para todos, pero no me queda otro camino, debo huir, debí haberos hecho caso cuando tuve ocasión, pero a veces no vemos lo que tenemos delante.

No sé a donde iré, cuando me establezca en un sitio fijo os escribiré, os ruego, no, os pido, que por ningún motivo le digáis donde me encuentro o será mi fin.

Cuidaros mucho, no tengo mucho tiempo, quiero marcharme antes de que regrese.

Os quiero, hasta pronto.

Alicia”.

Abrió la cama y aún con las letras de su breve carta en su mente, se quedó dormida.

*

Abrazando el OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora