Causalidad

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No existe la casualidad, y lo que nos parece un mero accidente,

surge de la más profunda fuente del destino.

                                                                                          

Llevaba casi una hora esperando en la terminal de transporte a que un autobús desde Mokpo llegara, pero casi ni lo noté. Ese último mes que pasara desde mi encuentro con aquel chico me la había pasado absorto, perdido en mis pensamientos. A pesar de que solo lo hubiera visto por menos de un minuto, y que prácticamente ni siquiera hablara con él, lo recordaba todo, recordaba perfectamente su rostro, su voz, sus gestos, la ropa que llevaba. Cada tanto rememoraba el encuentro tal cual había sido, sin olvidar ningún detalle.

Me estaba preocupando. Empecé a pensar que me estaba volviendo loco, o un obsesivo. Además, me estaba sucediendo con un chico. Que yo supiera, a mi me gustaban las mujeres. Pero también pensaba que algo similar, en menor grado quizá, me sucedía cuando iba a las galerías de arte y me detenía a observar una obra maestra. Esa atracción, ese presentimiento de que puedes pasarte horas y horas contemplando algo bello y no cansarte. Algo así había escuchado, por ejemplo, acerca de la Venus de Milo, que se hallaba en el Louvre. Dicen que hasta hay asientos exclusivos alrededor suyo para que la gente se siente allí y solo contemple. Aquel chico era como mi Venus de Milo entonces, tenía ese mismo presentimiento.

Ese momento no era la excepción entonces. Pensaba en él cuando el anuncio de la llegada del autobús me sacó de mi mundo. En ese instante recordé por qué había estado sentado ahí por casi una hora: la llegada de Zico. Él había estado viviendo con su padre en Mokpo los últimos cuatro meses, y durante todo ese tiempo no nos habíamos visto en persona sino hasta ahora. Muchas personas ingresaban a la sala de espera, saludando a otras que estaban en la misma situación que yo. Oteé en aquella dirección, por si mi amigo aparecía por allí, y de hecho lo hizo. Fui al encuentro con él e hicimos nuestro característico saludo de manos, el cual habíamos inventado hace años y siempre hacíamos. Concluimos aquel saludo en un fraterno abrazo.

-¡Yongguk! Tanto tiempo amigo.- dijo Zico mientras palmeaba mi espalda.

Por más que yo me dirigiera a él por su apodo, él siempre se dirigía a mí por mi nombre real, a menos que estuviésemos en Amuse Booze. Salimos de la terminal y nos encaminamos hacia su nuevo apartamento. A diferencia de él, yo me quedaría en los apartamentos de la Universidad. Pero Zico había conseguido un pequeño apartamento, bastante austero, el cual sería su nuevo hogar. Yo encontraba esto más difícil, pues todos los días debía realizar un viaje de media hora en metro para llegar a Kyung Hee. Sin embargo, Zico argumentaba diciendo que no quería vivir, literalmente, las 24 horas en la Universidad. Sería como estar en un internado, no jodas. Mi vida universitaria está separada de mi vida en la ciudad. Lo que si era cierto es que él podría seguir yendo más seguido a Amuse Booze, más que yo seguramente. Me había insistido a que me quedara con él en su apartamento pero yo no aceptaba.

-Y ¿ya presentaste lo que faltaba para tu inscripción?- me preguntó mientras bajábamos del metro.

-Sí, ya soy un estudiante de Medicina- contesté con una leve sonrisa.

Pude sentir cómo me miraba, como si acaso le diera pena. Zico sabía por qué había elegido esa carrera, y, como era de esperarse, no coincidió para nada conmigo. Pero le convencí diciendo que, después de todo, era mi vida, mis decisiones.

-Oye y, compartirás cuarto allí, ¿verdad?- dijo cuando seguíamos caminando hacia la salida de la estación de metro.

-Sí, así parece. Pero aun no sé con quién-

Amor PlatónicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora