**Eustace: Crónicas de un guerrero de antaño**
-¡Demonio ¡ Os ordeno que desaparecéis vuestra presencia del tumultuoso castillo de Vuenaventureus, ¡o obligara a mi ser que le clave una espada en el centro de su endemoniado vientre criatura!- Le grité yo, el honorable caballero Eustace portando un escudo forjado por los mismísimos Dioses.
El demonio solo observaba la ventana del inmemorable palacio de Vuenaventureus, con una cara que presentaba solo un gesto, el gesto de estar perdido en la penumbra, recibiendo calor del sol, solo eso y nada más.
-¡Pues veo que no va a ceder ante el pedido que yo he encomendado! ¡Demonio del infierno, preparate para sufrir el calor de mi hostigosa espada!- Y el valiente Eustace se avalancha ante el demonio que no respondía de forma alguna al recibir los tajos que el valeroso Eustace le realizaba en su vientre. El demonio solo observaba la ventana, en una soledad indescriptible, parecía no tener el don del habla.
No me importo, al ver que mis cruzadas no tenían efecto huí despavorido antes de que el demonio se proponga mostrar su ira.
Me refugie en el ático del castillo. Definitivamente una mala idea. Puesto que cuando llegue al mismo una serie de hechiceros malignos me tomaron. Eran demasiados...
-¡Brujos de Merlín soltadme! ¡Soltadme he dicho!¡¡Acaso no sabéis quien soy!? ¡Pues yo soy el valorable Eustace, el terror de Bulgaria, ¡Recuerdan cuando defendí este pueblo de los marsupiales caballeros de Hungría? O acaso, ¿Cuando defendí a la princesa de ese Dragón Camerunés que apareció en el solsticio de invierno? ¡Hablare con Merlín esto no quedará así! ¡Esto no quedará así! ¡Lo prometo por mi nombre Sir Eustace Arthur Rutterford conde de Duskor!-
Me tomaron los hechiceros de Merlín y hechizaron un grupo de odiosas serpientes que no pude domar... Esas odiosas serpientes me amordazaron contra el extraño asiento de los hechiceros evitando que mi ser proporcione movilidad alguna... Los hechiceros tomaron mi energía vital en sus varitas del infierno, luego de eso me soltaron... Yo quede débil... Las campanas sonaron... Ya era hora de que me dirigiera a mis aposentos a dormir, ¡Gracias a Dios! Porque me sentía muy débil a causa de esos hechiceros del demonio...
Me dirigí a mis aposentos sigilosamente para que ningún hechicero me siguiera el paso. Gracias a que los Dioses me cuidan no ocurrió nada. Divisé al demonio observando la ventana del Castillo con ese sentimiento perdido, como si una pequeña hormiga no tuviera rumbo estando en el desierto de los Musulmanes de Papúa.
Lo ignore.
Ya en mis aposentos decidí asegurar las puertas para que no me vengan a buscar y me recosté abajo del cobijador, solo por prevención ya que últimamente andan rondando trolls son alma en las noches oscuras de Vuenaventureus. El día para el buen Eustace, que digo el buen, ¡El honorable Eustace!, había terminado.
Al amanecer del siguiente día escuche la voz de la princesa, la princesa Jacqueline, la belleza personificada. Gracias a ella puedo realizar mis aventuras, gracias a ella respiro y gracias a ella mi nobleza sigue noble. Acostumbraba levantar con su resplandeciente voz a todos los caballeros de la corte para que todos juntos nos reuniéramos a compartir un buen quenek'canush cuando sale el sol.
No sé, si se los he dicho pero salve a la princesa de un dragón destructor que amenazo la vida de mi princesa y el bienestar de Vuenaventureus...
Era durante el solsticio de invierno cuando mi querido compañero Sir Enrique y su servidor, estábamos descansando porque un día anterior, los dos juntos habíamos vencido a 250 hechiceros La' Furte y debo decirles que es un trabajo agotador, nos llego la noticia de parte de un monaquíl que la princesa hablaría para todos en la plazoleta ubicada debajo del imponente castillo de Vuenaventureus. Fuimos.