Capítulo único.

399 60 25
                                    


Todo había comenzado con unas simples muestras de afecto, con algo de confianza y pequeñas caricias que demostraban mucho más de lo que eran. Alfred y Arthur eran muy felices, y ninguno de los dos podía negarlo, ¿Quién se atrevería siquiera? Era cierto el dicho que la gente decía, los opuestos se atraían muy bien. Arthur era un chico reservado, y Alfred era un despreocupado de la vida. Arthur era bibliotecario y Alfred un doctor retirado. Sin embargo, he aquí probablemente lo más cierto con respecto a ellos dos: Arthur era lo más valioso en la vida para Alfred, era su amor eterno.

Después de muchos meses, que llegaron a ser un par de años, Arthur dejó de hablar, y por consecuencia de esto una gente extraña se lo llevó, supuestamente por su propio bien. Pero Alfred al poco tiempo les dejó de creer, y dispuesto a no dejarle solo con esos extraños ningún momento más, fue hacia donde algún día había sido indicado y lo trajo de vuelta. ¡Arthur solo se veía más decaído y frío que antes! Desde ese día esas personas solo podrían ser llamadas con el nombre de monstruos. ¿Qué se creían al quitarle a Arthur y no hacerle ningún bien? Bueno, al menos ahora Arthur estaba con él, y lo cuidaría mucho, evitaría que gente así lo volviese a ver siquiera.

Al pasar de los meses, un día Alfred notó algo extraño en la piel de Arthur, era una herida bastante extraña, la cual parecía como si algún hongo o alergia hubiera carcomido el lugar. Esto fue algo preocupante para él, ¿Por qué, a Arthur su mayor tesoro, tenía que pasarle aquello? ¿Sería alguna alergia quizás, una clase de enfermedad? No quería perder tiempo, y lo que hacía era desinfectarla, para luego cubrirla hasta que se viera algo mejor.

- ¡Hey Artie! ¿Qué te parece ver una película? – Era genial poder pasar todo el tiempo con Arthur, haciendo nada. – Muy bien. Volveré en un segundo por mientras puedes escoger. ¡Y nada de terror! No porque yo tenga miedo, sino porque tal vez después tu no quieras dormir a la noche. Ha. – Dicho eso, fue a buscar algo para comer, y al volver, se encontró con la sorpresa de que Arthur simplemente seguía sentado ahí, sin haber escogido ninguna película. – Awww, vamos. No eres divertido. – Dijo haciendo un pequeño puchero. – Pero bien, si no sabes que escoger supongo que lo haré yo.

Esa tarde la película escogida fue una simple, como la bella y la bestia. Arthur estuvo todo el tiempo apoyado en el hombro de Alfred, mientras este mantenía una mano en su cadera, acercándolo más hacia sí mismo. Varias veces el menor ofreció algo que comer a su pareja, pero nunca obtuvo una respuesta, solamente su respiración leve que a ratos se hacía algo más ligera, como si estuviera a punto de dormir. Alfred no pudo evitar sonreír ante el pensamiento que inundó su mente.

Podía disfrutar de momentos así con Arthur, así como estaba seguro de que Arthur debía estar disfrutándolo también, aunque no lo admitiera.

-x-

Los días pasaban y a Arthur le salían más de esas extrañas heridas, y cada vez se hacían más difíciles de ocultar. ¿Qué podía hacer Alfred en esta situación? Arthur era bello, no podía dejar que unas feas heridas hechas por la naturaleza lo arruinasen. Se le ocurrió una idea.

- ¿Qué te parece Arthur? Recuerda que no tienes razón para tener miedo. Fui médico y sabes que te amo. Nunca podría hacer algo con el fin de dañarte. – Sonrió mientras posaba sus labios en la frente del chico. – Vaya, estás bastante frío. - ¡Después de esto tendría una excusa para echarse bajo las sábanas junto a él y no soltarlo! – Ya vas a ver, esto no duele casi nada.

Entonces, con desesperación corriendo por sus venas, usó múltiples partes de yeso, cera y seda para cubrir cada una de las heridas y que quedaran como nuevas. Incluso se enorgulleció de sí mismo, Arthur no parecía disgustado ni en dolor. Y no se veía mal, podía parecer un trabajo algo profesional.

The Necrophile's brideDonde viven las historias. Descúbrelo ahora