Tercer hecho

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Era una situación desconcertante, pero así siguieron los días, los cerdos ya no se cubrían el rostro y sus visitas aumentaron, ya no eran únicamente para llevarles comida, sino que en cualquier momento asomaban , a veces hacían gestos y señas. Sin darse cuenta la distancia entre ellos disminuía, al punto de que empezaron a tocar con sus pezuñas el cabello de los hombres y mujeres, a darles comida de extremidad a extremidad y no a través de un plato en el suelo. Claro que, aún habían hombres que se resguardaban en el fondo desconfiando de los cerdos. 

Los cerdos tenían algo que los hombres no comprendían del todo, y quizá hasta ahora no lo comprendemos, compasión. Cuando así lo consideraron justo, guiaron a los nómadas de nuevo a una cueva como la que los transportó la primera vez, pero ahora, su destino era un campo no tan amplio pero con el espacio suficiente, a lo lejos se veían cerros del color del cielo, que brillaban a la luz del sol y tenían nubes bajas cubriendo sus puntas. Una vez reunidos todos los hombres, mujeres y niños, un cerdo algo arrugado se acerco a ellos. Les dejarían quedarse, pues no podían dejar de que volviesen por donde llegaron, pero tendrían que permanecer en el campo. Creo que los cerdos preferían estar resguardados en su micromundo, y al ver que los hombres eran agresivos, no querían correr el riesgo de que más de ellos llegasen. Decidieron mantener a los que estaban, y buscarles algún provecho, pero guardando su distancia, sin mezclarse.

Los hombres tenían permitido tomar lo que había en el campo, incluso cazar, aunque en ese breve espacio solo había conejos, ardillas, una especie rara de gatos y escarabajos. Vivían en cuevas grises construidas por los cerdos, y bebían de un riachuelo que pasaba en ese lugar. Debo decir que a todo esto habían transcurrido algunos meses, los primeros niños nacerían en ese sitio dominado por cerdos. Por supuesto estos estuvieron al tanto del nacimiento, al principio observando y otras ocasiones participando en estos nacimientos, que como no eran muchos, aprovechaban para conocer más acerca del hombre. En una que otra ocasión los cerdos se llevaron a los recién nacidos, lo que irritaba a los padres. Al regresar a los bebés, los esperaba una lluvia de piedras y gritos. Los cerdos dormían a los agresores con un solo movimiento y calmaban todo.

Debes saber que para los hombres no fue nada fácil adaptarse a este estilo de vida. Algunos, muy pocos, pasaban tiempo con los cerdos y aprendían a cultivar, a utilizar nuevas herramientas e incluso a pescar, aunque preferían comer de las cosechas. La gran mayoría, comenzaba a sentirse enloquecida, encerrada, cansada de cazar conejos y fastidiada del sabor del gato, el cual tenía además mucho pelo.  Cuando era de noche intentaban salir del campo, haciendo estragos lo que los mantenía apartados de la ciudad de los cerdos.

Fue tanto el alboroto que armaban, que el decrépito cerdo arrugado regresó con ellos, les advirtió que era necesario que se queden en aquel lugar, que no podían acercarse a los dominios de los cerdos. Pero esto irritó más a los hombres rebeldes.

Una noche, tras dañar una barrera, y poder fugarse con algo de dificultad, llegaron hasta el territorio de los cerdos. Se ocultaban y caminaban a ras de tierra, observando, acechando! Los cerdos aun no habían percatado nada. A punto estuvieron de ser descubiertos por culpa de un canino jorobado pero esta vez los hombres lo mataron antes de que pudiera actuar. Uno de ellos arrastro al can, era una gran presa para comer, pero el líder se lo arrebató y le ordenó seguir adentrándose en la ciudad, obviamente un feroz canino no era lo que tenían en mente. El líder era un hombre terco, nómada toda su vida y cruel cazador, por algo había ganado su puesto. Vivir ahí era un tormento para él, así como para la parte más fiel de su clan. Más aun era un horror ver a esos cerdos encerrándolos. Llegó hasta un grupo de ellos, una familia quizá, y esperaron con suma cautela a que queden dormidos, una estrategia de cacería para animales peligrosos o suficientemente grandes. Cuando los cerdos estaban dormidos, los hombres atacaron.

Una marca de sangre había dejado huella, los hombres eran cazadores pero no eran tan calculadores. No tardaron en descubrirlos, devorando a esos cerdos, con la piel desgarrada con piedra, el piso bañado de sangre al igual que las manos y bocas de los hombres. Los cerdos yacían con sus prendas rotas, desmembrados, irreconocibles. Era una escena terrorífica. Se escucharon gritos y los hombres corrieron a esconderse. Por toda la ciudad se escucharon alarmas y el cerdo anciano casi no podía pasar entre tanta gente porcina a su alrededor. Al ver la escena cayó en una rabia tremenda. Entonces con sus manos gritó al cielo, grito tan fuerte que de la noche surgió una neblina que cubrió toda la ciudad y se expandió fuera de esta. 

Al paso de esta neblina los hombres fueron cayendo en un estado somnoliento, casi al punto de dormir. Los cerdos soltaron a decenas de canes hasta encontrar a los hombres, al hallarlos sin piedad los fueron asesinando de varias formas, algunos aun eran conscientes de lo que les hacían, sin poder tener fuerzas para defenderse. Vieron como sus hermanos, parejas e hijos que habían salido del refugio con ellos eran destrozados, vomitando sangre del boca, cortados del abdomen haciéndoles colgar el estómago y los intestinos, una masacre.

Solo quedaban aquellos hombres que se habían adaptado a cosechar y comer de la tierra y del agua. Estaban somnolientos, cuando el mismísimo cerdo anciano llegó a ellos, vio en estos un aíre distinto. Tenia rabia en su corazón, pero sabía que ellos no habían actuado mal. Pero la ciudad ya no toleraría más a los hombres. Entonces les dio la oportunidad de irse, con la condición de nunca volver. De todas formas se dice que los cerdos sellaron la estrecha entrada y un grupo de los mas breves perros mutantes vigilan constantemente. 

Para entonces la neblina había cubierto todo, y tras desaparecer el hombre sufrió un cambio, cada vez que comía, sobre todo tras comer desmedidamente, caía en un estado somnoliento. Algunos aún temen que los cerdos decidan vengarse mientras se duerme.

Debo decir que aunque estaba agotado por la comida, la historia me robó la siesta. Mi guía sabe mucho, aunque no se que tanto creerle, lo que sí sé, es que aunque aquí se come el cerdo común, se le mata con compasión, mientras duerme. 

Fin.

El mal del puercoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora