Bien ya acabo de meterme en otro lío.

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Mi habitación blanca parece más blanca después de quitar todas las fotos y todos los póster que me quiero llevar, he dejado algunos, para que no se piensen que no volveré. Si no me gusta esa vida, claro que volveré. Mis películas no caben en la mochila, así que solo cojo algunas, mis favoritas, entre ellas: 50 primeras citas, Lo mejor de mí, Fast & Furious 7 y Los Juegos del Hambre: Sinsajo Parte 2. Me he metido mi portátil también. La mochila está a reventar. El armario ya está vacío, mi escritorio siempre ha estado impoluto, exceptuando el cactus de mentira, que también me lo he llevado. Me gustan las plantas, pero no puedo cuidarlas, se me olvida regarlas. Miro mi pared blanca, los trozos en blanco y las fotos que todavían siguen colgando en la pared. No me quedo nada, espero. No estoy segura de querer abandonar a la gente que quiero, ¿y si no lo entienden?
Mi abuelo no se ha fijado cuando le he pedido que me firme la hoja que me había mandado Vera. Le he dicho que era una cosa para comprar por Internet. Me he marchado con un dolor en el interior, yo solo miento para conseguir más dulces no para fugarme. Ha confiado en mí y me siento mal. Nadie se ha percatado de nada. La he pedido a Amanda que me traiga un par de cosas de la cocina, seguramente esté discutiendo con Esther porque no permite que la comida salga de la cocina, leyes de limpieza. Amanda es persuasiva, así que me he salido al pasillo, para que no entre en mi cuarto y lo vea vacío. Sé que se la va a cargar por mi culpa. El móvil está en mi mano, en el momento en el que vibre, tendré que bajar corriendo con mi mochila para irme.
El móvil vibra y mi corazón se acelera. Esto es una descarga de adrenalina. Cojo mi mochila y me dirijo a la puerta principal a toda prisa. Será la última vez en mucho tiempo que no vea esos pasillos angostos. En la puerta está Vera con una sonrisa, con el pelo recogido y un Wolkswagen Polo gris.
-Pensé que te ibas a echar para atrás -me coge la mochila y me invita a montarme en su notable coche nuevo-, no te vas a arrepentir.
El coche ruge y mi corazón parece no querer quedarse quieto. Vera pisa el acelerador y veo por el retrovisor como dejamos atrás el convento. Es lo mejor. Intento convencerme de que todo irá bien mientras suena You found me de The Fray. Vera lleva puestas las gafas de sol y no parece querer hablar conmigo para no presionarme. Tiene algo malo que decirme.
-Puedes decírmelo cuando quieras -la miro y ella sonríe. La he pillado.
-Te acabas de escapar de casa -no evita reírse, como si fuera el mejor chiste que la hubieran contado nunca-. Vas a vivir como vive cualquier adolescente, aunque... No te vas a poder quedar conmigo. Unas amigas mías te dejarán...
-¿Unas amigas tuyas? Ella no saben lo que me pasa, no querrán hacer de enfermera y...
-Tranquila, Rose -Vera dejó de sonreír y se puso lo más seria que pudo-, se lo he contado. Están estudiando enfermería, estarán a la altura de mi madre.
-¿Y si la que no está a la altura soy yo?
Mi mayor miedo es no encajar, ser la chica a la que todo el mundo mira con pena o se burlan de ella. No lo aguantaría. Poco a poco entramos en Madrid. Olvido todo y me centro en lo que estoy viendo, muchos edificios y muchas personas. Gente con el pelo azul, tiendas coloridas y edificios llenos de graffitis. Suspiro al darme cuenta de que si nadie dice nada, yo seré algo más que una chica con una enfermedad. Es mi oportunidad de ser alguien y de que nadie me trate como si fuera de cristal. Podré ser yo, la Rosie de verdad, la otra cara de la moneda.
-¿Te gusta? -pregunta mientras aparcamos enfrente de un edificio enorme con la fachada blanca y una cafetería debajo llamada Solo queda té-. Claro que vas a estar a la altura.
En la puerta hay dos chicas muy diferentes gritando el nombre de Vera. Una es rubia, con el pelo largo y muy rizado, la piel morena y las orejas llenas de piercings elegantes; lleva unos vaqueros claros y una camisa blanca. La otra chica tiene el pelo oscuro, un tatuaje de una flor en el brazo y muchas pecas. Lleva unas calzones negras y un top con el que enseña toda la barriga. Las sonrisas de ambas chicas hace que mi sensación de estar en peligro desaparezca. Sin duda, inspiran confianza.
-Ella es Rosie -dijo Vera mientras las abrazaba-, ellas son Silvia y Nuria, las estudiante de enfermería que han ofrecido a cuidar de ti.
Silvia era la rubia que no dudó en abrazarme y decirme que no dejarían que me aburriera. El típico No te pasará nada y el Con nosotras estará genial. Después de un par de intercambios de normas y preguntas privadas que no llegué a entender, las chicas me invitaron a entrar en la que iba a ser mi casa desde ese momento. Era el quinto piso, odié la sensación de mareo que me produjo montarme en el ascensor. Nada más entrar estaba el salón, con un sofá no muy grande y una mesilla con una televisión no muy grande. Había un gran cuadro de ambas abrazadas en alguna playa del mundo. En la mesa de cristal del centro había un cenicero y unos cuantos adornos casi hippies. La cocina estaba al otro lado dando con el baño y las habitaciones. La cocina estaba casi nueva, seguramente comían fuera o pedían comida a domicilio. Había un corcho al lado de la puerta que daba a una pequeña despensa que estaba lleno de anotaciones de tareas y teléfonos de restaurantes. El baño no era muy grande, tenía una ducha y me habían guardado un pequeño cajón en el armario. Yo compartiría habitación con Silvia, porque era la más grande. De reojo observé la habitación de Nuria, pintada de negra con un cuadro enorme de una frase de Frida Khalo y una estantería enorme llena de libros. La de Silvia estaba pintada de un beige claro. Las camas estaban una enfrente de la otra, la mía tenía un colchón con la bandera de Inglaterra y cinco cojines. Separando las camas había un escritorio con un portátil. Me había dejado un cacho de armario para mi ropa y una estantería para mis cosas y mis películas.
-Vamos a estar un poco apretadas -me dedicó una sonrisa deslumbrante-, espero que te sientas como en casa.
Silvia salió y me dejó mi tiempo para pensar. Coloqué la ropa, las cosas que había traído y me senté en la cama. No era como la del convento, era más blanda y olía a un ambientador de coco. En la pared de Silvia había fotos con su familia y con un chico. Me había traído mis propias fotos, así que copié a la chica rubia y también las pegué en la pared. Mi familia no estaba allí para contarles que por fin me sentía parte de una película donde yo era la protagonista. La vida es la mayor aventura que jamás tendremos, yo solo tenía ganas de emprender un viaje donde superar cada obstáculo por mí misma.
-Vamos a ir a comprar antes de que empiecen las clases -Nuria se asomó a la puerta-, ¿te apuntas?
Asentí.

Compramos ropa, material escolar y cenamos en un McDonal's. Las hamburguesas se merecían estar entre las cosas más maravillosas de este mundo. Mientras iba por la calle, nadie me miraba cómo si fuera diferente, sino que era invisible. Las chicas tampoco mencionaron nada, hasta que Silvia preguntó de qué conocía a Vera.
-Su madre era mi enfermera -dije mientras saboreaba mi última patata.
-Queremos que te sientas como en casa -agregó Nuria-, deberías decirnos todo lo que hacía la madre de Vera para que no pierdas la costumbre.
Me avergonzaba admitir que Amanda lo hacía todo. Una de las razones por las que había salido era para ser autosuficiente. Ellas parecían interesadas y yo solo intentaba agradarlas, eran mis únicas amigas.
-¿Cuánto tiempo llevas...? -preguntó Silvia tímidamente.
-¿Enferma? -pregunté y asintió-, desde siempre.
-¿Crees que vas a poder aguantar la vida de una adolescente?
-Me da miedo, pero llevo dieciocho años preparándome para salir de ese convento -respondí.

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⏰ Última actualización: Mar 05, 2016 ⏰

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