Capítulo 9. Piel

179 18 9
                                    




El pitido de los teléfonos despertó a Gael, que no sabía muy bien dónde estaba ni qué era eso que sonaba. Abrió los ojos batallando contra la luz del sol y sacó el teléfono de su bolsillo. Varias llamadas y mensajes perdidos. No había muy buena cobertura en el lugar.

«¿Has secuestrado a mi amiga? Trátala bien o no respondo. Avísame cuando volváis, por fa.»

El mensaje de Marta lo hizo reír. Guardó el teléfono y miró al otro lado de la manta. La camisa de Carol estaba junto a su cuaderno. Se incorporó y la vio paseando en la orilla del mar con los vaqueros remangados. Se había recogido el pelo en un moño alto desaliñado, y había decidido desprenderse de la sobrecamisa. El top corto que llevaba dejaba ver parte de su espalda y su vientre. Su piel todavía estaba clara tras el invierno. Gael se fijó en el block de dibujo. Los garabatos que había comenzado a dibujar minutos antes se habían convertido en un espectáculo de azules sobre el papel. El resultado no era realista, pero en él podía distinguir los colores del paisaje. El cielo, el mar, las rocas... y una silueta de lo que parecía ser una pareja en la orilla. El subconsciente la había traicionado. Gael no pudo guardarse la sonrisa. Dejó el cuaderno sobre la manta y se levantó. Se acercó a ella sigilosamente, procurando que no advirtiera su presencia, y cuando estaba a su alcance la salpicó dando una patada sobre el agua. Carolina, que llevaba media espalda descubierta por culpa del crop top, sintió el agua helada sobre su piel y se sobresaltó.

―¡La madre que te parió! ―gritó.

El porteño comenzó a reír con su broma, pero la risa le duró poco porque Carolina no dudó en vengarse y lo salpicó de vuelta.

―¡No! ¡Pará!

Comenzaron una lucha ridícula de salpicaduras en la que obviamente Gael llevaba ventaja. Dos quinceañeros tendrían más sentido que ellos en ese momento. Antes de terminar peor, Carolina salió huyendo hacia el arenal, poniendo distancia con Gael y el agua. Él la siguió.

―¡Me rindo! ―claudicó Carolina sentándose sobre la arena.

―Baje la guardia, camarada, vengo en son de paz ―se acercó Gael, con las manos en alto.

―Idiota ―se burló.

―Me dormí horrible ―se sentó a su lado―. ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?

―A juzgar por el color de tus mejillas, un buen rato.

―¡No! ―se llevó las manos a la cara― ¿me insolé?

―Un poco nada más.

Tras su siesta al sol, las mejillas de Gael habían tomado un color rojizo. Nada demasiado grave, el porteño estaba moreno tras el reciente verano Argentino y no parecía sufrir demasiado bajo el calor del sol.

―Creo que te has puesto más moreno todavía.

Carolina levantó la manga de su camiseta buscando una leve marca apenas perceptible que el sol había dejado sobre su piel, y para su sorpresa pudo advertir un bíceps muy bien definido. La confianza que la llevó a tocarlo se esfumó dejando en su lugar un extraño nudo en el pecho. Rozar su brazo le había producido un cosquilleo en sus dedos, y en algún otro lugar. Apartó sus manos rápidamente, abrazándose a sus rodillas, y olvidando lo que acababa de sentir.

La piel de Carolina era mucho más blanca que la del argentino. Gael acarició sus manos con los ojos y fue subiendo por sus brazos, observándola, hasta que se topó con su mirada perdida en el horizonte.

―No parece grave ―le restó importancia―. ¿Cómo estás vos?

Carolina jugaba con los pies en la arena. El día anterior había sido horrible, y por el contrario este estaba siendo particularmente inolvidable. Nadie habría dicho que hacía menos de veinticuatro horas se estaba deshidratando a base de lágrimas.

Nunca es suficienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora