Capítulo 5. Concierto privado

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A las ocho de la mañana Carolina se despertó con los rayos de sol que entraban entre las rendijas de la persiana del balcón. Estaba acostumbrada a trabajar, y aunque ese día no necesitaba madrugar le ganó la costumbre. Se levantó, abrió las puertas para dejar que el aire fresco de la mañana inundara el cuarto, y se asomó dejando que el sol débil de la mañana calentara su rostro durante unos minutos. Ese balcón era una delicia. Salió del cuarto y fue al baño, donde se encontró una nota pegada al espejo.

«Salí a correr, me llevo a Savannah. Espérame para desayunar. No llevo llaves.»

Miró la hora. 8:20am. «¿Desde cuándo sale ésta a correr?» pensó. Su estómago empezaba a rugir, así que decidió ir a la cocina a por un vaso de leche para calmar un poco el hambre mientras su amiga no llegaba. Vaso en mano se dirigió al salón y encendió el equipo de música. Los primeros acordes de Cenizas de Malú empezaron a sonar. Maldito Murphy. Se bebió un trago de leche lamentando que el líquido no fuera tequila. Las penas de amor no se curan con leche, definitivamente. El pecho se le hizo un nudo y no pudo evitar subir el volumen y cantar como si aquella canción fuera suya en ese instante de su vida.

Que tengo el corazón hecho cenizas,
creímos que la llama era infinita,
pudo ser de los dos, pudo ser pero no,
nos cansamos del dolor.

Le cantaba a la pared, al vaso de leche, y se imaginaba un Bruno en todas partes al que cantarle despechada. La canción terminó. ¿Por qué Malú siempre tenía un modo de musicalizar todos los sentimientos? Especialmente el dolor de amor.

Sonó el timbre. Llegaba Marta, por fin. La siguiente pista del disco empezaba a sonar. Agarró el telefonillo y le dio al botón que abría el portal. Abrió la puerta y la dejó apoyada para seguir con su nuevo oficio de corista oficial.

El nuevo tema era más roquero. Carolina levantaba el vaso y gritaba acompañando a la cantante.

Cuando vi el final de la botella,
comprendí que hay momentos que no esperan.
Y dejándome llevar por la marea navegué en su habitación.

La puerta se abrió. Carolina parecía sacada de Risky Business. Llevaba una camiseta ancha blanca, unos pantalones muy cortos de pijama a cuadros azules, y unos calcetines blancos con un par de franjas, azul y roja. Le faltaban las gafas de sol. Al llegar el estribillo no lo dudó y se subió al sofá para corear la canción.

Nos faltó razón, nos sobró la ropa,
nos venció el alcohol, todo se incendió
bajo aquella luz de una noche loca...

En medio de su adrenalina se olvidó de que minutos antes había sonado el timbre, y que hacía ya un rato tenía público. Levantó la cabeza y lo vio. Gael estaba apoyado en el quicio de la puerta y la observaba con una gran sonrisa. Carolina casi se cae del sofá. Bajó rápidamente y paró la música. Gael empezó a aplaudir sin dejar de reír. Ella le dio la espalda y se tapó la cara con las manos.

―¡Bravo!

Lo miró y no pudo más que echar a reír. Estaba despeinada, sin arreglar, y en pijama. Y acababa de darle un concierto improvisado a un tipo que había conocido el día anterior.

―Qué vergüenza... ―volvió a taparse la cara.

―No creo que darse a la bebida sea la solución a tus problemas ―bromeó refiriéndose al vaso de leche que había dejado sobre la mesa.

La sonrisa de Gael era enorme, blanca, encantadora. Sus dos hoyuelos y las arrugas al lado de sus ojos achinados por la risa hacían imposible no devolverle la sonrisa, por mucho que se estuviera muriendo de vergüenza.

Nunca es suficienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora