1 - Acartonado y Picoso

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El hambre nos convierte en monstruos...

No puedo evitar arrugar el rostro en una mueca de disgusto cuando mi lengua toca esa sopa de conserva rancia y ya pasada de la fecha de caducidad. Trago con dificultad tratando de ignorar el sabor acartonado del fideo y el desagradable picor de su sazonador. Los días anteriores la comida no ha estado mejor, creo que la de hoy incluso tiene cierto gusto; aun así me da asco. Las circunstancias actuales no nos permiten reclamar por un buen buffet de carne o algo así.

Pobre Leila, la cocinera, hace todo esto para que no traigan a su bebé a este cuarto.

Ya llevo dos semanas en la sección de "innecesarios", como nos llama el líder Ben Across. Es una habitación igual de elegante y de apariencia antigua como todas las de la mansión; la diferencia es que quienes estamos aquí ya no tenemos esperanza alguna de salvarnos y no precisamente por culpa de los zombies. La culpa mayor es de ellos, sí. Ellos nos han empujado a esta especie de sociedad en que solo sobreviven los útiles, en cambio los que estamos en este cuarto ya hemos sido descartados, ya hemos sido denominados "innecesarios."

Yo nos llamaría, "comida de zombies."

Así es, todos los que estamos aquí servimos como cebo, distracción o carnada. Los secuaces de Ben Across sacan a uno o dos, los amarran, los suben a la carrocería de la camioneta y salen al pueblo en busca de provisiones. Si las carnadas tienen suerte, ese día el grupo no se encontrará con hordas de zombies. En el peor de los casos, serán simples comunes: lentos y casi ciegos que serán fácilmente asesinados por Ben Across y sus secuaces.

Por el contrario, si no tienen suerte, se encontrarán con más de dos de los anormales: algunos los llaman parcas, otros esqueletors; yo nunca los he visto, para mí todos son malditos zombies. Si hay más de uno de ellos, la carnada será usada como escudo y mientras es devorada, los demás escaparán.

Ese es el destino de todos los que estamos en este cuarto. Si me lo preguntas, al menos es un destino cierto, al menos los que estamos aquí ya hemos perdido la esperanza. Los de afuera aún tienen fe en que saldrán vivos de esto; algunos sucumben a la locura en poco tiempo y al final, caen a este cuarto.

En un mundo desolado por los muertos vivientes, créeme, la esperanza es lo más dañino.

Se escucha el sonido intermitente de los pesados pasos de alguien acercándose a la puerta y a continuación, la cerradura es forcejeada con torpeza. La reacción inmediata de mis acompañantes, es comenzar a temblar de ansiedad y hacer tontos ademanes con las manos. Yo estuve así la primera semana... ahora ya no; ahora estoy más bien sorprendido. Hace un rato se llevaron a un muchacho.

¿Acaso decidieron que necesitan a una carnada más? 

La puerta se abre de un tirón y entra un fornido y calvo secuaz de Ben Across, al que llaman "el Gordo"; tiene dos pistolas a cada lado del cinturón y una hoja de papel ensangrentada en donde figuran nuestros nombres escritos a la mala. La lista de sangre, así le llaman algunos.

—¿Kaleb Pheno? —llama el sujeto a gruesa voz.

Mierda, soy yo.

Aunque mi corazón se ha inquietado más de lo normal, trato de conservar la calma pues ese es mi estilo, no suelo agitarme con facilidad. Me acomodo las gafas y aunque mi cuerpo tiembla de ansiedad, tomo una larga bocanada de aire y levanto la mano. Sé que me irá peor si finjo demencia.

El Gordo se acerca a mí a paso rápido y con un fuerte apretón que me corta la circulación, me arrastra fuera de la habitación y me arroja hacia adelante, empujándome de rato en rato para que camine más rápido. Cruzamos un pasillo elegante pero sombrío en pleno atardecer nublado; las paredes están llenas de fotos y pinturas antiguas. Pasamos a un lado del drogadicto Richard Neils que está barriendo el pasillo, impasible y sereno. Es flacucho y bastante tonto.

CarnadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora