Intrusos.

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Érase una vez, una pequeña familia de una hacienda ubicada en Andalucía, España, en el cual vivía una dulce y joven adolescente cuyo nombre era Teresa. Un día se encontraba de regreso a su casa junto a su madre, cuando dentro del maizal que estaban cruzando, se encontraron con tres desconocidos hombres entre los cuales se asomaba un alto y delgado joven llamado Hunter. Al encontrarse la mirada de ambos adolescentes, se percataron de unos extraños sentimientos que florecían en aquella escena peligrosa hasta que alguien rompió el silencio...
-¡Entréguenos todas sus pertenencias si no quiere que le hagamos daño a usted y su hija! - dijo uno de los corpulentos hombres con un tono demasiado amenazante.
-Nosotras no tenemos absolutamente nada, por favor déjenos ir tranquilamente a nuestra casa, señor... - dijo la madre de Teresa en un tono precavido.
-Muy bien, la dejaremos ir... - soltó el hombre.
-Muchísimas gracias, en serio que...
-Pero con una condición - interrumpiendo a la madre - tendrá que darnos refugio en su casa por una semana.
-Pero, ¿qué? - dijo con los ojos completamente abiertos y con el corazón acelerado a punto de salir por su garganta - lo siento pero eso no es posible, somos una familia de muy escasos recursos, a duras penas podemos sostenernos de la cosecha de nuestra pequeña hacienda, además de que no tenemos el suficiente espacio y... - dijo mientras que en sus ojos comenzaban a asomarse unas cuantas lágrimas.
-Mire, señora... - dijo otro de los hombres mientras se acercaba lentamente a la madre y la observaba con detención - usted no quiere salir herida, nosotros solo queremos un lugar donde escondernos por unos momentos. No querrá usted obligarnos a hacerle algo a usted y su - continuo postrando su mirada en la pequeña e indefensa joven - preciada y queridísima hija.
-De acuerdo - soltó mientras unas cuantas lagrimas recorrían sus mejillas y el temblor en su cuerpo comenzaba a marcarse cada vez más - los dejare quedarse en un pequeño refugio que tenemos a unos minutos de nuestro rancho, pero les suplico, que no le hagan daño a mi familia. - finalizo tomando a la niña para colocarla detrás de ella haciendo que esta se aferrará a ella.
-No se preocupe señora - comentó el más grande de los tres hombres con una sonrisa torcida en la cara y unos ojos tan penetrantes de un color oscuro y sin ninguna clase de brillo - ni siquiera notará nuestra presencia.
Y así fue como, cada día de esa infernal semana, la madre de Teresa acudía, discretamente, a dejarles comida al pequeño refugio en el cual estarían solamente una semana y se retirarían sin dejar huella alguna

Dicta CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora