Corría alegre en dirección al carruaje; por fin iría a ver esa hermosa casa de campo a cincuenta kilómetros de nuestra mansión, en un bonito poblado del sur.
Charles, el mayordomo, llevaba las maletas que quedaban, y mientras el las subía, yo me montaba en el carruaje negro con cortinas de terciopelo rojo, tirado por cuatro caballos blancos de crines bien cepilladas y cascos recién colocados.
Yo llevaba mi vestido azul turquesa, algo escotado y las mangas comenzaban por debajo del hombro, ajustado de cintura y hecho de tul; también llevaba un sombrero blanco adornado con tela azul turquesa, a juego con mi vestido, y unos zapatitos de tacón también blancos.
Era una tarde verdaderamente hermosa, con un cielo azul despejado y el sol brillante de medio día, que arrancaba unos preciosos destellos rojos y dorados a mi larga cabellera castaña y ondulada, amainado por una suave brisa de principios de verano.
La mansión, enorme y negra, de dos plantas, con escalera de caracol, diez habitaciones con baño propio, cuatro aseos, una enorme cocina, dos salones de baile y una terraza trasera que da a un enorme jardín con bancos de madera y grandísimos rosales que forman un hermoso laberinto, se alzaba imponente formando sombras en el suelo.
Unos segundos más tarde salía mi padre; cabello castaño, ojos verdes, alto y esbelto. Dice que he heredado todo de él, excepto mis ojos azules, la forma de mi cara y mi forma de reír, que son de mi madre. Dice que soy el mejor recuerdo que tiene de ella.
Mi padre es gracioso, amable, jovial, educado; el mejor padre del mundo. Considera que la familia es lo primero, y eso conlleva mi felicidad.
Yo me considero dulce, amable y muy de mantener bien alto el nombre y honor de la familia, pero a pesar de eso soy un espíritu libre.
Mi padre se montó en el carruaje, me dio un beso en la frente y saco un libro, pero no llegó a empezarlo por que fue interrumpido por un señorita de veintiséis años, de cabello moreno y liso y ojos color caramelo; llevaba un vestido amarillo sencillo y un sombrero blanco también sencillo. Era Scarlett, mi antigua institutriz y actual dama de compañía.
- Señor Cost, ya está todo dispuesto para el viaje- le dijo a mi padre.
- ¿Lo suyo también, Scarlett?
- Sí señor, todo listo.
- Muy bien, súbase- le dijo a Scarlett, y después le dijo a nuestro chofer- Ricard, ¡qué comience el viaje!
El paisaje era precioso, con bosques, campos, ciudades, pueblos. Cada kilómetro era un mundo nuevo, personas nuevas, paisajes nuevos, sensaciones nuevas.
Tras horas de viaje llegamos al pueblo que llevaba tanto tiempo esperando ver, y lo que miré no me decepcionó.
Casas bien pintadas con flores en los balcones y huertos en las entradas. Calles anchas y estrechas, pequeñas tiendas con carteles de todos los colores y tamaños.
- ¡Mira, Margot, esa es nuestra casa!
Mi padre señalaba una casita de pueblo blanca con el tejado rojo. Las ventanas son de madera y tiene un pequeño huerto en la entrada con tomates, lechugas, zanahorias, coles y otras verduras; y en los balcones se encuentran, metidas en macetas, unas flores que nunca antes había visto. Frente la puerta de madera de roble se extiende un camino de piedras pequeño y serpenteante que añade belleza a la casa rural.
-¡Es preciosa, padre!
-Me alegro que te guste, ¿qué te parece, Scarlett?
-¡La más bonita sin duda, señor!
ESTÁS LEYENDO
Recuerdos De Un Verano En Mambarrot.
RomanceMargot experimentará como su vida da un vuelco en un solo verano, como sentimientos antes desconocidos para ella florecen en el fondo de su corazón, e intentará mantener un amor imposible. Recuerdos de un verano en Mambarrot es la historia de una c...