Creo que te quiero.

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Me desperté perezosamente; escuchaba el canto de los pájaros y el sol se colaba por la puerta de la terraza, sobresaliendo de entre los huecos que las cortinas no tapaban. Una voz procedente del otro lado de la puerta del balcón me llamaba gritando:

- ¡Margot! ¡Levanta, vamos!

Esa voz me resultaba tan familiar, pero no lograba recordar a quien pertenecía, me encontraba todavía aturdida por el sueño. Me asomé discretamente por la puerta del balcón para ver al dueño de esa voz.

- ¡Oh! ¡Jack!

- ¡Margot!- dijo muy contento Jack- ¡Yo subo, no te preocupes!

- ¡Espera, que no estoy vestida!- dije casi con pánico, estaba despeinada, con la cara sin lavar, sin cambiar; ¡me acaba de levantar! Estaba simplemente horrible.

Pero Jack no prestó atención a mis palabras, entró en la casa igualmente.

- ¡Scarlett! ¡Scarlett!- gritaba, el terror se había apoderado de mí.

Scarlett entró espantada en la habitación y me preguntó más aterrada que yo:

- ¿Qué le pasa señorita?

- ¡Jack va a subir y mírame como estoy!- le dije apenada.

- Señorita, pero si ya le ha visto por la puerta del balcón- me contestó a punto de hecharte a reír.

- ¿Cómo lo sabes? Dá igual. ¿Y si tu estuvieses en mi lugar y fuera mi padre el que fuera a verla así?

- ¡Baje la voz!- me dijo asustada mirando a un lado y al otro.

- Vale, pero ayúdeme- le dije en tono suplicante.

- Bien la dejaré preciosa. Usted lávese y cepíllese mientras yo busco la ropa que le pondré.

Abrío el armario y empezó a observar todos los vestidos y a evaluarlos mentalmente, Scarlett estaba muy enterada en cuanto a moda.

Sacó un hermosísimo vestido rosa salmón de mangas cortas, escote en u y una cinta rosa pálido en la cíntura.

Me recogió mi salvaje melena castaña en una trenza que ató con una cinta del mismo rosa que la cinta del vestido, unos zapatitos blancos y como toque final, un poco de perfume.

- ¡Ya está lista! Seguro que le está esperando abajo, corra- me dijo Scarlett empujándome hacia la puerta.

- ¡Gracias!- le dije y la abracé.

-¡Corre!

Bajé las escaleras apresuradamente y al final de ellas estaba él, tan apuesto, sonriéndome. Unas mariposas se adueñaron de mi estómago. Entre la emoción y las prisas me tropecé en el último escalón y él corrió a socorrerme. Y volví a caer entre sus brazos.

- ¡Ah!

- ¡Margot!

En ese momento nuestros ojos se unieron en una dulce mirada y él acercó su cara más y más a la mía, y yo hice lo mismo. Pero en el último momento apartó sus labios y lo único que logré fue besar el aire.

Abrí mis ojos, que había cerrado como él, y le miré sorprendida. Entonces él pronunció las palabras que volvieron a echar a mi pobre corazón al duro suelo de la realidad, y la burbuja en la que me encontraba se explotó, y me hizo caer desde muy alto.

- ¡Vamos al lago! Ayer no lo pudimos ver, ¿quieres?

- Sí- dije todavía desconcertada y decepcionada.

- Pues vamos.

Salimos de la casa y caminamos, sin dirigirnos una palabra, hacia el lago, donde había una barquita. Fue cuando él rompió el silencio:

- ¿Quieres subirte? Te llevaré hasta el centro del lago y luego volvemos. ¡Sera increible!

Esa palabra depertó mi enfado. ¡No! Increible era como había apartado sus labios cuando me iba a besar hace un momento. Mi mal genio, que solía controlarlo muy bien y no era un problema, se soltó y le grité lo que pensaba:

- ¡Increible! ¡Oh! ¡¿Cómo que increible?! Increible es como juegas conmigo, ¡descarado!

Me di la vuelta para volver a casa, estaba furiosa pero también trite; me había dejado llevar y me había creado falsas ilusiones. Las lágrimas empezaban a resbalar por mis mejillas, ¿por qué me dolía tanto si apenas le conocía?

No sabía como aquel muchacho había logrado causar sentimientos tan fuertes en mí en apenas un día, ¿era eso posible? No, no podía, pero, sino, cómo podía explicar ese dolor que sentía por su rechazo. Si no le importase no habría deseado ese beso, le habría dado ua bofetada por su atrevimiento. Pero allí estaba llorando por él. ¿Por qué? ¿Cómo? No lo sabía.

Entonces él me cogió del brazo impidiendo que huyera, vió mis lágrimas y su cara fue de tristeza y asombro.

- Margot...Yo, yo. Yo no estaba jugando contigo- estaba apenado, arrepentido; pero mi dolor no me dejó verlo.

- ¿Sí? Y piensas que voy a creerte, ¿no? Pues no, no voy a aceptarlo- volví a flaquear y las lágrimas se escaparon de mis ojos.

- Margot lo siento...

- ¿Sí?- le dige entre sollozos- Pues explícamelo.

- Yo no quiero hacerte daño, todo lo contrario. Yo...- cogió aire y dijo- Puede ser que no me creas pero no se como me he enamorado de ti...Pero sé que lo nuestro no es posible.

- ¿Por qué?- pregunté ingenua.

- Margot, tu eres una señorita y yo...Pues yo no soy nadie.

Su rostro era triste.

- Claro que eres alguien...

Jack me interrumpe.

- A tu lado no soy nadie. Margot esto es imposible, hay un abismo entre nuestras clases.

- Las clases me dan igual, Jack.

- ¿Y crees que a tu padre le dan igual?

- Si yo soy feliz, sí. Es posible, Jack- le sonreí.

Él me respondió con otra sonrisa, se acercó tímido y me dijo:

- Creo que te debo uno.

- ¿Un qué?- le pregunté extrañada.

Sonrió casi riendose, se acercó a mí, más y muy rápido, y posó un pequeño beso en mis labios. Sorprendida sonreí sobre sus labios y sentí otra vez esas mariposas que ahora subían hasta mi pecho y brotaban en forma de una risa risueña.

¿Cómo se puede querer a alguien que apenas conoces? No lo sé, pero yo lo hacía y era una sensación que pintaba toda mi vida de colores y me hacía sentir que podía volar. ¿Sería eso el amor? Fuese lo que fuese me encantaba y no quería que se marchara, no quería que ese muchacho que había entrado en mi vida de esa forma tan repentina, se marchara.

Tal vez no fuese el beso más bonito o el mejor del mundo, pero  para mí si lo era. Un beso simple, pero dentro de él cabían nuestros complicados sentimientos.

Jack se separó sonrojado, al igual que yo, y me dedicó una preciosa sonrisa triunfal.

- ¿Margot?

- ¿Sí?

- Creo que te quiero.

Una enorme sonrisa se formó en mi cara.

- Creo que yo también.

De repente me sentí mareada y el fuerte sol de la tarde golpeó mi rostro, recordé que con el ajetreo del día anterior no había comido. Las piernas me fallaron y debil caí al suelo. Lo último que vi y eschuché antes de que mis ojos se cerraran fueron la cara de Jack y su voz repitiendo mi nombre preocupado.

Mis ojos se cerraron y la oscuridad pintó mi vista.

Recuerdos De Un Verano En Mambarrot.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora