Prologo

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|Siglo XVI |

Hasta hace algunas horas atrás la noche había sido tranquila, con un cielo estrellado totalmente despejado. Durante toda la noche había reinado el silencio, un silencio pacifico, pero este había sido interrumpido. El ruido de las pisadas y los gritos de los cazadores era cada vez mas claro y fuerte, lo que solo podía significar algo: se estaban acercando.

—Ya los escuchó venir —la segunda de las hermanas Morrison rompió el silencio que ahora se había vuelto tenso— No tardarán mucho en llegar.

—Aun podemos huir hermanas —dijo la menor, mirando a sus dos hermanas alternativamente, con ojos suplicantes, en los que la esperanza brillaba como las estrellas en el firmamento, pero, esta no tardarían en desaparecer.

No obtuvo una contestación de ninguna de las dos. Ellas ya habían "aceptado" su destino, o mejor dicho, su fin. Y aunque quisieran hablar, no podían hacerlo. El miedo era como un veneno que se extendía y circulaba por sus venas. Era comprensible que se sintieran así, que sintieran aquel miedo, pues sabían perfectamente lo que estaba por pasarles, por hacerles.

—No, nosotras no hemos hecho nada malo —replicó aun así la menor negando ligeramente con la cabeza en un susurro, tenia un nudo en la garganta— Vámonos, huyamos, aun tenemos tiempo...

Se vio interrumpida por aquel tremendo ruido que fue causado por la puerta al ser destrozada. Estaba equivocada. El tiempo se había acabado ya sin siquiera haber comenzado a correr.

Habían llegado. Estaban allí. Irrumpieron en la casa por demás con violencia. Derribando la puerta para poder ingresar, sin percatarse siquiera que esta no había sido cerrada con seguro por dentro.

Aquel veneno que recorría sus venas ya había sido llevado por todos sus cuerpos y las había dejado totalmente paralizadas. Las Morrison no opusieron resistencia, ni siquiera la menor, de la cual la esperanza ya había desaparecido sin dejar rastro alguno, la había abandonado.

Los cazadores, eran en su gran mayoría hombres, que habían jurado a la población, a todas las personas de aquella cuidad y los alrededores eliminar a los "monstruos", a todos y cada uno, sin excepción alguna. Ellos habían jurado eliminar el mal. Y cumplirían su promesa.

Ataron a las tres jóvenes, con las manos por detrás de la espalda. Amarrando bien la cuerda alrededor de sus muñecas, casi cortándoles la circulación, para evitar que escaparan. Sin esperar un segundo mas las sacaron fuera para dirigirse a la plaza del pueblo, no sin antes quemar la casa, aquella en la cual vivían las Morrison, y sin poder hacer absolutamente nada mas que llorar, la vieron arder, junto con todos los momentos de lo vivido allí, y los recuerdos de estos.

Arrastraron a las hermanas sin piedad y cuidado alguno, se movían con rapidez, con prisa. En la plaza ya estaba esperando la hoguera, serian quemadas, y todo el pueblo se había congregado ya para ver aquel gran espectáculo. Si, eso es lo que les harían, eso es lo que hacían a los "monstruos", a todas aquéllas personas que osaban practicar la brujería. Y las Morrison eran auténticas brujas.

No perdieron tiempo, en cuanto llegaron al lugar ataron a postes de madera a cada una de ellas. Bajo sus pies descalzos descansaban montones de madera, esperando de tan solo una pequeña chispa de fuego para comenzar a arder y consumirlo todo a su paso.

En cuanto estuvieron bien atadas un hombre, que al parecer era el jefe de los cazadores, se adelanto para dirigirse a la multitud. Sostenía una antorcha en su mano derecha.

—Aquí las tienen —grito para que su voz fuese escuchada por todas las personas presentes— Hoy todo acabara. Hoy todo el mal se ira... ¡Con ellas! —se giro señalando a las tres jóvenes— ¡Con estas sucias brujas! Al fin podremos estar tranquilos, podremos vivir en paz, sin el mal rondando a nuestro alrededor —se notaba claramente el sentimiento de repulsión en la voz de aquel hombre.

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