El destino nos unió.

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Era el otoño lo que ambos preferían. Aquél clima que comenzaba de forma cambiante, culminando en un helado invierno. Aquella época que para muchos representaba la vejez, al caer las hojas de los árboles, o sumirse en una depresión casi semestral hasta volver a ver el florecer de la primavera. Podría ser llamada como una estación intermedia: otoño es una transición del verano al invierno. De todos modos, era la estación que preferían.

Porque era la estación en la que se habían conocido.

Las hojas ya marrones crujían debajo de los pies del joven rubio de aspecto nazi mientras caminaba por las estrechas calles tan familiares ante sus ojos. Se veía distraído. No prestaba atención a nada, ni a nadie. Debía saber el camino que seguía de memoria, marchaba cual camisa negra durante la Marcha sobre Roma. Sus claros ojos estaban posados en aquellas andrajosas zapatillas que ya parecían estar adheridas a sus pies, parecían haberse incorporado a su anatomía. En ese momento de completa distracción, su escuálido cuerpo colisionó con otro, que probablemente lo doblaba en tamaño. El joven rubio no quiso alzar su mirada en un principio, pero de todos modos terminó haciéndolo, aquella voz en su interior que lo incitaba a quemar cosas se lo ordenó, casi lo obligó, alegando que su vida estaba a punto de cambiar.

Al ver los ojos del otro muchacho lo supo de inmediato, su vida jamás volvería a ser igual que antes.

Su rostro parecía el de un tierno bebé, pero al sentir la no muy dulce esencia proveniente de las zapatillas del niño nazi, toda la ternura desapareció para dar lugar a una expresión nauseabunda. Segundos más tarde se sonrieron el uno al otro. Jamás habían creído que experimentarían esta clase de sentimientos, el amor a primera vista, sin siquiera haber pronunciado una palabra, desconociendo sus nombres, desconociendo sus historias, pero ya sabiendo que habían sido hechos el uno para el otro. Era su destino conocerse, con sólo una mirada lo comprendieron: juntos crearían un imperio, estaban destinados a estar juntos hasta el fin de la eternidad, o hasta que ambos fueran asesinados a sangre fría por sus esclavos en rebelión. Parecía una película romántica, en las que los protagonistas con una sola mirada se transmiten todo. No era un silencio incómodo, simplemente se observaban mientras las primeras gotas de lo que pronto sería una tormenta comenzaban a caer.

Entonces, la tormenta se desató.

Un grito casi histérico proveniente de una persona situada unos cuantos metros delante de ellos captó la atención de ambos. «AY NO MIRÁ QUE LEMDO EZE SHICO RUBEO KIERO K ZEA MIOOOOOOOOOO»

Ambos jóvenes giraron su cabeza en dirección a la voz, con una expresión horrorizada al ver cómo una figura avanzaba con velocidad. En un principio, cuando sólo percibían una silueta, pensaron que se trataba de una joven alta. Pero al acercarse más, notaron aquellos tacones con los cuales la chica ni podía caminar. En su rostro ambos podían ver que crecería para convertirse en una mujer catadora de órganos reproductores masculinos, destinada a morir atragantada en una avalancha de ellos. En ese momento parecía rabiosa, quizás un tanto histérica, y extendía sus cortos brazos, similares a los de un tiranosaurio rex, en dirección al niño nazi.

— ¡Alejate!—Exclamó el otro joven, y dio un paso hacia el frente, interponiéndose entre el camino de la muchacha histérica y el niño nazi. — ¡No te atrevas a colocar tus manos contaminadas por órganos viriles sobre él!

El niño nazi se sentía como una damisela en peligro, la cual era rescatada por su príncipe. Empezó a retroceder un par de pasos, con intenciones de regresar al sitio del cual venía, pero el otro muchacho más grande, cuyo nombre desconocía, lo detuvo al agarrarlo del brazo.

—Vos no te vas a ningún lado, chiquito. — Le dijo, y le guiñó un ojo, lo que desató la ira colérica de la chica frente a ellos. —Soy Queen Chanel Montana Legrand Gimenez Casan...— Una cálida sonrisa apareció en el rostro de ambos, el niño nazi se encontraba perdido en los ojos de Queen Chanel Montana Legrand Gimenez Casan. Por fin sabía su nombre. —Pero vos podés llamarme Fede. —Continuó. Sus ojos volvieron a encontrarse, y por instantes parecieron haber olvidado a la histérica pitufina que chillaba a metros de ellos. Comenzaron a imaginar una vida juntos, unidos, recorriendo los campos de concentración que pronto poseerían, esclavizando a la sociedad, apoderándose del universo.

—Soy Adolf Amilcare Stalin... Pero me gustaría más si me llamaras Lisan. —Las palabras del joven rubio fueron simples susurros, no quería que lo dicho llegara a oídos de la extraña mujer que comenzaba a acercarse a ellos, tropezando cada tres pasos que daba.

—¡TE LLAMAZ LISAAAAAAAAAAN QUÉ LENDO NOMBRE ZEGURO TU APEYIDO ES LENDIZIMO Y VA A KEDAR RE BIEN CON EL NOMBRE DE NUEZTROZ HIJOZZZZZZZZZZZZ!— Gritó eufóricamente la mujer, quien segundos más tarde se identificó como Trini.

Trini, su nueva pesadilla, y el obstáculo que se interpondría entre Adolf Amilcare Stalin y el amor de su vida.


Fin del cap 1, no la seguiré hasta tener 150 likes, 2000 comentarios y hasta ser compartido en Twitter por un representante de Svetlana Aleksijevitj, Alice Munro o Haruki Murakami.

Tormentas de Otoño.Where stories live. Discover now