Queen Chanel Montana Legrand Gimenez Casan hizo la promesa de proteger a Adolf Amilcare Stalin de todo mal que se presentara. Lo protegería con su vida, juró, aunque su vida valiera menos que la pelusa blanca que desprendían los árboles. La mujer, cuyo nombre sonaba como una blasfemia, claramente mayor que los dos jóvenes, los observaba cual pedófilo pasando frente a una guardería de niños.
Queen Chanel dio un paso adelante. Su vestimenta de colores fuertes resaltaba en el clima otoñal, aquella camiseta de un color blanco inmaculado hacía pensar a cualquiera que el niño tenía un arsenal de remeras nuevas en su armario, desechando al fin del día la usada. Con un suave movimiento extrajo de su bolsillo un iPhone seis, lo que causó que Trinidad retrocediera con un gruñido.
—AI EZE ZELULÁ ÉZ RE CHETO I TENÉZ EL HUNIFORME DEL MODELO ZOZ RE CHETO VOZ RE CHETO.— Exclamó casi a los gritos la Trinynosaurio, aunque ella afirmó segundos más tarde que aquél era su tono de voz normal. Queen Chanel, a pesar de tener un témpano de hielo en su corazón quería proteger al pequeño Adolfo de la fiera que acechaba. Presionó los botones de su iPhone y luego se dedicó a teclear unas cuantas cosas, lo que pareció no dar resultado, porque soltó un grito de frustración.
—¿Por qué no pedí que me compren el iPhone 6s plus?— En su momento de distracción, mientras protestaba sobre cómo podría haber pedido un ejército de iPhones 6s plus para enfrentar a la villana de pie frente a él, y se lo habrían dado, puesto que asistía al Modelo y eso significaba que era un cheto malcriado; Trinynosaurio comenzó a avanzar dando zancadas [debido a sus altos zapatos de taco con los cuales se le dificultaba caminar].
—¡Queen Chanel Montana Legrand Gimenez Casan, traidora!—Gritó el niño nazi a todo pulmón, cuando la dama catadora de órganos viriles se encontraba sólo a un par de pasos de él. Por más que se apresurara, el joven cheto no lograría llegar a tiempo para proteger al gran amor de su vida de las garras de aquella mujer. Pero en medio de la tormenta, una ráfaga de viento hizo que todos casi se paralizaran. Una luz, cual rayo cayendo con velocidad, los cegó por un par de instantes.
Cuando recuperaron su visión, un joven alto, de buen porte, interfería en el camino de Trinidad hacia el joven Adolf. Iba vestido de una manera particular, probablemente si recorriera calles muy transitadas de aquella manera, le gritarían ridículo desde los autos que pasaran. Pero él parecía orgulloso de su vestimenta: un enterito de malla color rojo, con un círculo blanco en el centro del pecho. Dentro de la circunferencia había una M perfectamente trazada con lentejuelas doradas. Una capa negra flameaba a su espalda mientras el jovel orgulloso miraba hacia el cielo.
—AHÝ PERO KE LENDAZ LEMTEJUELAZ LAZ BOI A UZAR PARA EL BEZTIDO KE ME BOI A COMFEZIONAR PARA HEL KINZE DE MACCI!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!— Chilló en éxtasis Trinidad, lo que provocó que los tres hombres presentes retrocedieran de un salto. Luego de breves segundos, el hombre de malla colorada recuperó su postura, y alzó sus brazos como si fuera un bebé pichón esperando el llamado de su madre águila para salir a volar.
—¡Soy Súper-Marian, y he venido a rescatarlos de esta fiera!—Dijo, su voz retumbando en la calle poco transitada, aunque aquél tono que utilizaba no resultaba molesto como el de la mujer de la noche. Una oleada de esperanza recorrió el cuerpo de los dos menores, que se miraron a los ojos mientras se planteaban qué era lo que debían hacer.— ¡Corran, salven sus vidas! ¡Yo la retendré lo suficiente para que ustedes puedan escapar!— Con un dedo, Súper-Marian apuntó al cartel que indicaba «sitio de escondite para personas que huyen: doce mil trescientos cuarenta y cinco kilómetros con veinte metros y ocho centímetros y medio».
Era la única esperanza de los jóvenes. Volvieron a mirarse, sabiendo qué era lo que debían hacer: huir juntos, luchar por su libertad, correr hacia la Patagonia. Sin pensarlo dos veces, agradecieron a Súper-Marian, quien con sus poderes intentaba retener a la terrorífica mujer que los acechaba. Chasqueando los dedos, Súper-Marian hizo que aparecieran plantas alrededor de Trinidad, «Flores de Poronga». La dama pareció satisfecha, aunque era incierta la cantidad de tiempo que le tomaría saciarse, antes de que estuviera aclamando nuevamente por carne de niño blanco menor de dieciocho años.
—¡Volveremos a vernos algún día, muchachos!— Fue lo último que escucharon decir al hombre de enterito rojo mientras se daban a la fuga. No habían recorrido veinte metros y el niño que poseía un iPhone ya estaba agotado, por lo tanto Adolf se vio obligado a medio-arrastrarlo, medio patearle el trasero para que se moviera. Cuando habían recorrido una distancia lo suficientemente grande para permitirse tomar un descanso, lo hicieron. Se detuvieron, colocando sus espaldas contra un gran árbol. El señorito Stalin se dedicó a secar las pocas gotas de sudor que se deslizaban por su piel, intentando estabilizar su respiración, la cual era agitada; mientras Queen Chanel dedicaba su tiempo a buscar en el App Store una aplicación que pudiera contribuir a controlar la sudoración excesiva, la pulmonía y el accidente cerebro vascular que tenía a causa de su veloz escape.
Las miradas de ambos muchachos se cruzaron, y de inmediato regresó a su mente el valiente Súper-Marian, quien casi había arriesgado su vida para protegerlos de Trinynosaurio Rex. Esperaban volver a encontrarse con él en un futuro, ya que no habían tenido el tiempo suficiente para agradecerle como se debía por haberlos protegido.
Ambos pensaron lo mismo: si volvían a encontrarse con el valiente súper-héroe de malla ajustada, se convertiría en un miembro importante de sus vidas. Lo que los llevó a preguntarse, ¿sería Súper-Marian un nuevo obstáculo en su intensa, fogosa relación?
Decidieron dejar que el destino respondiera esa pregunta, y al encontrarse más estables, continuaron avanzando hacia el albergue de escondite para personas que huyen...
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Tormentas de Otoño.
RomansaEl destino los reuniría por primera vez una tarde de otoño cuando la primera tormenta se aproximaba. Ninguno de los dos sabía que cuando sus miradas se cruzaran estarían condenados, deseando pasar el resto de sus vidas juntos. Tampoco sabían que u...