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11 de abril, año 2014.

Un cliente coqueteando con su amiga Julia, otro peleando con su novia en la barra, una anciana intentando encontrar algún hombre con quien bailar y mayoría de chicos en la mesa cuatro observando su trasero. Ese era el día de Lauren Hemmer, una muchacha californiana de veinte años, quien a pesar de necesitar el dinero para pagar la universidad, pensaba renunciar.

Ella recogió su cabello castaño en una coleta, las puntas tenían un color rosa pastel, se había teñido hace una semana y le encantó el resultado. Miró hacía la puerta deseando que nadie mas entre al bar en sus últimos minutos de trabajo. Era su primer trabajo y ya deseaba irse.

Logro conseguido, luego de veinte minutos sentada en la barra nadie se atrevió a entrar o a molestarla en su observación al reloj de pared. Casi soltó un grito de victoria cuando se hicieron las once de la noche pero se contuvo cuando vio la mirada pervertida de los muchachos en ella.

Lauren siempre fue una chica de dinero, su padre era el exitoso empresario Douglas Hemmer, quien posee grandes cantidades de dolares en el banco y sabe como jugar al poker. Su hija vivió aprovechando cada centavo en lujos, hasta que al terminar la escuela en la mejor secundaría de California, su padre canceló sus gastos y la obligó a conseguir su propio dinero.

Por lo tanto, ahora debe trabajar todos los días para pagar la Universidad de Abogacía, algo que desprecia pero no puede hacer nada al respecto. No convencería a su estricto padre a ayudarla, ni siquiera a su madre Beatrice quien solo sigue las reglas de su esposo. 

Luego de todo eso, allí se encontraba ahora, en un bar con mesas de madera, suciedad en todos lados y cuadros con marcas de cervezas en todas las paredes. Algunos días lavando vajillas y otros atendiendo a los clientes.

—¡Hey, niña rica! —gritó Julia quitando su delantal, llevaba una camisa a cuadros roja y pantalones azules— Tengo algo que decirte.

La muchacha dio media vuelta fulminando con la mirada a la pelirroja excéntrica de su amiga, ese era el apodo que todo el bar le había dado desde que comenzó con el trabajo. ¿Como se dieron cuenta? Fácil, ella llegó con unos zapatos de tacón, vestido blanco y muchas joyas decoraban sus manos. También porque se negó a lavar los vajillas el primer día, insistiendo en el cuidado de sus uñas.

—¿Que quieres? —preguntó levantando la voz entre el ruido de personas conversando— Creí que ese apodo ya había pasado de moda...como tus zapatos.

—Dios, solo quería decirte que no pienses en renunciar porque todos aprendimos a quererte, un poco —respondió la pelirroja masticando su chico ruidosamente—. Ademas, necesitas el empleo, tu padre nunca te dará el dinero. ¡Canceló tu tarjeta de crédito!

—Me lo devolverá, comprende, él solo finge pero no se resiste al llanto de su hija —rió mirando sus uñas—. Algún día entenderá que no puede hacerme esto, no nací para lavar platos y servirle a las personas.

—¡Oh, vamos! ¿Y para que naciste? ¿Para estar en tu cuarto coleccionando ropa de diseñador y obligandole a tus empleadas a pulir los azulejos con mas fuerza?

—En teoría, si —respondió haciendo una mueca de disgusto.

Observó como una chica de baja estatura entraba al bar, era su reemplazo. Agarró sus llaves, dejó su carnet en uno de los bolsillos de su delantal y levantó la mano llamando la atención de la joven, quien caminó hacía ella algo asustada.

—Dejé todo los vasos en esa sección, sugiero que los laves antes de dárselo a los clientes —sugirió quitando su uniforme, para luego entregárselo— y deberías tener cuidado con la palanca cuando intentas hacer un chop de cerveza, está atorada. ¿Tú nombre era?

ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora