Jaime es el profesor más quisquilloso de mi Instituto: fanático de las normas, los formalisimos y la puntualidad. Sus clases, con propiedades somníferas, provocan el bostezo de todos sus alumnos; y la camisa, que lleva día sí y otro también, es uno de sus rasgos más cariturizado por mis compañeros.
Ese martes tenía la avaluación final de filosofía y una vez más llegué tarde. Había cambiado mucho en los últimos meses, pero no conseguía ser puntual. Llegaba tarde a clase, a los ensayos con el grupo, a las comidas familiares... Mi madre decía que era porque vivía el momento, a ella le gustaba. En realidad le gustaba todo de mí, y a mí todo de ella: sus abrazos, el olor de su ropa, incluso sus regañinas. Supongo que todo el mundo piensa que su madre es perfecta, pero la mía realmente lo era.
Después de un largo día de clases, a mi parecer inútiles, por fin llegué a casa. Como la mayoría de los días me recibió Alba, mi hermana. Sale de la guardería mucho antes que yo del Intituto,así que siempre me espera detrás de la puerta con una galleta o algún otro dulce que su madre le había dado, premiandola por acabar su plato. Yo suelo llegar mucho antes que Dani, mi hermanastro, que al sonar la campana se entretiene intentado ligar con alguna de mis engreídas "amigas". Cuando llegué nueva, poco antes de que Alba naciera, empecé a juntarme con las "sinsin" (sin corazón y sin cerebro). Pero, ¿qué podía pedir? Yo era una de ellas ahora.