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Veréis: yo solía ir a un instituto en el cual me iba bastante bien, pero por circunstancias de la vida me tuve que mudar. Básicamente mi madre odiaba la otra casa porque estaba plagada de muchos, rollo MUCHOS insectos (cosa que le agradeceré eternamente).

Parece normal, pensaréis. NO, ¿VALE? NO. Porque tuvo que llegar él, Salvador, y arruinar mi existencia con su cara angelical, sus ojitos brillantes, su sonrisa contagiosa, su pelo... Ups, ya empiezo. Pido disculpas por este desliz.

Prosigamos. Soy de esas personas que siempre o casi siempre llegan tarde a toooodos los sitios. En mi defensa diré que no sé cómo me lo monto, peeero me pasa. Pues resultó que una mañana por obra y milagro de Nuestro Señor Jesucristo (AMÉN) llegué temprano a clase.

Dejé mi mochila en la mesa y opté por asomarme al pasillo para observar al "ganado" pasar. Como hacía relativamente poco que me había cambiado, aún no conocía a casi nadie; a excepción de una chica de mi clase, bajita, muy nerviosa llamada Oriana y su mejor amigo Iván.

Oriana llegó a los dos minutos de yo estar en la puerta. Se quedó como un minuto y medio analizándome.

-Tú, aquí... ¿Qué hora es? -miró su móvil; luego, a mí.- Temprano. ¿Qué te ha pasado?

-Un milagro, supongo -contesté sin vacilar y encogí mis hombros. Oriana soltó una carcajada.

-¿Sabes que ha venido un chico nuevo de Navarra? -alzó las cejas con perversión. Rodé los ojos.

-Tú no cambies. Siempre pensando en p... -Enseguida me tapó la boca cuando vio que venía su novio. Sonrió nerviosa, a la vez que apartaba su mano con sutileza.

-Buenas, Leandro -dije amablemente. Al ver que se tiraron a los morros, giré asqueada sobre mis talones; entré a clase.

Las tres primeras horas pasaron aburridas. Estar toda una hora escuchando al mismo profesor y habiendo dormido unas 5 horas escasas, es realmente exasperante. Sentía que la cabeza me iba a explotar.

Pero a la hora del recreo, pasó algo que dio un giro que verdaderamente no me esperaba. Después de haber recogido todo salí al pasillo, justo en el mismo instante en el que pasaba alguien. Mi nariz impactó contra lo que supuse que era su pómulo.

-Vaya. Te pido disculpas. ¿Estás bien? -Una voz suave como el algodón se oyó unos centímetros más arriba de mi cabeza.

-Sí... -contesté no muy segura de mi respuesta. Me sobé la parte golpeada para ver si me salía sangre y si aún seguía en su sitio.

Decidí observar al individuo con el que me había topado.

-Bueno, adiós -Y ese momento marcaría mi vida para siempre (bueno, al menos da para mucho). Contemplé al pedazo monumento que tenía delante de mí. Fue ahí cuando entendí eso que dicen en las películas de que sienten como se parara el tiempo: lo sentí. Podía mirarle con detenimiento y ahí seguía él. Con una sonrisa tímida y su mirada chispeante.

-Hey, ¿Eva? -Cuando volví a la realidad, me vi en el banco del patio donde me solía sentar y Oriana y Leandro a mi lado.

-¿Uh? -gruñí.

No es agradable que te bajen de un plumazo al mundo real. Prefiero mi mundo de fantasía y... a mi dios griego.

 a mi dios griego

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«La madre de mi BAE»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora