Voces

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-¿Alguna vez se ha preguntado en que piensan los locos? ¿Qué es lo que pasa por su cabeza? ¿Qué es lo que les hace estar locos? ¿El por qué se volvieron así? Si usted mira la definición que ofrece la RAE al termino loco verá que lo describe como persona que a perdido la razón o con poco juicio, disparatado e imprudente. Bueno, ¿quién puede afirmar que eso sea cierto? Las personas normales acostumbran a pensar que los locos son aquellos que actúan sin pensar, que están en el psiquiátrico y llevan camisas de fuerza. ¿Cree usted que de verdad esas personas están locas? Han sido muchos los filósofos los que a lo largo de la historia han hablado sobre la locura, sobre su belleza e incluso sobre la cordura que existe en ella. Siendo esto último cierto, ¿no sería una contradicción? Pues si existiera cordura dentro de la locura automáticamente dejaría de ser locura, ¿entiende lo que le quiero decir?-hizo una pausa y bebió un sorbo de su humeante taza de té- Como psiquiatra que soy me arriesgo a decir que la locura no existe, simplemente son distintas realidades o visiones del mundo, aunque no hay ninguna que sea más acertada que otras. Querrá usted que le ponga un ejemplo, pues bien, se lo pondré:

El hombre se levantó de la silla despacio y se puso de espaldas a su oyente.

Hubo un momento de silencio, como si estuviera ordenando las ideas en su cabeza o como, si por unos instantes, hubiera huido de la situación en la que se encontraba y estuviera en un lugar muy muy lejano.

Finalmente, prosiguió:

-Imagine que es usted un niño de doce años, aproximadamente. Pongamos que, como es habitual en la mayoría de los niños, tiene un grupo de amigos  del colegio y, ya de paso, imagine también que usted y sus compañeros deciden hacer una investigación en una casa abandonada cerca del lugar donde viven. Este tipo de travesuras o actos infantiles son comunes en los niños, pues por algo son niños, ¿sabe? La infancia, al fin y al cabo, cobra un papel fundamental a lo largo de nuestra vida, es un periodo que nos marca y nos define hasta el día de nuestra muerte. Perdone, me estoy yendo por las ramas.- se aclaró la garganta- Lo que iba diciendo; son cuatro amigos: tres niños y una niña. Con el fin de hacer una mejor investigación deciden dividirse en grupos de dos. Concluyen que usted y su compañero irán al piso de arriba y que, mientras tanto, la niña y el otro chico se quedarán abajo.

El hombre giró sobre sus talones y se puso de cara a su oyente.

-Entonces, ambos comienzan a subir esas destartaladas escaleras que chirrían a cada paso que reciben. Ese sonido agudo que le pone los pelos de punta y hace que se le erice el bello del cogote, provocándole así un escalofrío que recorre todo su cuerpo. Hay telas de araña decorando la barandilla como si de guirnaldas se tratasen y casi puede sentir como las arácnidas corretean a su alrededor, como si jugaran a asustarle y se rieran por lo bajito, burlándose de su cobardía. Pero, usted es un niño valiente, no debe dejarse intimidar por minucias que, probablemente, sean producto de su imaginación. Prosigue caminando escaleras arriba y se coloca tras su acompañante, quien lleva la linterna e ilumina el camino. Enfoca a las paredes del pasillo que se presenta ante ustedes y unos retratos de hombres y mujeres ya muertos les reciben con rostros fantasmales. Aprieta con fuerza el bate de béisbol que lleva entre las manos por si acaso algún incidente inesperado les causa problemas y avanza una vez más, sin hacer caso de la vocecilla en su cabeza que le dice que no lo haga, que se dé la vuelta y regrese a casa, abrace fuerte a su madre y se quede dormido entre el calor y perfume que ella desprende. De pronto, algo llama su atención. Acaba de ver lo que parece ser una especie de ventana cerrada al fondo del pasillo. Piensa que, si pudieran abrirla y dejar que algo de luz natural entrara en la casa, quizás no tendría tanto miedo. Camina con paso decidido hasta la ventana. El postigo esta cerrado y debe hacer acopio de todas sus fuerzas para abrirlo pero, finalmente lo consigue. Aunque, el resultado no es ni de lejos lo que esperaba. Una gruesa película de suciedad recubre el cristal, dificultando la filtración de los rayos de sol. Cerca de la ventana hay un espejo decorado con un copete. Observa su rostro en el reflejo: los labios tiritan por el frío o por el miedo que ese lugar le infunde, quizás por ambos motivos. Sus ojos carecen del brillo habitual que poseen y, en su lugar, se muestran vacíos, sin vida. Mira hacía abajo y examina sus pálidas manos, heladas y huesudas y comprende que solo es un niño que debería estar jugando en la calle y no asaltando casas abandonadas. Pero, es entonces cuando se percata de que está solo. Su compañero le ha dejado hace ya mucho tiempo y se encuentra perdido en aquella casa que le hace sentir insignificante y vulnerable. Intenta mantener la calma, toma aire y procura que su respiración no se acelere. Trata de poner la mente en blanco, evitar que su mente le traicione haciéndole pensar que nunca saldrá de allí, que algún fantasma oculto en los espeluznantes cuadros le está observando y está al acecho, cual depredador a la caza de su presa. Pero todos sabemos que esos intentos son en vano y que el pánico empieza a cundir en usted. Toma de nuevo el bate de béisbol en sus manos, estrujándolo con fuerza para estar alerta en caso de que esos espíritus que van a por usted decidan actuar. Los latidos de su corazón se están acelerando y ya no puede controlar su ritmo respiratorio. Siente ese subidón periódico de adrenalina y durante un breve instante ve que algo se mueve en el reflejo del espejo. Le invade una fuerza sobrehumana hasta ahora desconocida para usted y agrede sin piedad a los entes que han ido en su busca. Golpea con fuerza sin pararse a reflexionar en tal acto de violencia y, cuando siente que las fuerzas comienzan a fallarle, que sus brazos comienzan a flaquear, observa el resultado. Ante usted, yace el niño que momentos atrás había caminado a su lado, como amigo, como compañero, como ser vivo. Tiene el cráneo aplastado y sus sesos se esparcen por el suelo. Su bate está manchado con la sangre de su amigo, con la sangre de la víctima, su víctima. No solo el bate, también sus manos están manchadas de sangre, sangre que, aunque lave con agua y jabón, nunca podrá borrarse. Un huracán de sentimientos toma forma en su interior y un montón de voces internas que nunca antes le habían hablado le susurran: "¡Asesino!"Acusan unas, "¡Culpable!"Sentencian otras. Algunas intentan aliviarle diciéndole "Tranquilo, no es culpa tuya. Él venía a por ti. Quería hacerte daño, está aliado con ellos..." Y queriendo creen en estas palabras termina por engañarse a si mismo, pensando que de verdad, el que había sido su amigo se había aliado con aquellos malvados espíritus que tanto le atemorizan.-una malévola sonrisa afloró a los labios del doctor.-Y su cabeza empieza a dar vueltas, lo que antes eran susurros pasan a ser gritos y alaridos dentro de su propia cabeza. Le retumban en la mete como si hubiera eco y le torturan aunque usted piense que no. No es consciente de lo que está haciendo, no piensa para nada en los sucesos que están ocurriendo mientras escucha aquellas extrañas voces. Está demasiado asustado intentando acallarlas pero, por un momento, deciden permanecer en silencio, únicamente para darle un leve respiro y vea lo que se presenta ante usted. Sin tener recuero de ello usted ha descendido al piso de debajo de nuevo y, sin saber cómo ni por qué, a golpeado fuertemente a dos pequeñas personas, tal y como ha hecho en el piso superior. No creo que haga falta que diga que se tratan de el niño y la niña que le acompañaban. De nuevo ve los sesos esparcidos por el suelo y sangre, mucha sangre, más de la que jamás había visto antes. Y ese pequeño descanso que las voces le habían concedido termina y vuelven de nuevo pero esta vez para no marcharse nunca.-miró a su interlocutor con una mirada sombría y volvió a tomar asiento.

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