Un París para la locura

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Música jazz de fondo. Un camarero demasiado conocido que atiende la barra. Un alma en pena que yace estancada en el fondo de un vaso que siempre se encuentra medio vacío.

-¿Qué tal, James?- me pregunta el guardián de la bebida, el padre de la dama a quién visito todas las noches.

-Lo mismo de siempre, Ed

Y así sale la joven, vestida con transparencias de cristal a pasear por una barra de bar ya conocida, cayendo en mi mano con el peso del pecado.

Para mi irónica sorpresa, una noche más la soledad no acecha tras mis espaldas, pues 100 el pesimismo me acompaña desde hace ya varias semanas.

La devastación que arrasa mi vida no se trata de un filtro oscuro y espeso que ciega mi mente y camufla la realidad, es sino cierto que mis lamentos no son infundados y las razones llegarían a desbordar el vidrioso recipiente que porto en las manos.

Lo que hace meses fue una nueva historia por escribir se ha vuelto ahora la más insignificante de las obras de arte, conformando quizás lo que sería la viñeta más insustancial situada en la más remota de las esquinas del más desapercibido cómic, ese que sufre de exceso de polvo en las profundidades de las bibliotecas, oculto tras muchos otros que poco duran en estanterías y que viven largas travesías de mochila a maleta, de maleta a cartera.

Soy quizás el alumno sentado en un pupitre cualquiera, ocupando un solo número dentro de una extensa lista, probablemente soy el artista frustrado de universidad que cabalga entre apuntes y libros tratando de calmar la tormenta, hasta que un nuevo torrente arrasa en los exámenes y extingue cualquier clase de aprobado.

Quién me dijo a mi que París sería buen destino para mis cámaras, si hace tiempo 300 que se quedan en casa cansadas, hartas de acompañarme.

Y llamadme loco, pero en momentos como este, en esta lucha cuerpo a cuerpo contra la frustración, mi mente estalla silenciosa gritando atrocidades y empuñando cualquier clase de arma capaz de acabar con todo, imaginando un París en llamas que arde con la misma furia con la que yo me abraso. Porque sí, mi pesimismo va dado de la mano del enfado y de la ira, por la impotencia de no tener nunca lo que deseo, porque ella ya no está aquí, sentada a mi lado, sonriendo ante el peor de 400 mis chistes, jugando con su pelo y bebiendo té sin azúcar. Porque ya la cámara no enfoca como yo lo quiero, porque me ha traicionado a oscuras y se ha cambiado las gafas que tanto tiempo llevábamos compartiendo, cuando aún existía esa época en la que ambos veíamos a través de las mismas lentes.

Ahora solo quiero hacer explotar el color de sus labios con besos apasionados pese a que ella así no lo quiera. Sueño con romper puentes que no se dibujan en las fotos como yo quiero y anhelo quemar libros de estudios que aborrezco como si no 500 existiera mayor antagonista en esta historia.

Porque en mi cabeza el mundo ya ha sido destruido, he roto toda clase de infraestructuras que sostengan la cordura y el caos lleva ya la corona en este nuevo imperio de locura. Sin censura ni barreras, sin esposas ni cadenas, lo salvaje se desata sin motivos, y rodeado de hogueras e impregnándome de sangre, brindo a la salud de Freud que predijo la violencia sin mesura, el sexo sin medidas y la agresividad tatuada en la sangre de todo aquello que se mueve por sí solo.

Y es que, pese a que suene 600 deprimente, sea ha vuelto mi vida ya una olla a presión sin vías de escape para exteriorizar mis angustias, queda comprimido todo en una pequeña tetera taponada que está por inmolarse. Ya no quedan capas, antifaces ni disfraces que oculten a mi lobo, cubriéndolo de oveja.

Entonces, decidido, terminó de un trago puede que el primero, puede que el tercero o el sexto de mis vasos de whisky, nunca lo sabré ya que siempre pierdo la cuenta, y me aventuro convencido a buscarla entre calles oscuras y carreteras solitarias, camino serpenteante con la audacia de Hércules y la demencia del 700 más triste chalado de psiquiátrico, sintiéndome capaz de levantar la Torre Eiffel con mis propias manos. Y es que en mis sueños, y ya ha sucedido varias noches, recreó la ciudad francesa en llamas imaginando que Notre Damn es el país del desenfreno sexual, capital del erotismo y el pecado carnal y casualmente es ahora lo que deseo, estrecharla entre mis brazos para despojarnos de humanismo, y rendirnos al hambre incontrolable de tenernos.

Salgo del bar y, como si lo ficticio, como si mis fantasías hubiesen cobrado vida o hubiese yo entrado en cualquier libro que describa la más oscura distopia,  veo un París de fuego, en vuelto en flamas tan reales que escucho su crepitar al desintegrar todo aquello que encuentra a su paso.

También hay gritos, alaridos, voces pidiendo ayuda, otras maldiciendo los santos cielos, algunas, sin ocultarse en rincones privados, son gemidos de placer nocturno.

¡Oh, París! Nunca fuiste tan bella como ahora, nunca llegó el humano a comprender la belleza del desastre y la devastación, o quizás sí, pero tan solo lo reserva para el propio disfrute, puesto que en la sociedad actual no sería correcto amar el mismísimo infierno.

Una joven desnuda corre por un puente, cruzándose en mi camino, y entre marañas de cabellos castaños repletos de enredos y nudos, descubro dos ojos azules que tan solo podía pertenecer a la más perfecta de las musas.

Se para por un momento, deteniendo su pasos justo frente a mi y me sonríe, con una boca inocente que ningún pecado cometería de no ser por esas perlas traviesas y maliciosas que más de una vez seducieron a mi débil entrepierna. Pero es que, jamás unos ojos lograron ser tan eróticos.

Su cuerpo, en la oscuridad de la capital francesa, con la leve iluminación de las hogueras, permanece perfecto e inmaculado, con la tez clara y tersa que  tantas veces mis dedos recorrieron mientras ella dormía tranquila a mi lado.

Avanzo a grandes zancadas y, sin necesidad de preguntar por sus intenciones, la beso con fuerza y la sostengo entre mis brazos. Ella no sé resiste, no muestra oposición, y leyendo su mente comprendo que quiera que la haga mía, por lo que procedo a desabrocharme el cinturón.

¡Dios, mía, mía y solo mía! Pues ningún hombre logrará hacerla sentir tan mujer como yo lo hago y con ningún otro logrará gozar más que conmigo. Lo sé, estoy convencido, pues ya la oigo gemir pidiéndome más, rogándome que me descontrole y la envista con fuerza, e incapaz de no responder a sus suplicas terminó por dejarme a lo salvaje, al instinto animal que tanto tiempo llevo deseando liberar.

Oh, sí... Ella cada vez respira con más fuerza, y susurra mi nombre entre suspiro y suspiro... Sí, aquí viene...Ya casi está...

Pero no, ella está comenzando a revolverse con fuerza, comienza a empujarme lejos de ella, a sacarme de su cuerpo.

La humanidad ya no habita mi mente, así que la pongo de espaldas y la fuerzo contra la baranda.

Ella llora, pero sé que en el fondo lo disfruta, sé que es lo que ella lleva pidiendo con esa sucia mirada de lujuriosa con la que sale de paseo a diario...

Pi...Pi...

De repente, todo se hace blanco, y desaparecen la oscuridad y la nocturnidad, para despertarme inexplicablemente en una mullida camilla de hospital.

Miro a mi alrededor, aturdido, porque no comprendo qué es lo que acaba de pasar.

Solo cuando la veo levantarse de su sillón y decirme que aquella noche, en aquel mismo bar, mi cuerpo rebosante de alcohol perdió la conciencia, comprendo que mi París demente solo ha sido un sueño más. Pero, no importa, la tengo a mi lado, y el saber que ella apareció en mi auxilio cumpliendo su función de ángel me hace sentirme eternamente culpable por los pensamientos y deseos impuros y brutales que hasta hace unos segundos invadían mi mente.

Pero sé, puede que por instinto o corazonada, que ahora todo irá bien, que en la vida solo existen los baches y que si ella ha vuelto significa que mi mundo comienza a salir a flote de nuevo. Porque, aunque si podamos llegar a ser bestiales, salvajes e inhumanos, aunque nosotros humanos lleguemos a ser la más atroz de las especies, somos tan débiles y sensibles que todos sufrimos de ideas terribles, más horribles que la misma muerte. No obstante, muchos nos arrepentimos, porque la enseñanza de bondad y humanidad desde la infancia siempre vale más que eso, siempre nos rescata del París para lla locura que todos alguna vez imaginamos.

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