Algo llamado mala suerte

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Tenía que correr, debía de hacerlo, si no, seguramente su cola y cabeza terminarían colgadas de alguna pared o de algún perchero. Sus patas empezaban a pedir clemencia pero no podía darles tregua, tenía que seguir corriendo. Miro hacia atrás de refilón y vio lo que parecía el brillo del metal bajo el reflejo de la luz de la luna.

En el amparo de la noche, se escucharon dos flechas silbar y un grito que sonó como un aullido.

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Zhizak estaba ahí, de cuclillas en los matorrales que se hallaban afuera de lo que parecía una mansión elfica, un tronco enorme de madera blanca, múltiples ramas gruesas que daban a balcones iluminados casi por magia, o luciérnagas muy amiguetes que cargaban a una luciérnaga ebria, dos troncos a los costados, de menores dimensiones que el central, y entre ellos, casas de la misma madera blanca, con detalles de ébano para los techos y musco y hojas para las junturas, lo que daba un aspecto natural y elegante, salido de un cuento. Todo parecía en calma exceptuando por la fiesta que se llevaba a cabo a unas casas de distancia, donde parecía todo tan vivaz. Realmente tenía ganas de unirse a una celebración así, beber alcohol salido de los viñedos de Costafria, comer carne recién casada, jugosa y caliente, bailar con una elfa (¡por los ojos de Rielth, quien no querría bailar o estar cerca de una voluptuosa elfa!) pero no pudo más que suspirar y mirar hacia el frente tragándose las ganas.

Para Zhizak, lo que debía de hacer solo era otro trabajo más en la lista que tenía encomendada. En teoría era sencillo: entrar, sacar algo y entregárselo a sus empleadores. Todo fácil hasta que te das cuenta que donde debes entrar es en la mansión Greenfire, la casa insigne de los mayores fabricantes de arcos y ballestas de toda la foresta elfica, y tus contratistas son los competidores y enemigos jurados de los Greenfire, quienes quieren ver derrumbados y derrocados a toda la casta de fabricantes habidos y por haber que proviniera de esa famosa familia.

Había un rumor muy conocido entre los elfos, y entre cualquier arquero que se preciara en realidad, se decía que la dama luna les había otorgado a los Greenfire un pergamino con los secretos de todo el proceso necesario para fabricar las mejores armas, y que estas les permitirían vencer a sus enemigos de las tierras del sur, todo a cambio de la hija más hermosa del clan, a quien la diosa se llevaría a su hogar. Habían pasado muchos años desde que se corría ese rumor, convirtiéndose en leyenda, pero aunque muchos dudaban que los Greenfire tuvieran trato con los dioses, si estaban todos convencidos que había un pergamino que tenía los secretos de la fabricación de sus arcos, un pergamino que solo era enseñado a los maestros de más alto rango, los que recibían los encargos más costosos, los que hacían las ballestas más letales, siempre destinados a la élite de combate elfica.

A Zhizak mucho de eso le daba exactamente lo mismo, a él lo contrataron para robar un pergamino y llevárselo a sus empleadores y tan tan, cada uno con lo suyo. Acepto solamente porque era cerca de la ciudad central de los elfos, Ljusalfheim. Había algo en esa ciudad, en esa raza que, a un hibrido como él le llamaba muchísimo la atención.

Sus peludas orejas, cola esponjosa y extrañas patas peludas delataban que Zhizak, un jovencito de apenas 14 años, era un humanoide no puro. No sabía que razas habían dado origen a su cuerpo, perro, lobo, gato, humano, elfo... bueno, sabía que de la raza de las sirenas no era, y menos mal, no le gustaban las agallas. Sus rasgos más animalescos le servían para sus misiones, así que les tenía un genuino aprecio.

Cuando las luces de la mansión se empezaron a apagar, fue la señal que necesitaba para empezar a escabullirse. Los ruidos del bosque opacaron casi por completo sus pisadas, y en la oscuridad, su ropa oscura era un camuflaje muy bien preparado, y hablando de preparación, había dejado un pequeño conejito dormido, en una jaula sobre un montón de hojas y ramas secas.

Cuando los guardias aparecieron en la periferia de la mansión, Zhizak se quedó quieto, esperando la señal, esos elfos con sus enormes orejas oían muy bien todo, así que cuando el conejito despertó asustado por verse atrapado, los elfos giraron sus cabezas hacia donde provenía el ruido de lo que parecía algo muy inquieto en el bosque. Si bien solo un par de elfos fueron a revisar, en el preciso instante en que las cabezas de los guardias cercanos al híbrido se giraron, el paso como una sombra hacia el ventanuco que estaba a ras de suelo y se zambullo en la oscuridad de la estancia donde había entrado. 

Con cautela abrió enormemente sus ojos para adaptarlos a la luz de la estancia, parecía una bodega de madera y serrín, así que debía estar cerca de las salas de fabricación, lamentablemente su meta estaba aun lejos, puesto que no sabia exactamente el lugar donde se encontraba el botín, solo una estimación. Camino por los oscuros pasillos e inspecciono algunas habitaciones que parecían ser importantes, o todo lo contrario. Muchas veces la gente guarda cosas valiosas en sitios donde uno menos espera encontrarlas. Fue en un sitio así, un sala de registros; donde anotaban todos los arcos echos, por quien y quien era el actual dueño; en la que encontró lo que era un papel demasiado cuidado para estar en un sitio como ese...


Quizas no debió de sorprenderse que una barrera mágica activara la alarma cuando lo tomo...

Y aunque las palabrotas servían para quitar algo de la frustración, no ayudaron en nada cuando los pasillos se empezaron a llenar de gente que quería atraparle, con vida o sin ella....

ErithiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora